Con inversiones fijas, cuyo financiamiento nacional, extranjero, público y privado esté asegurado, se podrían generar divisas adicionales de origen agropecuario y energético.
Esto equivaldría, lisa y llanamente, a favorecer la modernización del aparato industrial y poder aumentar así sustancialmente las exportaciones de manufacturas. Este cálculo sencillo parece no obstante contrastar crudamente con los hechos.
Los actuales precios del petróleo, la sustitución tecnológica, la guerra de subsidios entre países desarrollados y bloques económicos, constituyen —entre otros factores— un duro escollo. Pero la opción es nítida: ahora o nunca.
Desde el punto de vista económico-social se plantea también otro conflicto, que podemos llamar “financiamiento social”. La restricción crediticia internacional es un hecho y si no se consigue un apoyo sustancial de capitales del exterior, pueden generarse nuevas caídas en el rumbo de la economía y un rebrote del desempleo, sobre todo en las grandes ciudades. Pero para atraer capitales, el único imán es abocarse a la tarea productiva. Sin este requisito, ningún instrumento técnico -ni la actual relación dólar con peso- será suficiente y la sangría de nuestra economía puede retornar como en los tiempos de crisis.
En la Argentina de hoy, aún hace falta definir un proyecto, una planificación que no quede circunscripta en los acuerdos o ajustes que se puedan practicar para mantener la estabilidad. Hay que saber cuáles pueden ser las metas genuinas para una sostenida reactivación. Hay que abocarse a esa tarea que, desde luego, no es nada fácil. Hay que establecer listas de emprendimientos tanto públicos como privados que no queden en expresiones de anhelo.
Hay una tarea que sigue siendo impostergable: definir el país. En toda empresa, la definición de su propia esencia y por ende de cuáles son sus metas, es fundamental para su supervivencia. Por lo general las empresas flaquean por no saber lo que quieren ser. Es igual para el país. Hace ya varias décadas que busca su propia identidad sin encontrarla, que vaciló entre un nacionalismo proteccionista y una apertura liberal, entre la intervención del Estado en áreas fundamentales y la privatización sin miramientos de las empresas del Estado, entre la industria y el campo, entre los bienes de capital y la producción sin compromisos externos que la perjudiquen. Se podría decir que esas pujas son normales. Puede ser. Pero ningún país jamás ha crecido sin estar seguro de su destino.