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Opinión Son los sentimientos más dañinos y retrógrados

El odio y la envidia, en el entorno social

Alberto Benegas Lynch (h)

Economía para Todos

Hay por cierto muchos elementos corrosivos que obstaculizan y atentan contra el buen desempeño y las armónicas relaciones entre las personas. Esto es desafortunado puesto que, objetivamente considerado, de no existir esas barreras la situación de todos mejoraría. Pero sin duda, los mayores daños —demoliciones podríamos decir con justeza— son provocados por los celos y la envidia que todo lo destrozan a su paso y cuanto más cercanas las relaciones más venenosos los dardos y la ponzoña de las tribulaciones y los consecuentes embates solapados. Contemporáneamente nadie tiene celos y envidia por los despliegues de la magnífica oratoria de Cicerón ni por sus formidables escritos, pero en cambio se descargan con furia contra los allegados siendo el blanco más preciado la propia familia que es donde habitualmente se producen los mayores estragos.

 

Celos y envidia son actitudes fronterizas y muchas veces difíciles de distinguir. Lo primero hace referencia a una relación triangular donde está en juego el celoso, la persona a quien se cela y un tercer participante o terceros a manos de quienes el celoso estima que corre el riesgo de salir perdidoso. Hay aquí un proceso de suma cero: el celoso considera que lo que él pierde otro u otros ganarán. Mientras que la envidia implica una relación bilateral, es el fastidio porque otro cuente con una situación mejor. En ambos casos hay un complejo de inferioridad que afecta grandemente la autoestima y significa un alto grado de inseguridad. De todos modos, como decimos, no es siempre fácil distinguir uno de otro sentimiento donde el resentimiento juega un rol decisivo.

 

Es realmente increíble pero estos elementos perniciosos, por ejemplo, aparecen con fuerza cuando se forma un equipo en el contexto de las relaciones laborales y deportivas. En lugar de percatarse del hecho de que cuanto mayores sean los talentos que se reúnan mejores serán los resultados para todos, irrumpe la obtusa idea de que se corre el riesgo de que los más destacados “le harán sombra” a los demás.

 

Estos sentimientos son peligrosos también porque frecuentemente se deslizan al odio. Como ha consignado Lord Chesterfield: “Estas personas odian a quienes les hacen sentir su propia inferioridad”. Por supuesto que lo dicho no tiene relación alguna con la sana inclinación a emular al mejor, más aún este sentimiento ayuda enormemente a mejorar al tomar como punto de referencia y guía toda manifestación de excelencia.

 

Constituye un incentivo clave para el autoperfeccionamiento. La admiración al mejor constituye un rasgo de honestidad intelectual y sabiduría.

 

El celo y la envida son unos de los motivos por los cuales hay quienes recomiendan seriamente la pobreza como meta de sus recetas sociales. Con todos chapoteando en la miseria no parece haber motivo importante para el celo o la envidia, aunque muchos de estos predicadores son contradictorios ya que simultáneamente a sus alabanzas a la pobreza material la condenan pero siempre recurriendo a sugerencias que en verdad empobrecen. Es un galimatías difícil de entender pero curiosamente los consejos son aceptados por más de un incauto.

 

El celoso y el envidioso revelan una marcada tendencia a endosar la responsabilidad de todo lo que les sucede a otros, habitualmente a los que son objeto de celo o envidia.

No asumen su propia vida y no absorben los costos por sus actos desacertados. Es como si la desgracia pudiera aliviarse al echar la culpa a otros.

 

Se vuelcan al diván del psicoterapeuta al efecto de descargar sus enojos con terceros y su vacío existencial a la espera de alguna pastilla salvadora, pero pocas veces toman las riendas de sus propias vidas.

 

Erich Fromm desarrolla la tesis de la frustración que opera en los celosos y envidiosos, concluye que, como no existen argumentos, esa situación suele conducir a la violencia verbal y a veces física con un estado de agresividad que pone en peligro no solo la estabilidad emocional del sujeto en cuestión sino la convivencia civilizada de quienes lo rodean.

 

Adam Smith se refiere a los inmensos daños de estas personas que se molestan grandemente por el éxito ajeno y sostiene que la institución de la propiedad tan necesaria para el progreso – especialmente para los más necesitados- debe ser cuidadosamente protegida de la envidia, la malicia y el resentimiento: “Solo la protección de la autoridad civil hará que el propietario de bienes valiosos, adquiridos con el trabajo de muchos años o acaso con el esfuerzo de muchas generaciones, pueda dormir una sola noche seguro”.

 

Precisamente, Smith puntualizó el proceso por el cual cada uno siguiendo su interés particular mejora la condición de su prójimo puesto que en una sociedad libre debe servirlo para prosperar con lo que el resultado trasmite fortaleza a los más débiles vía el mejor aprovechamiento de los factores de producción, todo lo cual es saboteado por el celo, la envidia y el deseo de apoderarse del fruto del trabajo del vecino.

 

Schopenhauer, por su parte nos dice que en el reino animal no se ve placer por atormentar a otras bestias, solo ocurre esto con los humanos y que “el rasgo más perverso de la naturaleza humana sigue siendo la alegría por el mal ajeno, ya que ella se halla en estrecho parentesco con la crueldad” y concluye que la envidia “es el alma de la unión de todos los mediocres” y al igual que Max Scheler apunta a la sensación de impotencia que embarga y consume a los especímenes a que nos referimos.

 

El quinceavo capítulo de la magistral obra de Schoeck se titula “El pecado de ser diferente” donde en consonancia con el resto de su libro y con lo escrito por otros destacados autores, enfatiza la importancia de que cada persona es única e irrepetible por una sola vez en la historia de la humanidad y que esas diferencias resultan indispensables para el progreso moral y material, diferencias tan irresponsablemente saboteadas por los socialistas que, sustentados en la envidia y en el equívoco, propugnan la guillotina horizontal en nombre del así denominado progresismo.

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