"Bajo la lluvia, en el frío, de noche" fue el título de la conmovedora carta que Ángel Di María hizo pública en 2018 a través de la plataforma The Player's Tribune. En aquel momento se vivía la previa del encuentro con Nigeria del Mundial de Rusia, y el Fideo reveló en su extenso escrito el trasfondo de su ausencia en la definición de Brasil 2014 ante Alemania y los recuerdos de los durísimos inicios de su carrera.
El rosarino contó que Real Madrid presionó para que no juegue la final ante los Germanos porque se encontraba lesionado y pretendía venderlo para hacerle lugar a James Rodríguez, que él destruyó la carta enviada por su club y le dijo a Alejandro Sabella entre lágrimas que podía contar con él aunque se rompiera. Finalmente, el DT decidió no alinearlo y luego sufrió por algunas versiones erróneas de la prensa al respecto.
Así, Di María se explayó contando el porqué de sus lágrimas como una culminación de los enormes esfuerzos de su infancia y juventud, el sacrificio de su familia y las veces que casi deja el fútbol ante las adversidades. Y este sábado, al verlo controlar con maestría el balón y definir con tanta clase ante Ederson en la final de la Copa América Brasil 2021, fue imposible no recordar ese conmovedor texto.
La carta completa de Di María en 2018
"Me acuerdo cuando recibí la carta del Real Madrid. La rompí antes de abrirla.
Esto pasó en la mañana de la final del Mundial 2014, exactamente a las 11. Yo estaba sentado en la camilla a punto de recibir una infiltración en la pierna. Me había desgarrado el muslo en los cuartos de final, pero con la ayuda de los antiinflamatorios ya podía correr sin sentir nada. Les dije a los preparadores estas palabras textuales: "Si me rompo, déjenme que me siga rompiendo. No me importa. Sólo quiero estar para jugar".
Y ahí estaba, poniéndome hielo en la pierna, cuando el médico Daniel Martínez entró al cuarto con un sobre en la mano y me dijo: "Ángel, mirá, este papel viene del Real Madrid". "¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo?", le dije.
Me contestó: "Bueno, ellos dicen que no estás en condiciones de jugar. Y nos están forzando a que no te dejemos jugar hoy".
Inmediatamente entendí lo que estaba pasando. Todos habían escuchado los rumores de que el Real quería comprar a James Rodríguez después del Mundial, y yo sabía que me querían vender para hacerle lugar a él. Así que no querían que su jugador se rompiera antes de venderlo. Era así de sencillo. Ese es el negocio del fútbol que la gente no siempre ve.
Le pedí a Daniel que me diera la carta. Ni siquiera la abrí. Solamente la rompí en pedacitos y le dije: "Tirala. El único que decide acá, soy yo".
No había dormido mucho la noche anterior al partido. En parte porque los hinchas brasileños habían estado tirando fuegos artificiales y petardos durante toda la madrugada, pero incluso aunque hubiera estado todo en silencio, creo que igual no iba a poder dormir. Es imposible explicar la sensación que uno tiene antes de una final de un Mundial, cuando todo lo que alguna vez soñaste se te pasa por delante de tus ojos.
Sinceramente quería jugar ese día, incluso si se terminaba mi carrera. Pero tampoco quería hacerle las cosas más difíciles al equipo. Así que me desperté muy temprano y fui a ver a nuestro técnico, Alejandro Sabella. Teníamos una relación muy cercana, y si le llegaba a decir que quería jugar, seguramente él iba a sentir la presión de ponerme. Así que le dije honestamente, con una mano en el corazón, que él debía poner al jugador que él sintiera que tenía que poner.
Me destruyó. Antes de que terminara de hablar, yo ya me había largado a llorar delante de todos mis compañeros, y al toque me fui de la cancha corriendo.
Cuando llegué a mi casa, me fui directo a mi pieza para llorar solo. Mi mamá se dio cuenta de que había pasado algo, porque cada vez que volvía de un entrenamiento, lo primero que hacía era dejar las cosas y salir a la calle a seguir jugando a la pelota. Entró en mi habitación y me preguntó qué pasaba. Me dio un poco de miedo contarle toda la verdad, porque me preocupaba que agarrara la bici y se fuera pedaleando hasta el club para darle una trompada al técnico. Ella era una persona muy tranquila, pero si le tocabas a uno de los nenes, agarrate… ¡man, empezá a correr!
Le dije que me había metido en una pelea, pero se dio cuenta de que era mentira. Así que hizo lo que todas las madres del mundo hacen en esa situación: llamó por teléfono a la madre de un compañero para saber qué había pasado.
Cuando volvió a mi cuarto, yo seguía llorando y le dije que quería dejar el fútbol. Al día siguiente, no podía ni salir de mi casa. No quería ir al colegio. Me sentía humillado. Pero mi mamá se sentó en mi cama y me dijo: "Vas a volver, Ángel. Vas a volver hoy. Y a ese le vas a demostrar".
