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Opinión #Opinión

Mujer y Joven Profesional en Pandemia

Un día mi vida cambió. Dio el giro de ciento ochenta grados que tanto anhelaba. Después de mucho sacrificio, la vida me dio su recompensa…

 

Esta oración, fácil y rápida de leer con que comienzo la nota, contiene algo que me llevó treinta y un años de vida expresar. Pues actualmente el ser abogada, mediadora y especialista en gestión pública, es producto de una gran lucha de vida, acompañamiento familiar y fuerza espiritual.

 

Ustedes se preguntarán: ¿Tan así? Y es que cuando tu familia tiene un pesar de padres que le luchan a la economía y a mejorar su salud, es cuando la batalla la debes multiplicar.

 

Y sacar todas esas fuerzas y empuje de mujer para salir adelante.

 

En mi caso, opté por incursionar en el mundo de la moda y las relaciones públicas en eventos sociales nocturnos juveniles, lo que incluyó tolerar situaciones poco amenas para nuestro género, desde el sentimiento del miedo de volver al hogar sola a ciertas horas de la noche hasta el acoso por parte de quienes ni te conocen. Igualmente, todo lo hacía con la convicción de que sería para mejorar mi vida y la de los que me rodean.

 

El recibirme como abogada fue el pasito para darme cuenta de que todo continuaba significando triple sacrificio: más responsabilidades, menos dinero. Pero eso no importaba. Al contrario, confiaba en que estudiar y trabajar, aunque sea poco redituable en aquel momento, iba a llevar a que mi vida y la de mi familia mejorasen. Que andar en colectivo de un lado hacia otro, “aprisionada”, con temor a que alguien me robe, me toque o se “desubique”; o el ir caminando a consecuencia de cada paro de colectivos, soportando las largas distancias. En algún momento todo eso iba a tener su fin…

 

Y cuando todo transcurría en una vorágine de normalidad, mientras observaba que mi vida no avanzaba como esperaba, llegó la pandemia.

 

De la noche a la mañana me vi inserta en un encierro social, sin poder ver a parte de mi familia, sin ver a mis amigos, sin ser la joven que sentía su plena libertad en las calles de la ciudad. ¡Qué increíble pensarlo! Sí, que el COVID-19 nos modificaría la vida. Qué sensaciones en juego, todas las incertidumbres y con ello mis ideas que veían dos salidas posibles: El estancamiento y vuelta a “fase uno” de mi vida o El seguir luchando y confiando que sólo era una prueba más. Sinceramente, no pude optar.

 

Tuve que hacer lo que debía hacer, porque la esencia es tan leal con la vida que no entiende de pandemias…

 

Así fue que, como abogada de un hospital que quedó en la primera línea de la lucha contra el COVID, seguía trabajando de seis a diez de la mañana y al que como no tenía transporte iba caminando con mucho miedo a que pasara algo y nadie me socorriera; pero con la convicción de que me necesitaban allí para comprar insumos y pagar a los médicos que hacían todo lo posible para ayudarnos y salvarnos de este virus desconocido. Sólo ese pensamiento me movilizaba, porque volver a casa y sacarme toda la ropa en la parte de adelante, dejarla al aire, desinfectarla, entrar a bañarme y recién luego decir hola a mis padres, sí que era algo triste y muy difícil.

 

Era durísimo tener que sentir ese temor “a llevar” el virus a mi familia y pensar que por mi culpa podían contagiarse, sufrir falta de aire o morirse. Sí que era arduo luchar contra sus pedidos de “por favor no vayas al hospital, te necesitamos más aquí, que te cuides, tenemos miedo de que te pase algo”. Sí que era muy difícil contraponer un “NO” de mi parte, forzarme a pensar que todo estaría muy bien.

 

Obviamente que no tuvo otro fin más que alejarme de ellos para no continuar así, escaparme de aquello que me dolía escuchar y era cierto; pero que me impedía seguir ayudando. Fui a estar sola, a encontrarme conmigo misma. Entonces, mientras me hallaba en esa situación, por las tardes encerrada, aprovechaba el día buscando paz mental, ya sea haciendo ejercicios físicos o continuando con mis clases virtuales de la especialización. Fácil suena cuando lo cuentas; pero sinceramente mis sentimientos eran de no poder convivir con algo que rechazaba como las clases virtuales. Sí que me concentraba menos; pero sabía que era la única manera de llegar a un nuevo objetivo, ergo lo hacía con buena y mala voluntad.

