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Especiales “Murió la madre beata, mujer necesaria”, la oración fúnebre del padre Pedriel

Las exequias de Mama Antula

La muerte arrebató la vida de quien, por más de 20 años, fue sierva del Señor. Sierva devota, fiel y prudente.

Agrandar imagen Celda en la que murió.
Celda en la que murió.

La oración fúnebre fue pronunciada el 12 de julio de 1799 por el Padre Julián Perdriel, O.P, quien acompañó a María Antonia de San José en los Ejercidos Espirituales durante muchos años.

Ya al comienzo señala como la muerte arrebató a: “aquella mujer fuerte, que por cerca de 20 años, la edificó con su vida ejemplar, y la santificó por su extraordinario celo; aquella mujer sierva del Señor, sierva devota, sierva fiel y prudente, declarada mortal enemiga del vicio y de sus sombras; amante firme de la virtud y propagadora incansable de la devoción: aquella mujer fecunda en pensamientos de santidad; diestra y humilde al comunicarlos; intrépida y confiada en Dios para ejecutarlos; constante a todas las pruebas en la necesidad de sostenerlos; aquella mujer superior a su sexo, émula y aun vencedora del varonil, rara y singular; cuyo corazón se inflamaba cada momento en deseos de nuestra santificación”.

Luego de describir las virtudes de Mama Antula señala lo más importante de su vida: la misión de santificar a las personas a través de los Ejercicios Espirituales. No hubo otra razón que la haya llevado a consagrarse a Dios, ni si quiera su propia santidad, sino la preocupación de que Dios fuera amado, que su Hijo Jesús conocido, que el Evangelio que es buena noticia llegue a todos porque estaba convencida que aquel que lo recibe con el corazón abierto verá su vida transformada para siempre. Sólo el Señor puede hacer nuevas todas las cosas.

 

Santificar las almas en “nuestra América Austral, fue pensamiento heroico, ejecución feliz, obra inmortal de la Señora Beata María Antonia de San José”.

Quién más que el Padre Perdriel podía describir a la “madre” con tanta ternura y acierto en sus virtudes y los efectos que causó en el pueblo de Dios: “Ahora mismo dirá el humilde campestre: “Murió la Madre. ¡Ah! ¡Bien vaya ella! Dios le pague su caridad. Por ella es que comencé a conocer a Dios, en su casa tomé aborrecimiento al pecado, y el gusto de la vida cristiana ¡Mujer santa! “Murió la madre santa –dirá reflexivo el hombre de negocios–. ¡Dios Santo! Por ella ordené yo las cuentas que temblando han rendido, aun los justos, al acreedor eterno”.

¡Mujer útil! “Allí fue –dirá la dama de placeres– donde yo advertí que los compraba al caro precio de llamas sin fin, y que la mortificación de que me dio ejemplo es el firme antemural de la inocencia”. ¡Mujer penitente! “Allí fue –dirá la doncella– donde yo me desenredé de unos lazos que me arrebataban a la perdición, donde vi el primer simulacro de santidad.” ¡Mujer virtuosa! “Allí fue –dirá el joven aturdido– donde yo recordé el sueño de los vicios, y conocí que mi locura había llegado hasta el extremo de creerme seguro en la orilla misma del precipicio”. ¡Mujer celosa de la salvación de sus hermanos! “Allí fue –dirá la devota espiritual– a sus cercanías, al suave olor de sus virtudes, donde tomé las primeras lecciones de la vida perfecta y comencé a correr tras las fragancias de los ungüentos del esposo”. ¡Mujer abstraída y escondida en Dios! “Murió la madre beata” –exclamarán los párrocos, los confesores, los sacerdotes–.

¡Ah, quién murió! Ella aliviaba nuestra carga, atraía nuestras ovejas, las alimentaba con pastos inmarcesibles, recreábalas con aguas de la fuente del Salvador”. ¡Mujer apostólica! “Murió la madre beata” –dirán los magistrados, y las santas iglesias, los cleros y sus prelados, el negociante y el artesano, el noble y el plebeyo, el grande y el pequeño–. ¡Mujer necesaria! “Murió la madre beata” –gritará un clamor triste desde la embocadura del Río de la Plata hasta la garganta de los Andes, y, en concepto general, que raras veces se engaña, ejecutará la lengua para que pronuncie que se llevó Dios una mujer heroica, que arrebató la admiración más reflexiva: mujer piadosa por su virtud, mujer de espíritu por su fervor, útil por sus empresas, necesaria por su rara constancia en ejecutarlas, apostólica por su celo de la salvación de las almas.

Mama Antula Canonización
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