El Papa Francisco en la Evangelii Gaudium dice: “la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por El que nos mueve a amarlo siempre más. ¿Pero qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?” (EG 264).
Mama Antula, refiriéndose al origen de su apostolado después de la expulsión de los Jesuitas dirá: “los principios yo no sé decirlos, sino Dios lo sabrá, cómo me entró tan fuertemente esta inspiración”. El amor inspira, llama, e impulsa a la misión. En la solicitud para organizar los ejercicios espirituales al Virrey Cevallos, María Antonia, dirá que ante las necesidades espirituales surgidas por la expulsión de los jesuitas se decidió a salir buscando dar respuesta a estos males. Es este un gesto de amor.
Su salida es un salir de sí misma, vaciarse de sí para que Dios llene su corazón de amor para compartirlo con los hermanos. Ya en el inicio de su ministerio apostólico en Santiago del Estero comienza a cosechar los frutos de esta entrega de amor: “convoca a los fieles de ambos sexos, los recibe con amor, los mantiene con generosidad, los edifica con su ejemplo y la mies resulta abundante” (Oración fúnebre del Padre Pedriel).
La vocación misionera de Mama Antula es una vocación de amor. Su apostolado misionero la lleva a organizar los ejercicios espirituales en todo el país y hasta en Uruguay para comunicar el amor de Dios. Las conversiones, los cambios en las costumbres y moral de los pueblos testimonian su acción misionera.
Junto a los ejercicios espirituales realizará innumerables obras de amor: asistencia a los pobres, acogimiento a mujeres de mal vivir, educación de niños y jóvenes, visita a los enfermos y consejos de vida espiritual a todos.
Toda su vida hablaba del amor de Dios y no tenía otra finalidad que Dios fuese amado: “hacerle amar cuanto es de amable por todas sus creaturas”, por eso, la llamamos “la misionera del amor”.