Este sábado, en medio de las feroces internas con el kirchnerismo, el ministro de Economía de la Nación, Martín Guzmán, presentó su renuncia.
El ahora exministro compartió en Twitter la carta de 4 hojas que elevó al presidente de la Nación, Alberto Fernández, donde anuncia su dimisión.
Con la profunda convicción y la confianza en mi visión sobre cuál es el camino que debe seguir la Argentina, seguiré trabajando y actuando por una Patria más justa, libre y soberana. pic.twitter.com/rJQ5w0argQ
— Martín Guzmán (@Martin_M_Guzman) July 2, 2022La cartaDr. Alberto Fernández:
Me dirijo a Usted con motivo de presentarle mi renuncia al cargo de Ministro de Economía de la Nación, con el cual me honrara desde el 10 de diciembre de 2019.
Quiero agradecerle profundamente por confiar en mí y en el equipo que hemos conformado en el Ministerio por estos más de 30 meses de trabajo, los cuales estuvieron marcados por un escenario absolutamente singular. Al asumir nuestro gobierno, Argentina se encontraba sumida en una profunda crisis económica, social y de deuda, y a ello se le agregó primero una pandemia global y luego la actual guerra en Ucrania, que han sido profundamente disruptivas del funcionamiento del sistema económico internacional.
He dedicado mi vida adulta a construir una visión y capacidades para conducir un proceso de normalización del funcionamiento de la economía argentina, que por tanto tiempo ha estado caracterizada por patrones que generan incertidumbre y angustias en la vida de millones de compatriotas. Desde el día en que los argentinos y las argentinas percibimos que usted podía llegar a ser el Presidente de la Nación, busqué ser su ministro de Economía. Eran tiempos muy difíciles, y sentía que mi responsabilidad con la Patria, con mi pueblo y con mi familia era aportar a la construcción de una salida a la crisis económica que vivía el país. El momento en que sonó el Himno Nacional Argentino en el Congreso de la Nación aquel 10 de diciembre de 2019 en que asumimos el gobierno fue particularmente especial.
La primera vez que le hablé a la Argentina como ministro de Economía de la Nación, conté que nuestro objetivo era tranquilizar la economía. Puede que a varios ese concepto no les genere demasiado entusiasmo, pero a mí siempre me pareció (y me parece) que tranquilizar la economía constituiría una verdadera épica. Una economía tranquila es aquella en donde las grandes mayorías enfrentan condiciones para su pleno desarrollo humano. Para lograr ello, había que establecer una secuencia de acciones que le permitiesen al Estado contar con las condiciones adecuadas para llevar adelante una política económica y de desarrollo sustentable, que contribuyese a una economía de mercado (i) inclusiva sobre la base de la generación de empleo; (ii) dinámica a partir de la agregación de valor y conocimiento; (iii) estable, en una Argentina que reparta las oportunidades de forma equitativa a lo largo y ancho del territorio federal y que fortalezca su soberanía.
Una condición necesaria para poder establecer ese camino era resolver el problema de las deudas externas insostenibles, que agobiaban tanto al Estado como a la Argentina toda. Ése era un punto de partida. Una condición necesaria, no suficiente, para sacar al país del sendero recesivo con destrucción de puestos de trabajo y de empresas por el que venía transitando, y retomar una senda de progreso económico y social. Juntos hicimos muchísimo para atacar y resolver cada uno de esos problemas. En esta misiva quiero valorar no solamente los resultados de los procesos para resolver la crisis de deuda soberana que padecía el país, sino lo que esos procesos implican para el futuro de la Argentina. Pero antes de ello, quisiera destacar el ejercicio de la política económica en una pandemia global para un país que no tenía acceso al crédito y que venía de transitar una crisis cambiaria que había debilitado aún más a una moneda nacional ya débil.
Tan solo 99 días después del inicio de nuestra gestión, se implementó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, fruto de la rápida circulación a nivel mundial del Covid-19. En las condiciones económicas que ya padecía la Argentina, el golpe fue tremendo. Cuando más se necesitaba al Estado para lograr proteger el tejido social y productivo de la Nación, nos encontrábamos con un Estado profundamente debilitado. El nivel de esfuerzo y concentración que observé en su gabinete y en los equipos de los distintos ministerios involucrados en dar respuesta a la situación fue conmovedor.
En la economía, siempre hay disyuntivas. Esas disyuntivas se acentúan cuando los instrumentos con los que se cuenta son de menor calidad. En esa Argentina sin crédito, pobre de instrumentos, se implementó un conjunto de políticas de protección de las capacidades económicas y sociales sin precedentes. Las dos políticas de mayor impacto fueron el programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP), con el que se subsidió hasta el 50% del salario de las y los trabajadores registrados del sector privado, y el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que protegió principalmente a los hogares en donde no se percibían ingresos formales vía transferencias de ingreso que alcanzaron a 9 millones de beneficiarios. La impresionante recuperación económica del año 2021, que incluyó un crecimiento del PIB de 10,4%, una fenomenal recuperación de la industria nacional, la creación de más de 1,1 millón de puestos de trabajo (con una reducción de la tasa de desempleo del pico de 13,1% a mediados de 2020 a 7% en el primer trimestre de 2022), un crecimiento de la inversión de 32,9%, una reducción de la tasa de pobreza de casi 5 puntos porcentuales en un año, y notablemente en un mundo en donde la pandemia fue profundamente desigualadora, una reducción de la desigualdad personal de los ingresos (a pesar de que las restricciones sanitarias tuvieron un mayor impacto en los sectores no registrados de la economía), es en gran medida el resultado de esas políticas así como de haber destinado los dólares que genera la economía para la reactivación en lugar de destinarlos al pago de deudas públicas externas insostenibles.
