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Opinión Una elección sin elección

Nicaragua: el difícil camino para los comicios íntegros y competitivos

Leandro Querido, politólogo especializado en observación electoral

Hoy debían realizarse elecciones presidenciales en Nicaragua, pero el deterioro institucional y la desmedida vocación hegemónica de Daniel Ortega las han transformado en un simulacro insostenible.

 

 

Daniel Ortega se parece cada vez más a Anastasio Somoza. En esas vueltas de la vida, quien lo enfrentó ahora termina mimetizándose. Desde que asumió la presidencia en 2006, desplegó un plan sistemático de acumulación de poder. De esta manera, rompió con el pacto pos conflicto de los 80, cuya característica era la alternancia en el poder. Hoy ha pasado una década y las pruebas están a la vista: cooptación de la Justicia y del Consejo Supremo Electoral, elecciones fraudulentas e intervenciones a los partidos de la oposición. En este contexto resulta imposible que se realicen elecciones íntegras, competitivas. En esta década, Ortega ha llevado a Nicaragua de un régimen autoritario competitivo a uno autoritario a secas.

En las elecciones presidenciales de 2006, Ortega capitalizó este escenario y se logró imponer con el 38% de los votos. El liberalismo llegó al 55%, pero en dos listas que se repartieron esos votos a la mitad.

 

 

Aquí comienza la segunda parte de la película, la que se ocupará de concentrar la suma del poder público y de eliminar toda noción de competencia electoral.

El trabajo de Peraza es un gran estudio de caso de fraude. Comienza con las elecciones municipales de 2008, puntualmente con la Alcaldía de Managua. Ésta fue ganada por el liberal Eduardo Montealegre, pero un número de actas que sólo tenía el Consejo Supremo Electoral “volcaron” la elección en favor del candidato del FSLN.

 

 

Sin reelección desde la clausura del conflicto interno armado en el país en las elecciones presidenciales 2011, Ortega pudo presentarse de nuevo gracias a un fallo de la Corte Suprema muy polémico en 2009. Las elecciones se hicieron cada vez más opacas y esto fue reflejado en los informes de las Observaciones Electorales de la OEA y otros organismos. Producto de esos turbios procesos electorales el FSLN se apoderó de mayorías especiales en la Asamblea que terminaron consagrando en diciembre de 2013 la reelección indefinida, el sueño de Somoza. Pero a Ortega no le alcanzó y descabezó al principal partido de la oposición para imponer un presidente “oficialista” y aprovechó para exonerar en julio de este año a 28 diputados nacionales de la oposición de un plumazo con el pretexto de no tener “disciplina partidaria”. Este golpe de Estado hizo que la oposición se retirara de las elecciones. Con el giro autoritario consumado la fecha electoral se mantiene; sin embargo, todos saben que se trata de un simulacro, de una farsa que no se sostiene. Se trata de una elección sin elección, un acto irregular que todos saben que no tendrá ningún tipo de legitimidad.

 

 

En el medio de este conflicto el gobierno de Ortega se reunirá luego del 6 de noviembre con el secretario general de la OEA. Luis Almagro se ha mostrado preocupado y le ha hecho un lugar en su agenda a Nicaragua. Por su parte, el Congreso de Estados Unidos presiona a su manera.

En septiembre sancionó una ley que condiciona el financiamiento y la inversión en el país centroamericano. Las elecciones de hoy caen en la clasificación de las elecciones propias de los regímenes no competitivos, “sin sorpresa”. Esto ocurre cuando un gobierno autoritario desnaturaliza el proceso electoral desconociendo los derechos políticos de sus ciudadanos a elegir y a hacerse elegir. De este modo, Ortega se muestra decidido a tomar el mismo sendero de Anastasio Somoza.

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