En su discurso de asunción en las escalinatas del Congreso de la Nación, el presidente Milei emitió la siguiente frase: “la victoria en la batalla no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo. Por lo tanto, Dios bendiga a los argentinos y que las fuerzas del cielo nos acompañen en este desafío”. Asimismo, destaco:” No es casualidad que esta inauguración presidencial ocurra durante la Fiesta de Janucá, la Fiesta de la Luz, ya que la misma celebra la verdadera esencia de la libertad.
Religión y política
El uso de la religión en la política es una práctica añeja y efectiva en cuanto a la movilización, y unificación, de las masas, como también de la legitimación de acciones gubernamentales. Este antiguo experimento produce una banalización y desnaturalización de los símbolos y mensajes religiosos cuando se usan como soporte de una ideología política.
Desde su llegada al ámbito político en 2021, cuando es electo Diputado Nacional con el 17 % de los votos, el líder de la Libertad Avanza tuvo una marcada y evolutiva característica es sus discursos políticos, el competente religioso. Este elemento diseñó una intrincada relación entre lo político/divino, una retórica maniquea que vive en constante batalla contra la gente del mal. Esta narrativa inexorablemente produce una manipulación en las emociones de los receptores que se acopla a esa desintegradora y excluyente grieta, objetivo primordial del gobierno libertario para su modificación de la matriz política, economía, social y cultural de nuestro país.
Este uso del lenguaje celestial reinstala una práctica medieval que fue base del régimen absolutista: el derecho divino. Este derecho daba a los reyes legitimidad divina, eran elegidos por Dios para gobernar, por ende, sus decisiones eran incuestionables.
Percepción pública
La persistente utilización del lenguaje y simbología religiosa por parte del presidente Milei busca moldear la percepción pública de un Mesías, hijo de Dios, que
viene a rescatar a la Argentina de la decadencia moral, social, cultural, política y —sobre todo— económica, producida por el “satánico colectivismo peronista al que
hay que desterrarlo”. Esta narrativa indudablemente conllevará la instalación de un sistema que oscilará entre lo autoritario y lo totalitario. Indubitablemente, esto produce en la actualidad tensiones innecesarias que soslayan poco a poco la tolerancia, bifurcando la sociedad y la democracia formal.
Aun con esos resabios formales, la sociedad argentina tiene la democracia como forma de vida, con sus resortes institucionales reinstaurados desde hace 40 años ininterrumpidos, para impedir que la discursiva del autoritarismo/totalitarismo derivé en la degradación de su calidad de vida.
