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Opinión Relato ciudadano de ???Tito??? Auat, docente

Mi fervor mercedario

???Hoy, cuando los males físicos y espirituales pretenden apoderarse, basta una invocación para que su figura milagrosa devuelva salud y alegría de vivir???.

¡Santa patrona... estaba en deuda con usted! Si mi desposorio lleva ya varias décadas, entonces es de agradecido militante de su divinidad dar a conocer la historia. “Patrona de los cautivos y redentora de los humildes”, que pronto abonará la friolera de 800 años de su santidad —desde que San Pedro Nolasco creara la congregación—, un humilde devoto quiere dar testimonio de tu aureola milagrosa.

 

Con precisión cronológica se instala la historia el 24 de septiembre de 1959. En la mañana pueblerina la reunión de los changuitos fue el acicate para el desafío. Era una “amenaza” que llevaba un tiempo ya. Simplemente, una carrera de burros, con dos jinetes cada uno. Los contrincantes, mi hermano en sociedad con Reynaldo, en “La Chapina” y Felipe, conmigo en “El Peticolzo”.

 

Borricos y jinetes tomamos rumbo al punto de largada. Alistados y sin sacarse alguna ventaja desleal, a una invitación de Felipe, partimos como una exhalación. Pronto, nuestro “petiso” tomó la delantera. Lo que no sabíamos si era porque tenía más furia o simplemente porque entró a “desbocarse”, dejando de responder a sus “conductores”. Y finalmente, fue esto último porque promediando la distancia pactada dejó el andarivel de la cancha y se desvió por un caminito y nosotros volamos por el aire en sentido contrario, hasta caer encima de furiosos cactus que con sus finísimas espinas nos recibieron presuntuosos.

 

Ambos “pilotos” quedamos virtualmente como si hubiéramos participado de una sesión de acupuntura. Perdimos sensibilidad y comprobamos que esos estiletes habían inundado nuestros cuerpos. Llegó el auxilio de los contrincantes que pacientemente nos extrajeron esos cuerpos extraños de nuestra humanidad. No llegaron a hacerlo con una agresiva espina que se había quebrado en mi muslo izquierdo. Virtualmente, nos trasladaron a peso a nuestras casas.

 

Luego del consabido reto de mis padres —serían las 17 horas ya—, sufriente por los dolores que acuciaban, sentía que un retumbo de bombos y “cuetes” anunciaba una procesión. Era doña Nicolasa, la santera del pueblo, acompañada por numerosos fieles, que una vez más le rendían homenaje a la santa patrona. Atiné inmediatamente a bajar de la cama y tomé un medallón que guardaba celosamente entre “mis pertenencias”. Dificultosamente llegué a la calle y me acerqué a esa imagen, a la que ofrendé con mi humilde presente pidiéndole inmediata curación de “mis males” y “que cuando sea grande y forme una familia, a mi primera hija le pondría su nombre”.

 

No está de más decir que al otro día, como si nada hubiera pasado, concurrí normalmente a mi escuela. El milagro estaba concretado. Y ese pedazo de espina clavado en mi muslo izquierdo pasó a ser solo un recuerdo. Nunca más supe de su presencia. Pasaron los años. La conscripción militar me llevó a cumplir con la Patria, en Salta. Y el destino mismo quiso que tomara participación de una película basada en la vida del general Manuel Belgrano. Allí compartí junto a otros soldaditos con Ignacio Quiroz, Héctor Pellegrini, Enrique Liporace y Leonor Benedetto, entre otros, no menos de un mes. Y por esas cosas del destino, el director escogió a varios “actores extras” para que “acompañen al general al sublime acto de la entrega del sable y bastón, utilizado en la batalla de Tucumán, a la mismísima Virgen de las Mercedes, que presidía una procesión”. Luego fue nombrada “Patrona del ejército argentino”.

 

El destino más adelante quiso que formara una familia. Luego de algunos años, llegó nuestro primer vástago. Precisamente, una niña a la que sin duda alguna le pusimos Mercedes para cumplir con la promesa.

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