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Opinión La lectura de lo que dejó la movilización

Una dirigencia de la CGT con poder de fuego y desprestigiada

¿Habrá paro general de la CGT? Puede que sí, pero parece difícil antes de las elecciones de octubre. La movilización del martes concluyó con un llamado al Comité Central Confederal —el que “decide”—, pero sin apuro recién para el 25 de septiembre. Para “definir un plan de lucha que incluya un paro general”, en palabras del triunviro cegetista Juan Carlos Schmidt.

 

La CGT llegó a la manifestación con profundas tensiones internas. La movida fue impulsada por los más beligerantes, Pablo Moyano, otros duros cegetistas y apoyo de la CTA, kirchnerista (sector Hugo Yasky) y Pablo Micheli (combativo). También movilizaron las organizaciones sociales, cuya lógica es la tensión con el Gobierno por su dependencia de los subsidios del Ministerio de Desarrollo Social. Escatimaron en cambio gremios grandes, los “gordos” dialoguistas. Uno de ellos, el triunviro cegetista Héctor Daer, marchó pero no se subió al palco. Tampoco la UOM. ¿Y ahora? Nada presagia que habrá acercamiento entre las facciones. Al 25 de septiembre faltarán menos de 30 días para las elecciones y es probable que se desaconseje (no todos, claro) un paro “preelectoral”.

 

“Los muchachos no saben para dónde ir”, le dijo a este cronista un alto dirigente de uno de los gremios industriales más grandes, que nada hizo por el paro. Sacó su celular y exhibió un whatsapp con el mapa electoral de la provincia de Buenos Aires en 2013, 2015 y 2017. En esta última, casi todo “amarillo”. “Estos tipos no son boludos”. Agregó: “De la Casa Rosada levantaron el teléfono para pedirles a los gremios que movilicen”.

 

La ironía trasuntó una gran verdad: la movida sindical es más pasto para el Gobierno, decidido a confrontar con los sindicatos (Macri habló de “mafias” hace un tiempo), a los que incluye en su discurso de “un pasado al que hay que dejar atrás”. Al decir de un alto funcionario, “es una dirigencia con poder de fuego todavía, pero muy desprestigiada, todo es ganancia”. Detrás de todo también subyace la intención del Gobierno de empujar una flexibilización laboral que “arrasará con las conquistas”, denuncian sindicatos y oposición.

 

Por eso, Schmidt que fue único orador se ocupó de responder que no habían ido a “levantar ninguna candidatura” y rechazaban la “acusación de que los trabajadores atrasan al país o son un freno para las inversiones”.

 

Macri supo dónde pegar. En paralelo con la protesta echó al superintendente de Salud —la “caja” de las obras sociales—, Luis Scervino, ligado a los sindicatos a través de José Luis Lingeri, el veterano mandamás de Obras Sanitarias. Macri supo que en oficinas de Lingeri se había cocinado la protesta. Echó también a otro funcionario de Trabajo, Ezequiel Sabor.

 

Hay otro malestar sindical extendido y menos expuesto. La Justicia hurga por primera vez en decenas de cuestiones tributarias de los gremios. Podrá discutirse que nadie salió de un repollo. El propio macrismo se ha nutrido de peronistas y radicales o ex. Pero el macrismo ha logrado instalar que encarna en sus formas y su discurso algo “nuevo” que el electorado ha parecido querer apoyar en las PASO, la oportunidad de “otra Argentina” al margen de las penurias económicas. Sobre esta línea se mueven los tiempos de la política.

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