 

Por momentos sentía que los días pasaban y no podía disfrutar nada de lo que hacía. Ver a mí alrededor tíos falleciendo por COVID, otros enfermos y yo bajo la auto-presión de seguir cuidándome siempre… imposible… mi libertad y felicidad no existían, no las encontraba. Dolía la situación y mientras rezaba con lágrimas en los ojos, todas las noches me dormía con la ilusión de despertar y decir “qué pesadilla tuve”. Pero eso nunca sucedió.

 

¿Qué hacer? Como dije recién, busqué mi cable a tierra y lo encontré trabajando y estudiando. Continué limitándome a seguir, sin vida social y con las restricciones impuestas, que si quería no las cumplía pues como empleada de salud mi “circulando” era 24hs. Pero, ¿estaba bien? “NO”. Mi instinto maternal, protectorio, me lo impedía. Agradezco que así sea porque creo que gracias a ello nunca me contagie ni lo hizo mi familia.

 

Hoy que me toca exponerlo me doy cuenta de lo trastornado de vivir así, todos los días, durante un año, perturbada de poder contagiarme con un virus desconocido, viendo que la economía del país empeoraba. Viendo gente sin trabajo queriendo trabajar. Viendo reclamos, sufrimientos, contactos solo a través de videollamadas, el boom de la implementación de modernización informática repentina y sin funcionar los tribunales, con los clientes de nuestros buffets reclamando justicia.

 

Es así que, a pesar de todo ello aproveché y actué en consecuencia. Todas aquellas causas de clientes que realmente eran urgentes, las trate como tales, extrajudicial y judicialmente cuando resultó necesario. Ojo, trasladarme era sólo gracias a un amigo, “mi chofer” pues todo continuaba igual que siempre. Hasta que, progresivamente, luego de solucionar aquellas causas; pero sin haber recibido honorario alguno a cambio, en plena pandemia todo se dio vuelta. Surgieron nuevas necesidades y con ello nuevas formas de trabajo para mí. Obviamente, una vez más aproveché y a pesar que todo se percibía como imposible de realizar, igual lo intentaba con la convicción firme y positiva que “SI” iba a poder lograrlo.

 

A pesar de que la realidad social me demostraba que todo se derrumbaba, esa conducta de pensar positivo llevó a que ese giro de que hable al principio comenzara a darse y todo se acomodara a mi favor. ¿Cómo? La gente a mí alrededor se beneficiaba por la labor que realizaba y yo recibía la recompensa multiplicada. Fue entonces que empecé a disfrutar ese beneficio: La satisfacción y el placer de conseguir equilibrio, el estremecimiento en la piel disfrutando los logros alcanzados por esfuerzo propio.

 

En pandemia adquirí mi primer vehículo, especulando y dudando si realmente lo merecía, aun sabiendo que era un medio que iba a ayudar a hacer mi labor más amena y segura. Y es que a veces como mujeres pensamos en auto-boicotearnos, sentimos que no nos merecemos y que todo lo que hacemos es por afecto, cariño, amor o beneficio de otro ser querido.

 

Pues no es así. Las mujeres necesitamos las retribuciones económicas para progresar, cuidarnos y sobre todo para independizarnos y sentirnos más seguras.

 

Sin lugar a dudas esta situación de pandemia ayudo a construirme y aportar un granito a la sociedad, pues fui invitada a participar de escribir un capítulo de libro sobre Embarazo en la Niñez y Adolescencia, aquel hecho que tanto duele a la sociedad y cuesta económicamente al Estado.

 

Sin lugar a dudas las mujeres nos necesitan.

 

Para finalizar, solo cabe decir que todo lo vivido me enseñó que cualquiera sea la “situación de lucha diaria” que como mujeres nos toque vivir, nunca será en vano siempre que tengamos vida para hacerlo, porque el tiempo pasa y debe ser aprovechado de la manera que mejor nos haga sentir y dé frutos sociales.

 

Pensar en el bienestar del otro produce un “efecto boomerang” en nuestra aventura personal.

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