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Opinión El exjefe del Ejército y veterano de Malvinas recuerda el dramático suceso que vivió y que ayer se cumplieron 62 años

16 de junio de 1955: Bombardeo a Buenos Aires

por Martín Balza (*)

 

 

 

El 16 de junio de 1955 fue jueves. Pasado el mediodía, me encontraba en la estación Retiro del ferrocarril General San Martín para tomar un tren al Colegio Militar en El Palomar.

Cursaba el último año de estudios y creo que regresaba después de realizar un trámite personal.

El día se presentaba gris plomo, plomizo. Un ruido similar a varias explosiones se escuchó desde la dirección de Plaza de Mayo, y alcancé a escuchar que alguien dijo: “¡Qué truenos!”.

 

Subí al tren. Cuando llegué al colegio me enteré que los supuestos truenos no eran tales, sino que estaban bombardeando sectores de la ciudad de Buenos Aires, principalmente la Plaza de Mayo y sus adyacencias, todos objetivos civiles.

Más de 40 aviones de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea participaron en el letal bombardeo. La utilización de bombas de fragmentación potenció el efecto no solo sobre los edificios, sino también sobre miles de indefensos civiles al descubierto, carentes de protección alguna. El trágico saldo fue de 308 muertos y más de 800 heridos.

 

Entre los primeros, 3 pertenecían a la Fuerza Aérea y 17 al Ejército; entre ellos, 9 soldados del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”, escolta presidencial.

No se trató de efectos colaterales, cayeron bajo la metralla de proyectiles lanzados por hombres de las Fuerzas Armadas argentinas enceguecidas por la sinrazón. Muy pocos condenaron de forma abierta el ataque al pueblo.

Durante las primeras horas del día siguiente, pude apreciar personalmente los efectos del devastador bombardeo sobre la Plaza de Mayo y otros objetivos civiles.

 

Elogiaron el ataque, entre otros, los políticos Miguel Ángel Zabala Ortiz (UCR), Oscar Vicchi (Conservador) y Américo Ghioldi (Socialista), quienes, de haber triunfado el golpe contra el gobierno de Juan Domingo Perón, asumirían el gobierno como un triunvirato “de facto”.

Por parte del Ejército, el único comprometido —según fuentes confiables— fue el general León Justo Bengoa, quien a último momento y vislumbrando el fracaso, no participó (“se borró”, en la jerga coloquial) y adujo que con su tropa permanecía leal al gobierno.

Fracasado el intento los golpistas huyeron a la República Oriental del Uruguay, con excepciones como la del almirante Benjamín Gargiulo que optó por el suicidio.

 

Tres meses después, todos los nombrados, y muchos más, serían recibidos y premiados como conspicuos “libertadores” y aún años después ocuparon relevantes cargos políticos y militares en gobiernos constitucionales; entre ellos el exalmirante Emilio Massera, en el gobierno de María Estela Martínez de Perón, y el vicealmirante Máximo Rivero Kelly, en el gobierno del doctor Raúl Ricardo Alfonsín.

 

Comparto con Daniel Cichero que “…el 16 de junio marcó un jalón en las relaciones cívico-militar y orientó hacia la militarización de la política”.

Pocos apreciamos entonces que, al decidir el bombardeo aéreo indiscriminado sobre la emblemática Casa Rosada, el comando pseudo revolucionario adoptó con deliberación una táctica que tuvo en el futuro cruentas consecuencias.

Los aviones tenían en su fuselaje la inscripción “Cristo vence”. En la triste y cruenta jornada no faltaron grupos de “comandos civiles” ligados a partidos políticos opositores al gobierno.

 

Uno de ellos tomó por escasas horas las instalaciones de Radio Mitre obligando por la fuerza a transmitir una proclama revolucionaria que en algunos de sus párrafos decía: “El tirano ha muerto (…) Nuestra Patria, desde hoy es libre. Dios sea loado (…) Compatriotas: en estos momentos, las fuerzas de la liberación económica, democrática y republicana han terminado con el tirano (…) Ciudadanos, obreros y estudiantes: La era de la libertad y de los derechos humanos ha llegado”.

 

Nunca —ni antes ni después—ninguna ciudad de nuestro país fue bombardeada.

En esa —me permito calificarla de oprobiosa y triste— oportunidad, armas de la Patria obtenidas para la defensa de su soberanía, fueron empleadas contra los propios argentinos por algunos miembros de sus Fuerzas Armadas.

Esos hombres carecieron de la valentía, la dignidad y la profesionalidad que nuestros pilotos evidenciaron en la Guerra de Malvinas.

El descabellado y criminal hecho no fue investigado, no hubo purgas ni persecuciones.

Las nuevas generaciones desconocen prácticamente este hecho, por eso es necesario recordarlo. Ese color plomo del cielo de aquel 16 de junio de 1955 nos marcó a fuego la Historia Argentina.

 

*Exjefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.

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