El célebre y antiguo escritor griego de fábulas, Esopo (620-560 a.C.), fue un esclavo del filósofo Janto. Un día, habiéndole ordenado su amo, en ocasión de ofrecer un festín, que fuera al mercado y trajese lo mejor que encontrara en él, no compró más que lenguas y las hizo servir aderezadas de modos distintos. Janto lo reprendió severamente ante sus invitados. La explicación de Esopo fue la siguiente: “Pues ¿qué cosa puede haber mejor que la lengua? Es el lazo de la vida civil, la clave de la ciencia, el órgano de la verdad y la razón; con su auxilio se construyen las ciudades, se las civiliza e instruye; con ella se persuade en las asambleas y se cumple uno de los primeros deberes del hombre, que es el ineludible de alabar a los dioses”.
Janto entonces le dijo: “Pues bueno, tráeme mañana lo peor que haya”.
Al día siguiente no hizo servir Esopo más que lenguas, diciendo: “La lengua “es la madre de las discusiones, la nodriza de los pleitos, el origen de las divisiones y las guerras; lo es igualmente del error y, cosa peor aún, de la calumnia. Por ella se destruyen las ciudades, y, si por una parte celebra a los dioses, por otra es el órgano de la blasfemia y de la impiedad”.
Sin duda, el cruzamiento de insultos entre Donald Trump y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, con la amenaza de una guerra nuclear, encaja perfectamente en los peligros y graves consecuencias que pueden desencadenar las “lenguas vituperables” a las que se refería Esopo hace más de 2.500 años, cuando prima la intemperancia y la provocación sobre la cordura y la diplomacia.
Los improperios, tanto de Trump, llamándolo “hombre cohete” y “loco” a Kim, amenazando con “destruir totalmente a Corea del Norte, si EE.UU. es forzado a defenderse”, como así de parte del líder norcoreano, prometiendo “castigar con fuego al senil norteamericano, mentalmente trastornado”, ponen al rojo vivo la crisis entre ambos países y atemorizan al mundo con un desencadenamiento de conflicto bélico nuclear, por más que China y Rusia –históricos aliados de Corea del Norte, que ahora disminuyeron su apoyo al régimen de Kim Jong-un, instándolo a una reanudación del diálogo con Washington, con el fin de que Norcorea congele los ensayos misilísticos y nucleares en el Pacífico, a cambio de una suspensión de los ejercicios militares de Corea del Sur y EE.UU. en esa convulsionada zona.
Por más que el canciller ruso, Sergei Lavrov, describa a la punzante retórica entre Trump y Kim como “una pelea de jardín de infantes entre niños”, exhortando a ambos a moderar el lenguaje y negociar una salida, coincidiendo con la canciller alemana, Angela Merkel, llamando a Corea del Norte a poner fin a las provocaciones belicistas, lo concreto es que este país asiático altera al mundo con sus lanzamientos de misiles termonucleares en los límites mismos de Corea del Sur y Japón.
Para evitar una catástrofe de confrontación nuclear, lo primero es que los protagonistas sean capaces de bajar el tono de sus vituperables palabras, para que la calma y el razonamiento se impongan sobre la iracundia y la insensatez.