Por Marcelo Bruchanski (*)
Infobae
Las estadísticas de los últimos 38 años muestran que la Argentina, en el acumulado, fue superavitaria en el comercio exterior de bienes y servicios. Esto significa que fueron más los bienes y servicios que le vendió al mundo que aquellos que le compró al mundo. Desde ya que algunos años, como en la década del noventa o en el presente, nuestro país puede ser (muy) deficitario. Pero si se compensan los años de superávit con aquellos de déficit (considerando la inflación en dólares), el resultado fue positivo.
De hecho, se pueden tomar las estadísticas menos confiables que existen desde principios del Siglo XX y el resultado es el mismo: en el acumulado y a la larga, la Argentina fue superavitaria. Lo mismo sucede, por ejemplo, para el grupo de países que conforman la Aladi-Asociación Latinoamericana de Integración (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela). En conjunto y en el acumulado de los últimos casi 40 años, estos países le exportaron al mundo más de lo que importaron de este. América Latina es una región con un relativo equilibrio en cuanto al comercio de bienes y servicios.
Pero a nivel mundial, lo que predomina no es el equilibrio, sino todo lo contrario. El déficit externo de bienes y servicios que se destaca sobre el resto es el de la principal economía del mundo. En 2017, el déficit de los Estados Unidos superó los 568 mil millones de dólares. Este déficit viene siendo compensado por los superávits de los países que componen la Eurozona (principalmente gracias a Alemania, Irlanda y Holanda) y China por 460 y 210 mil millones de dólares, respectivamente. Este fenómeno mundial no es nuevo y fue bautizado originalmente como “desbalances globales”: siempre que haya un deudor tiene que tener como contraparte a un acreedor.
Existe un sistema monetario y financiero internacional fuertemente asimétrico que promueve los desequilibrios mencionados. Funciona esencialmente a partir de la moneda que emite un único país. Dicho país, además, establece cuál es la tasa de interés de referencia internacional y define discrecionalmente cuándo aumentarla o bajarla.
Numerosas crisis financieras y cambiarias en países de América Latina o del sudeste de Asia tienen su origen, entre otras cosas, en la decisión por parte de los Estados Unidos de subir la tasa de interés. Además, existe una arquitectura internacional que promueve la desregulación financiera y restringe la administración de los flujos financieros por parte de los países más pobres. De lo cual surge un interrogante ¿Nuestras democracias son compatibles con la globalización financiera?
Debería resultar, al menos, paradójico que países con un balance comercial de bienes y servicios relativamente equilibrados queden expuestos a crisis, y luego a la auditoría de sus cuentas por parte del Fondo Monetario Internacional, cuando eso no ocurre para las economías más grandes cuyos desequilibrios son sensiblemente más profundos. Los países más pobres deben conseguir financiamiento externo (en moneda dura) para acumular reservas internacionales como medida precautoria frente a una potencial crisis y para financiar la fuga de capitales hacia guaridas fiscales. Es decir, el financiamiento externo no se destina mayormente al pago de importaciones.
El G20, con posterioridad a la crisis Subprime, elevó una serie de propuestas para reformar el sistema monetario internacional, pero la mayoría de ellas no prosperó o fueron insuficientes. También desde la academia se planteó la necesidad de modificar el funcionamiento del sistema monetario internacional, de hacerlo más equilibrado, pero las consignas nunca lograron aplicarse.
En ese marco, China y Rusia, entre otras economías intentan prescindir del dólar estadounidense mediante acuerdos comerciales bilaterales. En América Latina, contamos desde 1980 con el Convenio de Pagos y Créditos Recíprocos de la Aladi que resultó exitoso en la década del ochenta en el contexto de la crisis de la deuda. Algunas de estas temáticas serán tratadas en la primera reunión del People-20/Pueblo-20, un espacio de debate integrado por universidades, organismos no gubernamentales y organizaciones sociales. El lugar de reunión será el Centro Cultural de la Cooperación.
En la medida que el sistema monetario internacional vigente presenta variadas falencias, las propuestas no deben ser solo de reforma del sistema en sí, sino también en favor de políticas que acoten los problemas generados sobre los países más pobres. En el caso de América Latina en general y de la Argentina en particular resulta evidente que los problemas externos tienen, desde mediados de la década del setenta, un carácter fundamentalmente financiero, lo que tampoco significa descuidar los temas de comercio, la industria y la ciencia y tecnología aplicada.
(*) Economista UBA e investigador Conicet- CCC.