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Opinión #Opinión

Los Olvidados de Estados Unidos

Hay diversos factores que inciden en un contexto social complicado.

Estados Unidos representa el ideal del progreso, del consumismo, de la vida opulenta, de las grandes ciudades con sus rascacielos brillando bajo el sol durante el día y que durante la noche parecen estrellas en la lejanía que nos atraen como luciérnagas a la luz. En síntesis, el llamado sueño americano del que todos quieren formar parte; pero que tiene un lado mucho más sombrío y del que nadie habla: las millones de historias de aquellos que no lo pudieron lograr, o que luego de haber sido parte del sueño, hoy conforman ese grupo que representan cuarenta millones de sus habitantes casi olvidados.

 

 

Hay regiones montañosas en Estados Unidos que son consideradas endémicamente las más pobres del país y de las cuales ya el Presidente Johnson en 1964 quedó tan horrorizado por lo que veía, que instauró un sistema de asistencia por cupones o cheques de ayuda estatal que se mantiene hasta estos días y no pudo ser reemplazado por trabajo de calidad. Pero queremos dar un rostro más humano a toda esta vulnerabilidad social, relatando alguna de las historias de gente común en su desesperanza y de cómo nuevas políticas gubernamentales pueden afectarlos en el futuro.

 

 

Las mañanas traen luz del sol y una nueva esperanza para todos aquellos que intentan ganarse el pan y alimentar a sus familias; pero existe una realidad diferente para los sin techo. Hay personas que amanecen frente a las grandes carreteras luego de haber pernoctado en estacionamientos especialmente adaptados para recibir durante la noche a quienes cuyo hogar es su auto. En estos estacionamientos que son brindados por asociaciones privadas las puertas se cierran de noche a una determinada hora y nadie puede entrar o salir luego de que se ponen las cadenas a fin de evitar asaltos violentos, asesinatos, robos o violaciones.

 

 

Para mejorar la calidad de vida de los habitantes de estos refugios se han dispuesto baños químicos y duchas públicas, montando asimismo unas tiendas de campaña con mesas, sillas, algunas heladeras y hornos a microondas para cocinar. La comida muchas veces es compartida entre todos y es obtenida de la caridad de restaurantes que guardan las sobras del día que son retiradas por los habitantes de estos lugares que se encuentran a las orillas de las ciudades en varios Estados de la Unión.

 

 

 

No se confundan, no se trata de gente marginada.

 

 

Por ejemplo en uno de estos lugares ubicados en San Diego, California, vive junto a otras 30 personas que en su mayoría trabajan como personal de seguridad, taxistas de Uber, secretarias de pequeñas empresas y hasta informáticos que duermen en vehículos 4x4 o importados. María, tal es su nombre, de 54 años; una enfermera que trabaja doble turno en dos hospitales en una jornada agotadora de 10 horas diarias, siete días a la semana. Quien debido a un mal divorcio perdió su hogar y todo lo que poseía. Una mala racha, un problema familiar, una enfermedad, un inconveniente trivial puede expulsar a cualquiera de la clase media y convertirlo de la noche a la mañana en una sombra de la que la sociedad no quiere acordarse.

 

 

María no es la única que comparte este destino. Está acompañada por miles que sufren esta situación debido a que los costos de alquiler son tan altos que mucha gente trabajadora no puede pagarse un departamento o tiene que optar por espacios reducidos no superiores a los 15 metros cuadrados. De ahí el auge de los llamados “parques de caravanas” u hogares construidos en containers marítimos reciclados, o de las familias viviendo en los llamados “Moteles de bajo costo” y que tanto vemos en las películas de Hollywood, que no nos explican el porqué de este estilo de vida.

 

 

Todo esto sucede en un país con el crecimiento récord en PBI a nivel mundial, con una tasa de desempleo inferior al 4% de su población activa; pero donde cuarenta millones de sus habitantes viven en el umbral de la pobreza con el temor diario de perder sus hogares.

 

 

Asimismo las leyes estatales y federales obligan al cumplimiento riguroso de todas las deudas, en algunos Estados un atraso de cinco días en el pago de la renta equivale a que la policía envíe a un equipo armado a realizar un desalojo compulsivo donde no se tienen más de 24 horas para trasladar todos los bienes y ropas o lo perderán todo. Debemos recordar que en ciudades como Richmond en el Estado de Virginia, el 25% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Esta ciudad tiene una tasa de 3000 desalojos forzados por año y en el resto del estado el número es de 10 desalojos diarios.

 

 

Porque lamentablemente el deudor pasa a figurar en una base de datos de inquilinos morosos a la cual todas las inmobiliarias y dueños de propiedades acceden. Debido al riesgo crediticio estas personas ya no podrán acceder prácticamente nunca más a una vivienda de alquiler, pasando a formar parte de los sin techo.

 

 

Muchas veces los estratos de la población que podrían considerarse de clase media baja, aún deben optar entre los medicamentos o comer ya que el no poseer seguro médico los condena a pagar los precios de remedios más altos del mundo y deben optar por alguna de las dos opciones.

 

 

En este marco social el nuevo Presidente Joe Biden ha firmado dos decretos de necesidad y urgencia que asombrosamente contradicen todo lo que prometió durante la campaña y parecen beneficiar a las grandes empresas. El primero de ellos fue ordenar descongelar el precio de la insulina elevando su costo a cifras astronómicas que podrían representar un gasto de hasta U$S 1.000 por mes. El segundo decreto es un golpe de gracia a la clase media baja: la suspensión de todos los subsidios al consumo de combustibles fósiles incluidos el gas de red para hogares, el combustible para automóviles y calefacción, y la suspensión inmediata del proyecto del gasoducto Keystone XL que implica el despido automático de 11.000 trabajadores más otros 40.000 que estaban brindando servicios indirectos a la producción.

 

 

Estas acciones en un marco social complicado por los estragos del COVID-19, producirán aumentos de bienes y servicios relacionados, lo que hundirá más en la pobreza y desesperanza a una población que lucha día a día por sobrevivir. Haciendo que las empresas puedan conseguir trabajadores dispuestos a tener dos o tres trabajos por día para poder mantenerse.

 

 

Para finalizar debemos decir que no es nuestra intención criticar un sistema para resaltar otro que quizá sea igual o más de injusto; sino solamente retratar superficialmente las penurias de la clase media baja en Estados Unidos y los desafíos de su gobierno porque si no hay comida no existe posibilidad de que la gente luche por sus derechos y la libertad se convierte en solo una palabra que resuena hueca. Y esto lo comprenden muy bien los dictadores y aquellos gobernantes que quieren abusar de sus pueblos.

 

 

Mucho más podemos decir recordando que si no hay oportunidades para la población, una de las pocas alternativas que quedan es la de alistarse en las fuerzas armadas que harán cumplir los designios de los gobernantes aún a costa de sacrificar a la misma democracia que los hizo triunfar.

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