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Opinión #Opinión

Abuso Sexual Infantil

La semana pasada se viralizó un video del cantante del conjunto ???Mala Fama??? en el que se lo veía con su nieta a upa y con la mano bajo su remera.

Como ya venimos hablando en esta columna, los psicópatas integrados se camuflan y logran legitimarse socialmente.

 

¿Todos los abusadores sexuales son psicópatas? Si bien no todos los psicópatas son pederastas, hay un porcentaje que sí lo son y un porcentaje de estos puede llegar a abusar de sus propios hijos. Un pedófilo es alguien que tiene fantasías sexuales con niños y no necesariamente se instala en una posición psicopática. En cambio un pederasta (aquel que abusa sexualmente de un niño)si es un psicópata, que cosifica al niño y hace uso de él al pasar al acto.

 

Es importante recalcar que los abusadores no necesariamente van a ser personas agresivas ni violentas en lo fenomenológico. Nada los distingue de un neurótico común y corriente que no cometió mayores delitos. Lo que hay que evaluar es otra cosa más allá de la conducta.

 

El DSM al referirse a los abusos sexuales, afirma que en general, las personas que abusan sexualmente de un niño son miembros de su propia familia o conocidos muy próximos. El niño suele conocer a su agresor sexual. Estos agresores suelen ser personas que interactúan habitualmente con el niño y que pueden tener fácil acceso a él. Son además personas que a los ojos del niño están en una posición de autoridad y poder y en las que el este deposita grandes dosis de confianza.

 

Frente al abuso sexual, los niños suelen reaccionar habitualmente con miedo, culpa y vergüenza. Muestran reticencia a revelar el abuso que han sufrido y, con una mezcla de temor y tolerancia para con su agresor. En numerosos casos, estas personas también tienen la tarea de protegerlos; con lo cual la confusión y el sentimiento de culpa de los chicos se hace aún mayor. La reticencia de estos a hablar también se debe a que en muchos casos sus agresores los amenazan con herirlos, matarlos o abandonarlos (a ellos u otros miembros de su familia) si cuentan el hecho a alguien. O si la situación se hace pública.

 

Por todo esto, la verdadera cifra de abusos sexuales infantiles es muy difícil de calcular y tiende a estar sub-estimada. La actuación de los médicos que, ante la dificultad para obtener pruebas enteramente confiables y la incertidumbre sobre el futuro del niño, tienden a ser más bien reticentes a reconocer al abuso y efectuar la denuncia; e incluso de la justicia con su tendencia a victimizar por segunda vez a la víctima (aunque luego de algunos cambios recientes, esto ocurra menos que antes) también colaboran de alguna manera a mantener esta tendencia a que las denuncias no sean fácilmente realizables y que por lo tanto las estadísticas tienden a estar, como ya dijimos, sub-estimadas.

 

En muchos casos, tampoco las familias son muy proclives a realizar denuncias, ya que dado que el agresor suele ser un miembro activo del grupo familiar (muchas veces, incluso, es quien aporta una parte importante de los ingresos de dicho grupo), las familias suelen tener miedo de romper su unidad si denuncian el abuso. Los ciudadanos y profesionales también se sienten con dudas a la hora de denunciar, ya que temen que el niño sea re victimizado por las instituciones policiales y judiciales (por ejemplo, que deba declarar sobre el abuso en presencia del agresor o que sea retirado de su núcleo familiar para ser “protegido” e internado en una institución, etc...

 

Frente a la comentada dificultad del entorno y del propio niño para efectuar la denuncia, tampoco existen pruebas físicas que sean definitivas e irrefutables para comprobarlo y que puedan actuar como “contrapeso” para facilitar dichas denuncias. Existen indicios e indicadores físicos que pueden hacer presumir la agresión y entre ellos podemos mencionar principalmente a las magulladuras, el prurito, el dolor en la zona genital y a las hemorragias vaginales o rectales. 

 

También, aunque se trata de signos menos directos, a las infecciones urinarias recurrentes, la presencia de flujo vaginal, la aparición de enfermedades de transmisión sexual y la dificultad para caminar o sentarse. Este segundo grupo de indicios, como dijimos, es menos directo; pero no por eso deben ser descartados y se los debe tomar en consideración. Deben despertar sospechas que lleven a una profundización del análisis de cada situación.

 

Tampoco hay comportamientos (conductas) específicos del niño que prueben que ha habido abuso sexual. Pero no obstante, también existen algunas conductas significativas que permiten inducirlo. Una de las más habituales es la de aquellos chicos que saben excesivos detalles acerca del acto sexual antes de la edad en que normalmente deberían conocerlos. Los niños no pueden describir algo que no conocen con lo cual, cuando describen con detalle estos actos, es porque han sido testigos de actividades sexuales o han participado de ellas. Los que no pueden hablar y comunicar lo que han vivido, suelen expresarlo a través de los contenidos de sus juegos e incluso pueden comenzar a tener conductas sexuales con sus pares. 

 

Otras conductas que pueden ser tomadas como indicios son los comportamientos excesivamente agresivos o el repentino temor hacia los adultos.

 

Por otra parte, hay que tener presente que en los casos en los que el niño logra revelar información sobre una agresión sexual recibida, es muy posible que luego se retracte o que la ansiedad le impida que el relato sea completo, mucho más cuando sigue en contacto con el agresor y teme su represalia.

 

El grado de vulnerabilidad a las secuelas de estas agresiones depende del tipo de abuso, su cronicidad, la edad del niño y el tipo de relación global entre la víctima y su agresor. Los efectos psicológicos y físicos pueden ser duraderos y devastadores. El niño estimulado sexualmente por un adulto siente ansiedad y sobre excitación; pierde la confianza en sí mismo y se vuelve receloso de los adultos. 

 

La seducción, el incesto o la violación constituyen factores que predisponen a la formación posterior de síntomas (como fobias, ansiedad o depresión). Aquellos niños que han sido agredidos sexualmente tienden a estar híper-vigilantes frente a la agresión externa, lo que se expresa en incapacidad para combatir sus propios impulsos hacia los demás o la hostilidad de otras personas hacia ellos.

 

Los trastornos por estrés post-traumático y los trastornos disociativos son comunes en adultos que han sufrido abuso sexual en su infancia. Muchos niños víctimas de abuso sexual cumplen los criterios diagnósticos del Manual de Siquiatría DSM IV-TR para, por ejemplo, un Trastorno de Estrés Post-traumático. Son comunes también los síntomas depresivos, combinados con vergüenza, culpa y sentimientos de daño permanente.

 

No hay ningún tratamiento para los psicópatas, porque es una manera de ser en la vida, si van a estar sueltos en la sociedad van a seguir abusando, porque esa es su condición sexual.

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