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Especiales Por el padre Julián Cueva

Evangelio Según San Juan 21, 1-19

Comenatrios de La Palabra de Dios

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Padre Julián Cueva

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: Estaban junto Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.

Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos respondieron: «No». Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.

El discípulo al que Jesús amaba dio a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».

Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, saber que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

 

Palabra del Señor

 

Comentario

 

En este tercer domingo de Pascua, la Iglesia te propone que hagas propio este trozo del último capítulo del Evangelio según San Juan. El relato de la pesca milagrosa nos lleva a recordar otro momento que recoge el evangelista Lucas en el capítulo 5, la vocación de los apóstoles. Ocurrió algo similar. Después de una noche infructuosa, recogen tantos peces que las redes amenazan romperse. Es cuando Pedro le pide a Jesús que se aleje porque “es un hombre pecador”. Después de resucitar el Señor,  vuelve a buscar a sus apóstoles para renovarlos en su vocación. Ha pasado la noche y Jesús se hace presente con la luz de una vida nueva, de un llamado de amor más firme.  Los apóstoles han sufrido mucho al participar de la Pasión y Muerte de su Maestro. Han quedado confundidos. Han vuelto a su oficio de pescadores. Quieren olvidar lo que durante tres años les enseñó Jesús. Pero de pronto cuando parece todo perdido, irrumpe Jesucristo.  Lo reconoce el amor de Juan, el apóstol que permaneció fiel junto a la Cruz. Aunque sus ojos también están empañados por el dolor, puede descubrir desde el corazón a su Señor. ¿Y tú a quién amas en tu corazón? ¿Está presente Jesucristo Resucitado en tu vida de cristiano, de hijo de Dios? Si Jesús no está presente en lo cotidiano de tu vida, ¿por qué te extrañas de qué estás triste, desilusionado, amargado? Muchas veces esa aceleración es una clara manifestación de la ausencia del Resucitado. Pedro experimenta ese amor divino en su vida después de las negaciones. Lloró amargamente su debilidad.

 

 

A ti y a mí, nos pasa igual, cada vez que queremos que nos descubran como seguidores del Señor. Tenemos grandes excusas para pasar desapercibidos, sin que noten que somos cristianos. Qué vileza la nuestra, colgamos cruces y medallas en nuestros pechos mientras buscamos la forma de que sus palabras sean totalmente inofensivas para nuestra vida. No queremos convertirnos. Preferimos una cultura de la muerte, del egoísmo, de las tinieblas, de la indiferencia,  a la presencia luminosa, plena de vida y de amor que nos trae Jesús con su Resurrección.

 

 

Es hora de que le digamos al Señor con la misma humildad de Pedro: “«Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Comenzaremos a vivir con la conciencia tranquila. Nuestra existencia se pondrá al servicio de nuestros hermanos, y no seremos seres aprovechadores. Esta frase de Pedro, le permite al Señor volver a manifestarle su llamado. Cuando tome conciencia que es la misericordia de Dios, entonces haré la experiencia de que Jesús está vivo. Una experiencia que se expresará no sólo en mis rezos, en mis cantos, en mi asistencia dominical a la iglesia. La profunda convicción de que Jesús vive y me llama a una misión especial se reflejará en toda mi vida.  En este fin de semana celebramos a Nuestra Madre del Valle. ¡Cuánto nos enseña Ella a ser sinceros y humildes para abrir nuestro corazón al amor divino! ¡Ayúdame Jesús Resucitado a ser un buen cristiano! ¡Tú lo sabes todo de mí, sabes que te quiero! Buen domingo.

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