Es muy importante notar el crecimiento de la generación de divisas del país. ¿Por qué? Porque si el crecimiento económico no viene acompañado de generación de divisas, terminamos teniendo problemas cambiarios, que redundan en contracciones de la actividad, el empleo y en presiones inflacionarias. Y todo ello genera angustias sociales en lugar de tranquilidad. En 2019, las exportaciones de bienes del país eran de 65 mil millones de dólares. Hoy ya superan los 80 mil millones de dólares, y se proyectan cercanas a los 90 mil millones de dólares para finales de año. Y esto no es solamente una consecuencia de aumentos de precios internacionales, sino que se debe también al aumento de los volúmenes exportados. Estos resultados también son en parte el fruto de una política económica que puso a la producción y al trabajo en el eje central.
Y hay un enorme potencial hacia adelante. Su decisión de recuperar primero y fortalecer luego el sistema científico y tecnológico del país es una gran noticia para el futuro, porque implica una mayor construcción de las capacidades que el país necesita para generar conocimiento y saber aplicarlo en la producción. Enfrentamos también una oportunidad histórica para acelerar el desarrollo del sector energético, lo que sería transformacional para nuestros sistemas productivo y laboral, y también para las características de estabilidad de la economía. Argentina tiene con qué construir un gran futuro. Tenemos los recursos humanos y físicos para ello.
A pocos días de asumir, presentamos al Honorable Congreso de la Nación el proyecto de Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva que fue el primer paso de muchos más para fortalecer el sistema tributario argentino, dándole mayor progresividad, mejorando su capacidad de generar financiamiento genuino para un Estado presente y alineando la carga tributaria con la necesidad de tener una economía más competitiva, dinámica y con equidad federal. La reforma del Impuesto sobre los Bienes Personales, un nuevo esquema para el Impuesto a las Ganancias de las Sociedades y la revisión de la estructura de alícuotas de los derechos de exportación son sólo algunos de los hitos de esta importante tarea.
Vuelvo a las deudas insostenibles. En el período 2016-2019 creció la deuda pública denominada en moneda extranjera en 100 mil millones de dólares, lo que incluyó un endeudamiento de 44.500 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional, monto récord en la historia de préstamos del organismo — de todos esos endeudamientos tóxicos, aquel con el FMI es el más tóxico de todos. Y además se cometió la barbarie histórica de suspender los pagos de la deuda pública en pesos, aquella denominada en la moneda que emitimos. Trazamos una estrategia integral para abordar todos esos problemas, y pudimos llevarla a cabo de una forma que ha fortalecido a nuestro país, y en algunos casos ha permitido evitar el daño potencialmente enorme que aquellos endeudamientos externos conllevaban.
Desde el día 1 de gestión trabajamos en reconstruir el mercado de deuda pública en pesos. El crédito público en la moneda local es un pilar de la construcción de un Estado Nación fuerte. Contar con un instrumento del Estado libre de riesgo le da un ancla a la economía; permite que las necesidades de financiamiento de las políticas públicas no terminen debilitando a la moneda nacional (cuyo fortalecimiento es otro pilar de la construcción de un Estado Nación), y también posibilita el desarrollo de un mercado de capitales local al que las empresas puedan acudir para financiar las inversiones con las que generan más producción, empleo y futuro. Lo logrado en ese frente es de un gran valor, que hay que cuidar. El fortalecimiento del crédito público en pesos debe ser una política de la Argentina, no solamente de un gobierno.
En el año 2020 comenzamos y concluimos un proceso histórico de reestructuración de la deuda pública en moneda extranjera con nuestros acreedores del sector privado. Cuando alguien presta en un mundo de tasas de interés cero (como era el mundo de entonces, ya no el de ahora) a una tasa de 7% en dólares sabe que está tomando un riesgo. Si el riesgo de que las cosas no vayan bien se materializa, aparece un gran problema distributivo y de eficiencia productiva. Cuando quien gobierna lo hace en pos del bienestar de su pueblo, debe hacer todo lo posible para que ese riesgo no lo termine pagando el propio pueblo en la forma de ajustes draconianos que generan exclusión, desempleo, desinversión en salud, educación, infraestructura, ciencia, y así un país con un peor futuro, a expensas de mantener retornos financieros insostenibles para quien en parte tomó una apuesta. Los intereses en juego eran muy grandes. Los poderes que eran parte de esta disputa eran grandes. Y nosotros jugamos fuerte de verdad, con acciones con retas, la gran mayoría invisibles para el público por las características del problema a resolver, más que con retóricas inconducentes. Construyendo un sentido común en el mundo y en el país que fortaleciese nuestra capacidad de acción. Y cuidando cada palabra, siempre con la responsabilidad de actuar en pos del objetivo de hacerle bien a nuestro país. Se logró un acuerdo que tuvo características destacables.
Primero, un alivio de pagos de alrededor de 35 mil millones de dólares en una década, bajando la tasa de interés promedio desde aproximadamente 7% a aproximadamente 3% en dólares. Segundo, se le dio un tratamiento equitativo a los títulos públicos emitidos bajo legislación extranjera y legislación argentina, cuidando así a lo nuestro, sentando un precedente muy valioso para el desarrollo de un mercado de capitales regido bajo legislación argentina. Tercero, la tasa de consentimiento en el proceso de canje de deuda