Para el horóscopo chino 2016 habrá sido El Año del Mono de Fuego, pero para el deporte argentino ha sido, sencillamente, El Año del Potro de Fuego.
Al margen de otras admirables expresiones olímpicas (la judoca Paula Pareto y los regatistas Santiago Lange y Cecilia Carranza), fue el tenista tandilense Juan Martín Del Potro la medida de todas las cosas en lo que atañe a epopeyas en clave celeste y blanca. Y por tal motivo fue premiado con el Olimpia de Oro por el Circulo de Periodistas Deportivos.
Si una Copa Davis parecía imposible de ganar era la de 2016 y si un buque insignia era imposible de imaginar se llamaba Juan Martín Del Potro. ¿Del Potro?, si Del Potro, que se preguntaba si algún día podría volver a entrar a una cancha a pegarle a la pelotita amarilla en un partido de profesionales, ahí empezaban y terminaban sus cavilaciones y sus deseos. Imaginarse jugando de igual a igual con los mejores era un ensueño de patas cortas: el indispensable combustible para un entrenamiento más, un esfuerzo más, una apuesta más.
Luego, la historia escrita por Del Potro en 2016 la conocemos, la admiramos y la celebramos.
Sellados su talento, su coraje y su palmarés excepcional, más de cuatro se desvelan por tratar de dispensarle un nuevo estatuto: ¿mejor tenista argentino de todos los tiempos? ¿Top 10 ó top 20 entre los mejores deportistas argentinos de todos los tiempos?
La primera hipótesis da un cierto no sé qué a febril (Guillermo Vilas es el San Martín de tenis nacional y si hubiera que explicar por qué ya estaríamos en el terreno de lo insólito), pero la segunda más vale que sedimente, en la medida que la del tandilense es una biografía provisoria.
De momento, lo que sí ya sabemos con la misma certeza de que después del lunes viene el martes, es que sería imposible reponer el Libro de Oro del deporte argentino pasando por alto el nombre y la figura de Juan Martín Del Potro.