
María Teresa Ávila
EL QUEBRACHO COLORADO
Cuenta la leyenda que un día, desesperado el quebracho por la persecución de que era objeto, se dirigió al diablo pidiéndole protección y ofreciéndole, a cambio, todo lo que él pidiera para que esta fuera efectiva, real. Supay contestó que era posible evitar su destrucción en manos del hombre, pero que, en cambio y como consuelo, le daría el poder suficiente como para una secreta venganza y que ello le bastaría para cobrarse la deuda. A quien quisiera aprovecharse de su leña, lo contaminaría del “mal de la sarna”, enfermedad que consiste en pústulas que supuran y no cicatrizan, por efecto de las astillas que se desprenden al hachar la planta y se clavan en el cuerpo del hombre. Esto en el antiguo Chaco. La versión santiagueña es otra. Enamorado Supay de la copa del quebracho, penetró en ella y se guareció para siempre en la planta. Su presencia comenzó a inquietar a los pájaros y sintió temor la flor del aire, hasta que un buen día, todos se alejaron del árbol para siempre.
Triste, la planta al ver su copa sin adornos, suplicó Supay que se alejara para que así retornaran los inofensivos pájaros y la perfumada flor del aire a quien tanto quería.
Al sentir el tono de súplica con que se le pedía todo esto, se apiadó del quebracho y le dijo:
-Me iré, pero cuando el verdor de la primavera revolotée, estaré siempre contigo. Volveré hacia ti trayendo un celoso secreto para que nadie goce de ti ni de tu sombra.
Aceptada que fue la condición, Supay, amargado, se alejó, pero desde entonces cumple con lo prometido. Mientras que la copa mantiene la fuerza de su verdor, exhala un maleficio que consiste en levantar un ronchaje en el cuerpo del que se le arrima, ronchaje al que acompaña un malestar y fiebre que dura algunos días. Es el celo de Supay o “mal del quebracho”, el “paaj”, como lo denominan los nativos. Esta enfermedad se transmite al hombre cuando el quebracho está en la plenitud de su verdor, es decir, de enero a marzo. Basta cobijarse a su sombra, para que de inmediato el “paaj” produzca escozor, invadiendo al cuerpo un ronchaje que asusta, acompañado todo esto de una fiebre que oscila entre los treinta y nueve y cuarenta grados. Este mal dura de tres a cuatro días y no trae complicaciones de ninguna especie. Para combatirlo se conjura el mal. Hacen una torta de ceniza y la colocan al pié del quebracho diciendo:
Quebracho, quebrachito,
aquí traigo tu mal
pa vos solito.
Giran alrededor del mismo y huyen sin darse vuelta.
El hilo colorado es otro conjuro contra el mal del quebracho. Este es para evitar que lo “tome”. Es decir que cumple una función preservativa.
Cuando Supay está echando diablillos de celo, en medio del tallo del quebracho se ata un hilo de lana teñido de rojo y en tono de burla se dicen:
Mandinga, mandinga,
en la trampa caerá.
Llorará, llorará.
Es árbol terebintáceo que se extiende en todo el territorio santiagueño, siendo muy abundantes y más corpulentos en los departamentos limítrofes a la provincia del Chaco. Indudablemente que la provincia citada guarda lo más recio y hermoso del quebrachal. El chaqueño tiene las hojas simples alternas de mayor tamaño, mientras que el santiagueño las tiene compuestas pares. El tallo se eleva en línea recta, de forma cilíndrica, de color oscuro y revestido de una rugosidad color ceniza. La raíz se profundiza de tal manera que no se conoce en otra planta. Quebrachitos que recién afloran a la superficie, llegan a tener una raíz de cincuenta a sesenta centímetros. Comúnmente le llaman “quiebra hacha” o “hierro vegetal”. La fruta es de color rojo claro y de sabor amargo algo ácido.
En la industria como en el comercio tiene gran demanda su preciosa madera, incluyéndose ella en las obras de arte, como el tallado.
El tanino que se extrae de su corazón, aplicable en las curtiembres, es el oro rojo del país. En nuestra zona rural es digna de verse su aplicación. Parece que el individuo se identificara con el quebracho.
Sucesiones de tres y cuatro generaciones, echan su pleito por algo que se construyó con él: jagüel, roldana, marco de pozos, palo a pique, postes de alambrado, cilindros de tornos de amasar, morteros con sus respectivas “manos”, saleros, varas, etc. dicen de su aplicación en la zona rural, donde se le aprecia como un elemento casi imprescindible en su vida.