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Opinión #ConversacionesConUnDirector

Casting a la Inversa

Buscando al gordo. Coautor: Hernán Kriscautzky.

Marzo de 1998, mi penúltimo año en la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Córdoba. Esa mañana llegué re tranquilo al microcine del lugar. Nos habíamos presentado a un concurso de guiones y el que seleccionasen como ganador sería filmado entre todos los alumnos del cuarto año de la carrera.

Sería el primer largometraje (y para algunos el único) de mis compañeros y yo. La primera escala en un sueño que se volvería realidad para al menos uno de los allí presentes.

Yo había escrito una historia dura, un drama que hasta el día de hoy suena casi grotesco por la crudeza del tratamiento audiovisual que se da a un ambiente marginal y violento, lejos de la mercantilización a que se lo somete hoy. Ustedes se preguntaran si estaba nervioso por el veredicto. Nada que ver, estaba re tranquilo tomando mate con peperina junto a Osvaldo y Lucas, mis compañeros de estudio. Con mis 19 años y por las características del guión, creía que no tenía chances de ganar.

Entró el profesor, saludó y dijo:

_ Ha ganado el guión del santiagueño. No sé cómo van a hacer para filmarlo.

Y se fue. Dejándonos para que trabajemos el proyecto, y con un guion muy complejo de hacer.

Teníamos hasta fin de año para entregar la película terminada. Si hacíamos un buen film, pasábamos a quinto, si no les gustaba recursábamos. Fue la primera vez que sentí una mochila de piedra en la espalda, porque teníamos que hacer una colecta entre todos los compañeros para el proyecto y dependía en gran parte de que yo haga bien mi trabajo como “armador”, como director del equipo, para que aprobemos el año. Mis compañeros estaban todos entusiasmados y contentos por el desafío. Viéndolo a la distancia, supongo que también porque se habían quitado la carga de semejante responsabilidad.

Manos a la obra: asignar los roles y a buscar locaciones, conseguir dinero, elementos y hacer un casting de actores.

Un casting por lo general consiste en hacer un llamado y elegir entre los postulantes a quienes pueden interesarte, ya sea porque tengan condiciones afines al “fisique du role” (una apariencia similar) a la imaginada por el director y guionista para el personaje, o porque puedan llegar servir en algún momento del rodaje por sus antecedentes o características personales. De ahí, a tomar las pruebas y luego ver y volver a ver esos videos para elegir el correcto.

En este caso no fue así. En esa época no había redes sociales y la convocatoria se hacía por diario, radio o TV. En otras palabras, mucho dinero. Justo lo que no poseíamos, ni mucho ni poco. Tuvimos que aprender un método distinto, que aún sigo usando. Un método adecuado a nuestra realidad y que yo denomino “El método del Todo por dos pesos”.

En lugar de que la gente venga a presentarse a un casting, salimos a buscar a los actores o a cualquiera que pudiese actuar (y estuviese dispuesto a hacerlo, a aprenderse el guion, ensayar y sobre todo dejarse dirigir por un desconocido), todo eso gratis. Durante las siguientes semanas íbamos a todos los ensayos de obras de teatro under. Ahí veía qué es lo que podía darme cada actor. A otros los elegí por el parecido con el imaginario del personaje, o porque me topé con ellos de casualidad, como el caso de una cajera del supermercado que terminó siendo la coprotagonista de la película; o el ferretero del barrio y un peluquero a domicilio que me llamó la atención cuando lo crucé mientras él iba a hacer su trabajo.

Y por supuesto los extras, héroes anónimos de las filmaciones, elegidos porque deben ser funcionales al decorado. Ahí participaron amigos, parientes, gente de los distintos barrios donde se filmaba. Desde Policías a Prostitutas y proxenetas pasando por colectiveros y hasta las señoras que ocasionalmente se encontraban tomando mate en la entrada de sus casas y consentían en aparecer de fondo.

Palabras más, palabras menos en un mes ya teníamos el equipo. Estaban todos: técnicos, artistas, y todo el elenco…todo menos el protagonista principal.

El protagonista no tenía nombre. En el guión se hacía referencia a él como “El Gordo”. Tenía que ser un tipo alto, de gestos adustos, maneras toscas y torpes, y obviamente obeso. Por este motivo nos pusimos a recorrer las escuelas de teatro de los grupos ALCO y Gordos Anónimos de la ciudad de Córdoba. Pero nada… días y más días de búsqueda y nada.

Hasta que alguien nos dice que vayamos a ver una obra para niños, de hecho la obra de moda en esa época que incluso luego tuvo su propio programa en la televisión nacional y giras por todo el país. Que nos iban a presentar a uno de los actores que, según nos comentó esta persona que hoy no recuerdo quién era, sería justo para el protagónico.

Esa tarde puedo decir que he llorado lágrimas de sangre, pagando una fortuna que no tenía para ver el show de “Las Bananas en Pijamas”. La escena era surrealista, yo sentado en una butaca de un teatro repleto, rodeado de una multitud de niños pequeños con sus mamas, viendo dos bananas de peluche danzando al compás de una música. Una cosa muy bizarra para mi gusto. Los niños enloquecidos, los peluches gesticulando y mis oídos aturdidos por tanto barullo.

E invadiendo el lugar, la musiquita a todo volumen:

“Las bananas

en pijamas,

narana na na naná”.

Casi dos horas de goce para los niños y de sufrimiento para quien les habla. Hasta que terminó y me quedé solo en el lugar, disfrutando del silencio.

Siento un chiflido, a un costado una persona me hace señas para que la siga y voy a un camarín donde me dicen: “Pablo, aquí está Alberto, el gordo de tu película”. Frente a mí, una de las Bananas en Pijamas. El muñeco, una cosa gigante de más de dos metros, se abre el cierre y poco a poco sale Alberto Ponce.

El silencio cuando se vació la sala fue el primer momento de paz de la noche. Ver a Alberto con su majestuosa fealdad fue el segundo.

Había encontrado a EL Gordo, protagonista de Carne. Mi ópera prima y su primer protagónico en cine, luego del que se convertiría en el actor de culto del llamado “Nuevo Cine Cordobés”.

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