
Entre los sueños imposibles que se guardan en el alma, como uno de los mayores secretos compartidos de la humanidad, se encuentra el deseo de volver a ser niños. Otro podría ser el de volar o ser invisibles, lo cierto es que entre las sanas fantasías solitarias que habitan en las profundas ilusiones, se encuentra la idea del regreso a la infancia, a esa primera etapa donde todo era una constante sorpresa que de a poco iba armando a una persona.
Entre esos descubrimientos se encuentra, en algunos casos, la literatura. Esa mágica puerta que presagiaba mundos imposibles y que por lo general para quienes la disfrutaban y lo siguen haciendo, los creaba. Ese instrumento, condimentado con sus dosis de drama, aventura, tristeza y épicas fundamentales, ha marcado un camino alternativo al que muchos recurren cuando el peso de lo cotidiano es realidad difícil de cargar.
Producir este tipo de género no es una tarea de las más sencillas. Requiere de recursos y una astucia literaria que obliga a un ejercicio mental interesante. Muchos escritores coinciden en afirmar que escribir para chicos es tan difícil como escribir humor.
La historia de la literatura infantil ha transitado un largo camino y, como en todos los géneros, no ha sido de los más sencillos. La misma ha sabido de persecuciones, de censuras, de olvidos, de postergaciones y también de parcialidades políticas instrumentadas de manera casi perversa.
En la actualidad muchas de las sombras que alguna vez estuvieron presentes parecen estar mucho más claras. La posibilidad de acceder a diferentes plataformas y poder elegir sin censuras llegó a los colegios de la mano de Conectar Igualdad, donde muchos alumnos accedieron a un instrumento formativo valioso como lo fue su computadora, en la era de las comunicaciones.
Esto también hizo que los escritores se adaptaran a estas herramientas y los escenarios cambien, pero los resultados, sean en el tiempo que sean son similares. La creación de universos paralelos que proponen una comunicación lúdica y enriquecedora. Nadie sale de un libro igual que como había entrado a él.
Sin embargo hay una historia en esta literatura, de la cual se ha escrito bastante. Los archivos suelen tener siempre algo por decir.
ETAPA FUNDACIONAL
Un experto en el estudio de la historia de la literatura infantil aporta un dato muy significativo: “Mientras en México la primera imprenta funcionaba para los reyes, en Argentina estaba más cerca de la gente”. Instalada en 1776, la imprenta fue la gran transformadora cultural y política de nuestro país. ¿Qué tan lejos hubiera llegado la Revolución de Mayo si Mariano Moreno no hubiera podido crear la Gazeta de Buenos Aires?
Nuestra rica tradición literaria, y entiéndase por esto, no sólo la parte creativa, sino la consolidación de una industria editorial, se fue forjando por el empuje de escritores, editores y lectores y, en el caso de la literatura infantil, fue acompañada de políticas estatales que fomentaron su circulación. En sus tiempos de maestro Domingo Faustino Sarmiento ya abogaba por la importancia de los libros en la escuela, y lamentaba que en cada barrio hubiera un templo y no así una biblioteca. Para los años en que Sarmiento ocupó la presidencia de la nación (1868 a 1874) nacieron los primeros emprendimientos editoriales, entre ellos la actual Editorial Estrada.
Con el correr del siglo XX el panorama se completó con editoriales ya legendarias como Abril, Sudamericana, Kapelusz y Atlántida, de donde salió el libro Upa todo un clásico literario infantil. Al mismo tiempo, desde el Estado surgen diversas iniciativas para fortalecer el vínculo entre el libro y la escuela, amparadas ya en el capítulo VII de la ley de Educación 1420 (promulgada en 1884).
Peronismo
Durante el primer peronismo se produjo una llegada masiva de libros a las escuelas. La Editorial Peuser publica la Biblioteca Infantil General Perón y Codex hace lo propio con la Colección naturaleza. Los entes educativos y culturales y la Fundación Eva Perón hacen que esas publicaciones lleguen a los puntos más recónditos del país.
Pero este saludable estímulo de la lectura a través de los programas educativos no iría en sintonía con las propuestas literarias de una nueva generación de escritores que comienza a asomar por los años sesenta, con María Elena Walsh , Beatriz Doumerc y Laura Devetach
El rol de la literatura en la educación.
La gran experiencia editorial surgida en las décadas de 1960 y 1970 fueron Ediciones de la Flor y el Centro Editor de América Latina (CEAL), fundado por Boris Spivacow(LFINN), que entre sus colecciones de altísima calidad sobresalían dos destinadas al público infantil: Cuentos del Chiribitil y Cuentos de Polidoro. Durante la dictadura, en agosto de 1980, un millón y medio de volúmenes del CEAL fueron quemados en la vía pública.
Proceso y prohibiciones
Durante la dictadura iniciada en 1976 fue decretada la prohibición de varios libros infantiles, entre ellos “Un elefante ocupa mucho espacio” de Elsa Bornemann , “La torre de cubos” de Laura Devetach y “El pueblo que no quería ser gris” de Beatriz Doumerc, ilustrado por su pareja Ayax Barnes . De todos modos “La torre de cubos” siguió circulando entre niños, padres y docentes.
Circulación clandestina:
Apenas finalizada la dictadura afloraron varios proyectos editoriales como “Libros del Quirquicho” y Ediciones Colihue. Con el tiempo, a estos sellos se les sumaron las iniciativas de otras editoriales que inauguraron sus colecciones de literatura infantil como Sudamericana y Alfaguara. No es que durante los años del proceso se hubiera interrumpido la publicación de libros para chicos, de ningún modo, pero la vuelta democrática trajo la oportunidad de fundar una nueva literatura infantil con un arco de propuestas más avanzadas desde lo estético y lo temático, desde su diseño, su inserción comercial y su forma de difusión. Y aquí aparece nuevamente la escuela.