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Opinión

Religión, economía y política (II)

Federico Scrimini / Economista CyAC

Pareciera que los planetas se alinearon a la hora de escribir esta serie de columnas sobre religión, economía y política. La semana pasada fue el triunfo de Bolsonaro en Brasil en primera vuelta y hoy es el cierre del coloquio de IDEA edición 54. En el acto final, la presentadora hace parar al presidente de la nación y a todo el auditorio y, con la mano levantada les hace repetir, como rezando en un templo: “Soy yo y es ahora”. Parecieran detalles secundarios, sin sentido, pura casualidad. Pero no. Y Cambiemos demostró que todo, hasta el más mínimo detalle, es parte de un montaje muy bien cuidado y diseñado.

Retomando el tema, intentemos desenmascarar la teología “implícita” en el actual orden económico que se viene implementando a partir de la globalización, de la caída del bloque socialista y de la revolución tecnológica y gerencial.

Así la naturaleza “divina” del sistema capitalista que vivimos, como toda teología, tiene algunas de las características fundamentales de toda religión. Por ejemplo, la promesa del “paraíso”; la noción del “pecado original”, o la explicación de la causa de los sufrimientos y del mal en el mundo; y el precio a pagar (los sacrificios necesarios) para alcanzar el “paraíso”.

 

Paraíso y progreso técnico

Un primer punto a aclarar cuando se habla de la “religiosidad del capitalismo” es el hecho de que las sociedades modernas no han roto totalmente con la visión mítico-religiosa de las sociedades medievales. La utopía, el paraíso se conseguía después de la muerte y eran fruto de la intervención divina. Hoy esa utopía se trasladó al interior de la historia humana como el fruto del progreso tecnológico. El llamado “mito del progreso”. Con ese mito desaparece la noción del límite para las acciones humanas y surge la idea de que “querer es poder”. Según Fukuyama el secreto del paraíso, la satisfacción de todos los deseos humanos, están en el progreso infinito que hace posible la acumulación infinita de riqueza. Y aquí radica el secreto del mito: pasar de la vida finita de las personas y el planeta a lo infinito, sin una explicación racional. Por eso es “mítico-religioso”, porque presupone una fe en un ser supra humano que haga posible ese paso. Para el neoliberalismo esa “ley de la historia” supra humana es el mercado.

Y cuando el sistema no muestra soluciones, sino todo lo contrario (en varias columnas ya mencionamos los números de hambrientos crecientes, la destrucción del planeta, la desigualdad creciente, etc.), es por falta de fe. Es porque la implementación del sistema de mercado en la práctica está siendo “incompleta”. Y cuál es la solución a los problemas del mercado, según los neoliberales? Más mercado. Si el ajuste salvaje no está resolviendo ningún problema, si todavía más, los empeora, si genera más inflación, más desempleo, más pobreza, más indigencia, qué medidas se toman para solucionarlo? Más ajuste aún. Porque parece que no es suficiente hasta ahora. Aparece entonces la teoría del “gradualismo“ (como si esta salvajada hubiera podido ser aún peor) y las consecuencias de no aplicar vía “shock”, de una vez el golpe mortal. Verán la similitud entre las posturas de los Esperts y los Mileis en estos puntos…

 

Pecado original

Cuando la promesa del paraíso entra en contradicción con la realidad plagada de problemas sociales y económicos, es preciso explicar la causa de esos sufrimientos y males. Como todas las ideologías o religiones, el neoliberalismo también parte de un diagnóstico sobre la causa fundamental (en términos religiosos, el pecado) que está en el origen de todos los males.

Hayek (el ídolo de Milei), uno de los padres del neoliberalismo, en ocasión de la recepción del Nobel de Economía en 1974, pronunció una conferencia que pone de manifiesto esta base teológica y antropológica neoliberal. El título de la conferencia fue “Pretensión de conocimiento”, y en ella defiende la tesis de que los intentos por establecer políticas económicas con el objetivo de superar los problemas sociales, están en la raíz de las crisis económicas y causan mucho mal a la sociedad. Para ellos no existe otra vía que la de someternos humildemente al mercado y dejar actuar libremente a sus mecanismos para que ellos resuelvan nuestros problemas sociales. En esta relectura del “pecado original”, la pretensión de conocer el mercado y dirigirlo hacia la superación de los problemas sociales es el origen de todos los males económicos y sociales. En otras palabras, el mayor de los pecados consiste en caer en la “tentación de hacer el bien”. Ese es, por cierto, el título de una novela escrita por Peter Drucker, el gurú de los gurús de la administración de empresas norteamericana y, por lo tanto, mundial. En ella “el único error del sacerdote es haber cedido a la tentación de hacer el bien y actuar como cristiano y sacerdote, en vez de actuar como burócrata”. Hay que evitar el mal, y el mal es querer hacer el bien.

En la actual coyuntura, con los ajustes impuestos por el FMI, no existe otra salida para los países que beben de sus mieles que la de pagar los intereses y la deuda y realizar los ajustes exigidos en nombre de las “leyes del mercado”. No importa que esos pagos y esos ajustes impliquen el desempleo y la muerte de niños y adultos pobres. Para los neoliberales no hay otro camino. Buscar otras vías sería la “pretensión de conocimiento” que genera mucho más problemas.

En futuras columnas derribaremos el andamiaje de la mayor mentira de todos los tiempos que es la existencia del “libre mercado” y el libre “juego de la oferta y la demanda”. Nos daremos cuenta de que estamos rodeados por “poder monopólico”. También veremos la falsa opción de políticos si versus políticos no, lo cual nos lleva a la “desaparición del estado” (la gran discusión de Milei). Y, por supuesto, le daremos una vuelta de tuerca más a los “sacrificios necesarios” para llegar al “paraíso prometido”.

Es rara la profesión de los economistas neoliberales. Estudiamos durante nuestra carrera universitaria un sinfín de herramientas que podrían denominarse de las ciencias duras. Montañas de ecuaciones matemáticas y de estadística para poder “medir” realidades y estimar efectos y consecuencias de determinadas políticas públicas. Hasta usamos modelos predictores del clima con sus complejidades para estudiar variables económicas y sociales. Pero cuando en la realidad puntual sus políticas económicas derraman miseria por todas partes, los creadores de “la bestia” nos piden actos de fe. Acudamos a los templos y desechemos la ciencia. Como si la fe pudiera modificar la realidad de los mortales desde la Casa Rosada.

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