La caja del juguete era tan grande, que no cabía en el baúl, y la tuvimos que forzar para que entrara en el asiento trasero.
Se trataba de un tren a pilas, con una gran pista en forma de número ocho.
Al anciano no le quedó otra alternativa que subir adelante. Estimo que superaba los 80 años. De esos tipos que sin conocerlos, ya te dan idea de buenazo; que al sentarse te da dos palmadas en la rodilla y te indica el destino con una sonrisa.
- ¡Ordene patrón! ¿A dónde lo llevo?
- Pa´ La Banda mijo.
Era el 5 de enero, víspera de Reyes, y lo que uno intuye es que le llevaba para algún nieto o bisnieto. Pero para llegar a esa pregunta, uno tiene que husmear por otros carriles...
- ¿Anda haciendo de Melchor o de Gaspar?
- De cualquiera de ellos, ja ja ja.
- Se debe haber portado muy bien ese nietito como para ligar semejante regalo...
- No, no es para un nieto.
- ¡Bisnieto!
- Tampoco.
- Eh... ¡SOBRINO NIETO!
- ¡Menos! ¿Sabes qué? antes de que sigas intentando adivinar, te cuento. Ya crié seis hijos. Dos varones y cuatro chinitas. Tuvieron siempre sus regalos, tanto en Navidad como en Reyes, y por supuesto en el Día del Niño... Estudié y trabajé arduamente para darles todos los gustos. A cambio, me dieron unos hermosos nietos, y que a su vez me obsequiaron bellos bisnietos. Y lo más importante: ¡SANITOS!
Estoy viudo hace once años, vivo solito pero feliz, porque la mayoría de ellos me visita y todos tienen la llave de mi casa. Me jubilé muy bien, con un sueldo de la Nación, en la misma repartición que mi padre fue cadete. Él ganaba monedas, pero aún así, no la dejaba trabajar a mi madre... ¿Vio cómo era la gente antes? ¡Porfiaos! Pero laburante, muy laburante el gringo.
Bueno, la cuestión es que, lo que me averguenza contarte, es que el trencito es para mí, porque a ellos nunca les alcanzó para comparmelo.