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Opinión #Opinión

Regalar un NO

Baja tolerancia a la frustración, un síntoma de la época.

Queremos todo, lo queremos ya y queremos que sea exactamente como lo imaginamos, o mejor. 

 

Vivimos hiperconectados. Con las respuestas a las preguntas más complejas disponibles a un solo click. Podemos saber todo de todos, sin movernos de la silla.

 

Nos cuesta aceptar cuando algo escapa de nuestras posibilidades: Que otro tenga aquello que nosotros no. Que el pasto del vecino sea más verde. (¿Lo será realmente?)

 

Hablar de baja tolerancia a la frustración es ponerle un título a algo que nos atraviesa como humanidad, y que expone, quizás, el mayor de los desafíos que se nos presentan en la vida: el reconocer y asumir que no podemos todo. Y nos encontramos ahí, remando en dulce de leche, negándonos la posibilidad de ver que cuando una puerta se cierra, seguramente se abren varias ventanas que ofrecen paisajes hermosos y salidas alternativas. Salidas que  seguramente no son las imaginadas pero, porque no, más efectivas.

 

Mucho se habla de que los niños y jóvenes de hoy en día no toleran la frustración, no acatan las reglas, no tienen límites. 

 

¿Por Qué los chicos no toleran el no? Porque no se lo sabemos dar. Porque nadie puede dar aquello que no tiene.

 

Nadie dejaría un niño librado a su suerte al lado de una pileta llena de agua sin protección. Y por eso no podemos dejarlos librados a su suerte, sin poner límites que contengan sus desbordes.

 

Que fácil sería ser padres de niños que hacen todo bien. (Traduciendo el bien como aquello que es funcional a los padres.

 

Tengo una mala noticia: es fácil ser padre cuando todo son sonrisas. ¿Quién no quiere estar al lado de un bebé que sonríe y juega, que come su comida, duerme sus siestas y pasa de largo durmiendo de corrido de ocho de la noche a ocho de la mañana? O de un adolescente con un excelente rendimiento académico, vínculos sociales sanos, tiempo de ocio productivo, que hace deportes, voluntariado, levanta los platos a la hora de la cena y decide apagar el celular a las ocho de la noche.

 

Pero...vuelvo a la mala noticia. Los hijos no vienen a sernos funcionales ni a hacernos quedar bien. El desafío de ser padres poco tiene que ver con el hijo, salvo por el enorme punto de que no podemos serlo sin mirarlos; Sin conectar con su propia esencia, su unicidad especial y sin hablarles al corazón.

 

Es ahí, donde podremos ver cuáles son las cartas que nos tocaron en esta mano y pensar cuál será mi jugada más conveniente. Las cartas están echadas, el cómo decidir jugarlas está en nuestras manos.

 

Y he ahí el desafío. Ser padres, es enseñar a vivir.

 

Ser padres, es  enseñar que no todo se puede, que no todo se hace, que no todo es de ellos y que no siempre se gana. Que tras un “no” bien dado, aparecen muchos otros "si" que abren caminos inesperados. Y que lo inesperado puede hasta ser mejor que lo soñado. 

 

Ser padres, es también enseñar que a veces la vida duele. Que cuando duele hay que buscar remedios que ayuden a curar el dolor que, por más feo que sea, es una señal de que hay algo que solucionar y esa solución, en general, seguro algo tiene que ver con cómo vemos y vivimos la vida.

 

Es transmitirles a nuestros hijos que a veces tenemos que ocupar roles que no queremos; pero que son necesarios. Y que no siempre el más bueno es el que te dice a todo que si con tal de retenerte a su lado. 

 

Conlleva enseñar a caer, a levantarse y a sacudirse el polvo. Porque  quien quiere vivir, cae. Y los que mejor viven, es porque saben bastante sobre caer y levantarse.

 

Tenes que mostrarles que también fallaste. Que lloraste, sufriste, remaste y que después de todo eso aprendiste. Que lo que nos hace llegar lejos, no es lo que nos dan envuelto para regalo; sino aquello que ganamos con sacrificio.

 

Y que es justamente ese sacrificio, el que hace que aquello sea nuestro.

 

Enseñemos que para ganar, hay que saber perder. Y que saber perder, también es cosa de grandes hombres. 

 

Enseñemos a vivir, es saber envolver algunos “no” en preciosos paquetes de regalos. Convencerse que dándoselos, lejos de coartarles la libertad, los ayudamos a crear sus propios caminos, a abrir sus alas, a saltar.

 

Solo podremos enseñarles a tolerar la frustración, cuando la toleremos nosotros. 

 

Asumamos que no podemos hacer felices a nuestros hijos siempre, todo el tiempo y de la exacta forma en que lo imaginamos o mejor, es una buena manera de empezar a andar el camino.

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