El problema no es que critique a un sector que lo interpela —cosa que todo líder debe estar dispuesto a enfrentar—, sino que apunta su discurso a la persona, al profesional, al rostro que lleva el micrófono, y no al trabajo que realiza. Y esa diferencia es crucial. Porque no se resuelve nada despreciando al periodista, se analiza, se evalúa, se critica la labor que desempeña, y para el medio que lo hace. Así funciona una democracia saludable.
Ningún profesional está por encima de la verdad ni exento de errores. Pero decir que los medios “mienten todo el tiempo” y que los periodistas son peores que los políticos, no es una crítica constructiva: es una descalificación masiva, peligrosa, y que fomenta la desconfianza sin matices. Porque si todos mienten, ¿quién nos cuenta lo que pasa? ¿Quién controla al poder?
Señor presidente, los periodistas —por lo menos en este medio— no mentimos, ni disfrazamos la realidad, contamos como vive el santiagueño de a pie, y como vivimos nosotros.
El oficio periodístico, imperfecto como cualquier otro, es también una trinchera incómoda: se ejerce con presiones, con amenazas, con contratiempos. No hay "pauta" que compre la vocación de investigar, ni hay recorte que impida que la información fluya, ni tampoco al clamor popular. El buen periodismo se sostiene con pasión, con retrato de la sociedad, porque de no ser así, ya no existiría el diario en papel, pero la gente lo sigue adquiriendo, para verse reflejado en él.
En una sociedad libre, hay periodistas buenos y malos. Hay medios que hacen un periodismo comprometido y otros que operan según intereses. Pero, como ciudadanos, debemos exigir transparencia sin caer en el odio. Porque el odio nubla, simplifica, aplasta. Y cuando uno deja de distinguir entre el periodista y su trabajo, entre la pregunta y la persona que la formula, deja de ver la democracia como un diálogo y comienza a verla como un campo de batalla.
“Si la gente conociera cómo son realmente los periodistas, los odiaría infinitamente más que a los políticos”, dijo nuestro presidente. Yo le puedo decir que si la gente conociera más a los jubilados, a los docentes, a los alumnos de las escuelas públicas, a los médicos del Hospital Garrahan, a los empleados de cualquier rubro que no llegan ni a la segunda semana del mes, lo odiarían más a usted, que a un simple periodista.
Se puede estar en desacuerdo con un medio. Se puede denunciar una operación. Se puede incluso demostrar que una noticia fue falsa. Pero no se debe sembrar la idea de que todos los periodistas son “infinitamente” despreciables, porque eso solo sirve a los que quieren gobernar sin ser cuestionados.
No se odia a la gente por su oficio, se le exige que lo haga correctamente, con dos dedos de frente.
Por Dalton Sayago
Redacción del Nuevo Diario