Volví al entrenamiento ese día y ahí pasó una cosa increíble. Para empezar, ninguno de los chicos se burló de mí, al contrario, me ayudaron. En cada pelota que venía por arriba, los defensores me dejaban ganar de cabeza. Casi que se aseguraban de que me sintiera seguro. Y eso que el fútbol siempre es competitivo, especialmente en Sudamérica. Cada uno que juega está tratando de tener una vida mejor, viste. Pero siempre, siempre me voy a acordar de ese día, porque mis compañeros vieron que estaba sufriendo y me ayudaron.
Así y todo, yo era muy chiquito y flaquito. A los 16, todavía no me habían promovido, y mi papá se empezó a preocupar. Una noche estábamos sentados en la cocina y me dijo: "Tenés tres opciones: Podés trabajar conmigo. Podés terminar la escuela. O podés probar otro año más con el fútbol. Pero si no funciona, vas a tener que venir a trabajar conmigo".
No dije nada. Era una situación complicada. Necesitábamos la plata. Pero ahí saltó mi mamá y dijo: "Un año más en el fútbol".
Eso fue en enero.
En diciembre de ese año, en el último mes del plazo que nos habíamos puesto, debuté en Primera con Rosario Central.
Desde ese día empezó mi vida deportiva. Pero en verdad, la lucha había empezado mucho antes. Empezó con mi mamá pegándome los botines para poder seguir usándolos, y pedaleando con Graciela bajo la lluvia. Incluso cuando debuté profesionalmente en la Argentina, todavía era una lucha. Creo que la gente que no es de Sudamérica no puede terminar de entender cómo es. Hace faltar vivir ciertas experiencias para creerlas.
Nunca me voy a olvidar cuando nos tocó jugar un partido de Libertadores en Colombia contra Nacional de Medellín. El avión no es es mismo que cuando estás en la Premier League o en La Liga. Ni siquiera es el mismo que cuando jugás en Buenos Aires. Por entonces, Rosario no tenía aeropuerto internacional. Te presentabas en ese pequeño aeropuerto, y el primer avión que estuviera ese día era al que te subías. No hacías preguntas.
Así que nos presentamos para ir a Colombia… y en la pista había uno de esos aviones enormes de carga. ¿Viste esos que tienen una rampa atrás, en los que suben autos y containers? Bueno, ése era nuestro avión. Un Hércules.
Bajan la rampa y ahí los trabajadores empiezan a cargar colchones. Y los jugadores nos mirábamos entre nosotros como diciendo… ¿¡Qué!?
Y nos subimos al avión, y los de mantenimiento que nos dicen: "No, ustedes van atrás, chicos. Acá tienen, usen estos auriculares".
Nos tuvieron que dar esos protectores auditivos gigantescos que usan los militares para tapar el ruido. Nos subimos y había algunos asientos y los colchones para que nos sentáramos. Por 8 horas. Para un partido de Copa Libertadores. Cerraron la rampa y se puso todo negro. Y ahí estábamos nosotros, en los colchones, con los cosos estos sobre las orejas, casi sin poder escucharnos a nosotros mismos. Y el avión empieza a carretear, y nos empezamos a mover, y después en el despegue, nos vamos todos para atrás, y uno de los compañeros grita: "¡Nadie toque el botón rojo! ¡Si se abre esta puerta, nos vamos todos a la mierda!".
Fue increíble. Si no lo hubiera vivido, sería difícil de creer. Pero están mis compañeros de testigos. Pasó de verdad. Esa fue nuestra versión de un avión privado. ¡Un Hércules!
Aunque no lo crean, ese recuerdo me da un poco de alegría. Cuando estás tratando de triunfar en el fútbol argentino, tenés que hacer lo que sea necesario. Y al avión que aparezca ese día, te subís sin hacer preguntas.
Después, si te llega la oportunidad, te tomás el avión con un boleto de ida. Para mí, esa oportunidad fue en Portugal con el Benfica. Quizás muchos hoy miran a mi carrera y dicen: Wow, se fue al Benfica, después al Real Madrid, al Manchester United, al PSG, y les parece fácil. Pero no se dan una idea de cuántas cosas pasaron en el medio. Cuando llegué al Benfica, apenas si jugué durante dos temporadas. Mi papá dejó el trabajo para irse a Portugal conmigo, y tuvo que estar separado por un océano de distancia con mi mamá. Había noches en que lo escuchaba hablando por teléfono con ella, y lloraba de lo que la extrañaba.
Por momentos, todo parecía como un gran error. No jugaba, lo único que quería era irme, volver a casa.
Hasta que los Juegos Olímpicos de 2008 cambiaron mi vida. Me convocaron de la Selección a pesar de que yo no jugaba nunca para el Benfica. Nunca me lo voy a olvidar. Ese torneo me dio la oportunidad de jugar con Leo Messi, el extraterrestre, el genio. Nunca me divertí tanto jugando al fútbol como en ese torneo. Lo único que tenía que hacer era correr al vacío. Empezaba a correr, y la pelota me llegaba al pie. Como si fuera magia.
