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Opinión El autor apunta a reflexionar y no magnificar el impacto de algunos índices de la economía

No hay que dramatizar la caída del 5,8% de actividad

Enrique Blasco Garma

 

Ámbito

 

 

 

El desplome del indicador del Indec podría asustar al desprevenido. La producción agropecuaria cayó 35% respecto del mismo mes del año anterior. Pero el conjunto de las otras actividades no varió significativamente, descontando el impacto de las menores compras del agro. Reflexionemos. La ventaja comparativa de la Argentina está en el sector agropecuario, sensible a las oscilaciones del clima. La sequía golpeó con caídas devastadoras de la producción. A menos agua que la deseada, menor producción. A su vez, el campo compra servicios de comercio, transporte, industria, profesionales y otros. Sin duda, el valor del PBI en dólares será afectado. ¿Es eso tan calamitoso?

 

El bienestar de la gente se debiera medir por la evolución de sus patrimonios, el valor presente de los flujos de ingresos netos esperados. Más que por lo cobrado en un año determinado. Mi profesor en la Universidad de Chicago, el Nobel Milton Friedman, recomendaba concentrarse en el “ingreso permanente”, una medida de patrimonio. En el campo esa diferencia es contundente. Los ingresos anuales varían mucho más con la suerte a la cosecha que los patrimonios, que están condicionados por la visión del futuro.

 

La perspectiva de menores retenciones a la soja, las nuevas rutas y otras comunicaciones, una mayor integración al mundo y derechos de propiedad mejor defendidos, seguramente elevarán los patrimonios para el conjunto del agro. El resto de la sociedad se beneficiará también de la mayor valoración de los activos por las perspectivas de gobiernos más abiertos al progreso y dispuestos a reducir las trabas artificiales a las actividades productivas. Nuestro país, como las demás naciones subdesarrolladas, sufre impedimentos redundantes a la producción por acciones o abandonos de los gobernantes.

 

En lugar de buscar atajos transitorios, las autoridades debieran focalizarse en remover obstáculos artificiales. Necesitamos abrir puentes y puertas a las barreras innecesarias. La reducción del déficit fiscal, sin aumentar impuestos, permitirá, una vez alcanzadas las metas, menores tributos y menores pagos de intereses. La reasignación de esfuerzos improductivos en toda la estructura del país ayudará a elevar el ingreso permanente. Obviamente, unos sufrirán pero la mayoría contará con ingresos y patrimonios más significativos.

 

La creación de valor conlleva destrucción de privilegios y corregir visiones desactualizadas. Los estados contratan esfuerzos improductivos. Demasiados empleados sin tareas ni incentivos efectivos, sobreprecios de la corrupción, obras poco oportunas, leyes que extraen pagos a empleados para gratificar a dirigentes gremiales, protecciones a industrias seleccionadas a costa de todos los usuarios, privilegios a la justicia (se auto eximen de pagar los impuestos generales y de controles a su eficacia, remuneraciones y jubilaciones desproporcionadas, sentencias tardías e ineficaces). Una comunidad desinteresada en proporcionar la educación necesaria. Impedimentos a alinear los objetivos de empleados y empleadores, entre otros obstáculos a empleos creativos. El subdesarrollo refleja la frustración para obtener los ingresos merecidos por la gran mayoría que se esfuerza con dinamismo. Frenados por los privilegios numerosos a distintas entidades y personas.

 

Una misma regla y medida para todas las personas, para todos los tiempos era la aspiración de la Revolución Francesa para terminar con los privilegios del Antiguo Régimen aristocrático. Los principios de la Constitución de 1853/60 asentaron la misma visión, pero nos fuimos apartando. Hoy los privilegios nos ahogan como en tiempos de las colonias españolas. Estamos a tiempo de enderezar el rumbo para nosotros y nuestra posteridad.

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