A esta altura de los acontecimientos, infaustos y dolorosos, supongo que todos presumíamos de un Francisco eterno. Un Papa para siempre, que llegó luego del conservadurismo de Benedicto XVI a redimir a la Iglesia de sus pecados mortales para llamar con sus manos bondadosas a los excluidos por el mismo trono en el que lo puso el concilio de 2013: los pecadores, los marginales, los sin esperanza alguna en redención ninguna.
Y llegó. Y les abrió las puertas del cielo de par en par. Un dato no menos significativo es que los 200 mil euros de su patrimonio fueron en herencia a una cárcel y no a su familia. No se los dejó a su hermana, al cuidado de monjas, sino a los presos a quienes visitaba todos los años, cada uno de su pontificado.
Hoy la Iglesia, pasadas las honras fúnebres de Francisco y casi a las puertas del cónclave, se debate intestinamente bajo la larga sombra de este Papa argentino amado por propios y extraños. ¡El después del después! O, como dicen nuestros hermanos de la península ibérica, de los "despuéses".
¿Cómo se borra con el codo lo escrito por Francisco? ¿Cómo se vuelve a poner al costado marginal de la Iglesia a los pecadores de mala muerte? O de mala vida, que es mejor expresión.
El Espíritu Santo, que es el arquitecto de los obispos de Roma, obrará según dictan dos siglos de historia.
Mientras especulamos, en el Vaticano —y en el idioma de Francisco— hay "rosca". Que nada tiene que ver con el Santo Espíritu, sino con el mundano mandamiento del poder.
Francisco lo sabía. Dejó el camino allanado para un resultado previsible. Esperemos que su última y definitiva carcajada se escuche clara y prístina con la fumata blanca en toda la humanidad. Por el bien de toda la humanidad.
Esa humanidad que Francisco se empeñó en hacer más humana desde siempre, cuando, antes de ser Papa salvaba vidas a riesgo de la suya.
Importan dos maneras de concebir el mundo: una, salvarse solo, arrojar ciegamente a los demás de la balsa; y la otra, un destino de salvarse con todos, comprometer la vida hasta el último náufrago, no dormir esta noche si hay un niño en la calle. Amén.