Los ojos de Leo no son como los tuyos o los míos. Miran de lado a lado, como los de cualquier ser humano. Pero él también es capaz de mirar a todos desde arriba, como un pájaro. No entiendo cómo es posible, pero es así.
Hicimos todo el camino hasta llegar a la final contra Nigeria, y ese probablemente haya sido el día más increíble de mi vida. Meter el gol que le da el oro a la Selección… no se pueden imaginar la sensación.
Tienen que entender que yo tenía 20 años y ni siquiera jugaba en el Benfica. Mi familia estaba separada. Estaba en un momento de desesperación antes de que me llegara esa convocatoria. En sólo dos años, gané la medalla de oro, empecé a jugar en el Benfica y me vendieron al Real Madrid.
Fue un momento de orgullo no sólo para mí, sino también para toda mi familia y para todos mis amigos que me apoyaron durante todos esos años. Me dicen que mi padre era mejor jugador que yo, pero se rompió las rodillas cuando era joven y su sueño de ser futbolista murió. Y me dicen que mi abuelo todavía era mejor que él, pero perdió las dos piernas en un accidente de tren, y ahí murió su sueño.
Mi sueño estuvo cerca de morir tantas veces.
Pero mi papá siguió trabajando bajo el techo de chapa… mi mamá siguió pedaleando…. y yo seguí corriendo al vacío.
No sé si ustedes creen en el destino, pero cuando metí mi primer gol para el Real Madrid, ¿saben el nombre del equipo contra el que jugábamos?
Hércules CF.
Fue un largo camino.
Pero quizás ahora entiendan por qué estaba llorando delante de Sabella antes de la final del Mundial 2014. No estaba nervioso. No estaba preocupado por mi carrera. Ni siquiera estaba preocupado por no empezar el partido.
Con una mano en el corazón, la verdad es que lo único que quería era que lográramos nuestro sueño. Quería que se nos recordara como leyendas en nuestro país. Y estuvimos tan cerca.
Por eso es tan decepcionante cuando veo la reacción que hay con el equipo en los medios en Argentina. Hay momentos en que el pesimismo y las críticas se van de las manos. No es sano. Somos todos seres humanos, en nuestras vidas nos pasan cosas que la gente no llega a ver.
De hecho, justo antes del final de las Eliminatorias, empecé a ir a un psicólogo. Estaba pasando un momento complicado en mi cabeza, y normalmente puedo confiar en mi familia para salir de esas situaciones. Pero esta vez, la presión de la Selección era demasiado grande, así que fui a un psicólogo y realmente me ayudó. En los últimos dos partidos, me sentí mucho más suelto y relajado.
Me recordé a mí mismo que formaba parte de uno de los mejores equipos del mundo, y que estaba jugando para mi país, viviendo el sueño que tenía desde chico. A veces, como profesionales, nos podemos olvidar de estas pequeñas cosas.
El juego volvió a transformarse en un juego.
Pienso que en esta época, la gente te sigue en Instagram o en You Tube y sólo ven los resultados, pero no ven el precio. No saben lo que viviste para llegar hasta ahí. Me ven sosteniendo a mi hija y sonriendo con la Champions League en la mano y se piensan que todo es perfecto. Pero quizás no saben que justo un año antes de que nos sacaran esa foto, ella nació prematura y pasó dos meses en el hospital, conectada a un montón de cables y de tubos.
Quizás me ven llorando con la Copa y se piensen que yo lloro por el fútbol. Pero en realidad estoy llorando porque mi hija está ahí en mis brazos para vivir ese momento conmigo.
Ven la final del Mundial, y todo lo que ven es un resultado. 0-1. Pero no ven todo lo que muchos de nosotros tuvimos que luchar para poder llegar hasta ese momento. No saben sobre nuestras paredes del living que de blancas se transformaban en negras. No saben sobre mi mamá andando con Graciela bajo la lluvia y en el frío, por sus hijos.
No saben del Hércules".
El recuerdo de la defensa de Diego Maradona a Di MaríaCorría el año 2010 y faltaban semanas para la Copa del Mundo de Sudáfrica, en la que Diego fue técnico de la Albiceleste. Y en una entrevista con Fox Sports, el Diez explicó por qué Fideo era tan importante en su equipo. De yapa, dejó el famoso “A Di María no lo querían”, que en realidad fue un “a Di María me lo resistían”.
Enseguida, el Diez contó lo que vio en los Juegos Olímpicos 2008: "El pibe pasaba la línea de la pelota con una facilidad bárbara y te encaraba. De punta, como dicen los italianos, te hace destrozos. Tiene enganche para adentro, para afuera… y tiene un remate bárbaro y unos centros bárbaros. Y es guapo. Es así (levanta su dedo meñique), lo marcan estos marcadores de punta portugueses y él los encara, le pegan y los vuelve a encarar".