El oficio del periodismo nos da la posibilidad de poder estar en diferentes espacios. Dependiendo de lo que nos toque cubrir, tendremos la oportunidad de conocer diversos escenarios, mucho más si se trata de periodistas “todoterreno”, como los que suelen poblar algunas redacciones.
Esta ductilidad conseguida por prepotencia de trabajo, hace que muchas de las situaciones que uno vive a partir del desempeño diario puedan convertirse en una gran historia, una anécdota, o tal vez una enseñanza. Por supuesto que también pueden mutar en muchas otras cosas, pero para el tema al que me refiero creo que esos rótulos superfluos, alcanzan.
Describo: hace algunos años entrevistando a un gran actor y formador de actores, elogié una de sus escenas en las que él, representando a un tiránico monarca, desplegaba una ira inusitada. Mostraba una furia, un enojo, una alteración, tan reales que quedé admirado de semejante performance de aquel artista, que aquilataba un talento que aún es ejemplar y sobre todo actual.
Grande fue mi sorpresa cuando él me explicó de manera sencilla y sin artilugios ni imposturas, algo que me haría sentir un tanto sorprendido y a la vez equivocado. Me dio de alguna manera una herramienta más para mi oficio y cambió un tanto la perspectiva que permite trazar un paralelo con actitudes y mecanismos a los que somos “sometidos” casi sin que nos demos cuenta.
“Enojarse lo hace cualquiera”, me dijo. “Nada es más fácil de actuar que un enojo o una discusión. La bronca, la reacción airada, el fastidio, no requieren de recursos emocionales complicados ni muy trabajados, como podría tener una escena de comedia, por ejemplo”. Eso me permitió inferir —un poco tarde lo sé— que quizás también resulte más fácil recurrir a esos sentimientos primitivos —¿primate?— como la furia, la rabia.
Se me ocurre esto sobre todo, al ser espectador de la facilidad con la que algunos medios, a través de rudimentarios mecanismos, generan reacciones tan nocivas como la bronca primitiva.
Volviendo al punto, repaso el recuerdo del viejo actor y su enseñanza y agrego mínimamente una mirada: Ningún sentimiento es más fácil de generar que el fastidio, el desencanto o la protesta, más en tiempos en que la sensibilidad y el malestar están a flor de piel.
De eso se desprende luego gran parte de lo que se llama “opinión pública”, que en su mayoría tiene que ver con repetir, como loros, expresiones parciales con objetivos claros de expandir su intención de voto, sin importarles si sus argumentaciones y sus mentiras resisten el menor análisis. Así, revelados eficaces odiadores, encienden una mecha que consume el reguero de pólvora invisible que siempre serpentea entre el ánimo de la gente en tiempos convulsionados donde deberíamos tirar todos para el mismo lado. Hoy a través de muchos medios, francotiradores de la mentira, disparan sus “agites caceroleros” para que la desinformación direccionada resuene y la balanza se incline a su favor. El periodismo no es eso. No se trata de impulsar la ira con la pirotecnia de las falacias. Se trata de que desde este oficio, que por suerte muchos defendemos día a día, colaboremos en construir un espacio donde no haga falta apelar a la bajeza de alentar al político inescrupuloso que tienta a la muerte y a la enfermedad con tal de sentirse presidenciable. Iluminados de la oscuridad, hagan el favor de abstenerse.