El Papa Francisco nos dice: “todos los días de la vida cotidiana debemos ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe. El apóstol San Pablo dijo una frase que nos hará bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13).
Ya en su tiempo, se describe a Mama Antula como una mujer capaz de vencer cualquier dificultad a la hora de llevar adelante su misión. En ella, no faltaron contrariedades, censuras, pruebas y múltiples sufrimientos. ¿Acaso estas dificultades no son propias de los que enamorados de Jesús caminan tras sus pasos?
En el “Estandarte de la mujer fuerte” se dice: “Me limito, pues aquí, a hablar de la grande maravilla de nuestros días, de esa mujer fuerte que con el estandarte de San Ignacio ha subyugado y asegurado a su legítimo soberano una gran parte de la América Meridional”.
Esta fortaleza nace de su fe en Jesús, de su obediencia al Padre y su celo por la salvación de almas.
Esta fuerza interior la acompañó desde el primer momento en que escuchó el llamado de Dios y se hizo Beata, pero como toda virtud, se fue acrisolando bajo el impulso del Espíritu en sus tareas y desvelos apostólicos. Cuando fueron expulsados los Jesuitas, su celo por la salvación de las almas se volvió una “santa pasión”: “desde 1775 hasta 1779 recorrió las ciudades, aldeas y desiertos con los pies descalzos. Su espíritu verdaderamente gigantesco habría querido extender su carrera a todos los países para aumentar la gloria de Dios y atender la salud del prójimo” (El Estandarte de la mujer fuerte).
Era una apasionada por Dios y el Evangelio; todas las contrariedades, censuras y hasta enfermedades que soportó fueron por vivir está pasión que ocupaba toda su vida, todo su tiempo, todos sus sueños. Soportó burlas cuando llegó a Buenos Aires, desaires del Obispo y el Virrey, desconfianza de muchos que al verla “mujer desconocida en sí, pobre, y sin ningún poder ni crédito, ni autoridad” pensaron que su obra era presuntuosa.
Su fortaleza nace en la confianza en Dios y en su providencia. El Señor jamás abandona a quiénes ha consagrado para una misión y los sostiene en el camino. Su “Manuelito” la sostiene, la “Abadesa” (Virgen de los Dolores) enjuga sus lágrimas y el Dios de los consuelos y las misericordias acompaña su peregrinar.
Al contemplar la obra y todo el bien que hizo Mama Antula, y aún sigue haciendo como testimonio de fe, no podemos dejar de admirarla, amarla y desear imitarla.