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EL ALMIRANTE BROWN, ANECDOTAS DE UN H??ROE

???Comprendo que pronto cambiaré de fondeadero, ya tengo el práctico a bordo.??? Estas fueron las palabras que nuestro Almirante le dirigió a su amigo el padre Antonio Fahy en momentos en que el sacerdote le daba los santos sacramentos y refiriéndose, en su expresión de marino, al práctico, que es quien ubica al barco en puerto final.

Agrandar imagen Homenaje.
Homenaje. Crédito: El 3 de marzo de 1857 falleció uno de los más ilustres patriotas.

Pasada la medianoche del 2 al 3 de marzo de 1857 falleció uno de los más ilustres patriotas que, nacido en Foxford (pequeña localidad de Mayo, Irlanda) el 23 de junio de 1777, juró defender nuestra bandera, nuestra libertad y el honor argentino en mayo de 1814.

 

 

En esos años de su nacimiento, Irlanda sufría la opresión de su invasor inglés. No se ha hallado documentación sobre sus progenitores, pues las iglesias católicas y sus registros habían sido quemados. La persecución religiosa, el hambre y la pobreza llevaron a la separación del grupo familiar y en 1786 obligaron al padre a emigrar a los Estados Unidos con el pequeño Guillermo. Apenas salido de su niñez, quedó huérfano y solo en Filadelfia. Debió entonces embarcarse como grumete en un buque mercante yanqui, iniciando así su carrera naval.

 

 

Estos pocos datos sobre su niñez y su adolescencia fueron narrados por el propio Brown en su vejez al primero y más serio de sus biógrafos, don José Tomás Guido.

 

 

Al cabo de algunos años de intensas travesías y de una apasionante etapa de su vida—que merece ser narrada en detalle en alguna entrega especial—, Brown se encontraba en nuestro país en mayo de 1810 cuando el pueblo de Buenos Aires se pronunció en esperanza heroica de libertad. Tal vez sintió su corazón de hijo de una tierra sometida una enérgica simpatía por aquella anhelada necesidad de independencia. Asistió a las jornadas precursoras y experimentó la inquietud y el deseo de todo un pueblo que esperaba con ansiedad el resultado del cabildo abierto del 22 de mayo. En la tarde del 23, cuando el sol ponía en el horizonte, habrá escuchado a aquella Compañía de Patricios mandada por Eustoquio Díaz que anunciaba al son de redoblantes y voz de pregonero que el Virrey de las Provincias del Río de la Plata había caducado y el Cabildo asumía el mando supremo del Virreinato por voluntad del pueblo.

 

 

¡Cómo habrá recordado ese joven Brown a aquella su Irlanda natal que tuvo que dejar cuando niño, invadida y destrozada por el cruel invasor! ¡Cómo hubiese querido que esos redoblantes hubieran sonado también acompañando la felicidad y el anhelo de libertad de su gente! Fue tal vez entonces que decidió nacionalizarse argentino y con brillosa mirada juró entregar su vida por nuestra nación.

 

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Basten dos anécdotas para hacer conocer la grandeza de este infatigable guerrero de nuestros mares:

El 10 de junio de 1826, la poderosa fuerza naval del imperio del Brasil se hizo presente ante Buenos Aires con 31 barcos, 266 cañones y una reserva al mando del capitán Grenfell. Para hacer frente a semejante flota, nuestro Almirante contaba con solo 4 buques y 7 cañoneras, pero era dueño de ese coraje que se agradaba ante la dificultad. Comenzó el cañoneo. Después de unas horas de combate, Grenfell tomó la bocina, le habló a Brown con el intento de no derramar sangre inútilmente y lo invitó a rendirse y a tomar el té a su camarote. Nuestro Almirante, lejos de entregarse, le contestó: “Mi bandera está remachada, así que sigamos con este juego que está más bien caliente”. Una vez continuado el combate, Grenfell observó su brazo derecho desgarrado por el casco de una metralla; momentos después debió ser amputado. Al fin del día, el enemigo fue rechazado, aunque sin graves años. Veintiséis años después, el almirante John Pascoe Grenfell estaba de visita en Argentina y pidió ver a Brown. Vestido con su uniforme de gala y luciendo todas sus condecoraciones, llegó a la casa del veterano Almirante. La esposa de Brown, Elizabeth, lo acompañó nerviosamente hasta donde se encontraba su esposo, sembrando alfalfa en los fondos de su quinta de la Casa Amarilla de Barracas. Cuando Grenfell lo vio, le dijo en correcto castellano: “¡Ah! Bravo amigo, si usted hubiese aceptado las propuesta del emperador, cuán distinta sería su suerte, porque, la verdad, las repúblicas son siempre ingratas con sus buenos servidores”. Al escuchar a sus espaldas esa frase desafiante y con voz gruesa, Brown, vestido con su ropa de jardinero, se dio vuelta, miró a los ojos al que había sido su aguerrido adversario, observó la manga derecha del traje sin su brazo, perdido en el combate de Los Pozos, y le respondió con voz apacible: “Señor Grenfell, no me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos. Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores. Pero voy a invitarlo a tomar el té que alguna vez en combate me invitó y no acepté”. Los dos viejos almirantes se abrazaron en un cordial saludo de respetuosos adversarios.

En 1842 Giuseppe Garibaldi, futuro héroe nacional italiano, se hallaba en Montevideo, donde organizó una flotilla para ir en apoyo de la provincia de Corrientes, que se había levantado contra Rosas. Garibaldi consiguió eludir los buques federales y remontó el Paraná hasta Curuzú-Cuatiá. Advertido Brown, se dispuso a darle alcance y a cerrarle el regreso río abajo. El 15 de agosto se presentaron en batalla en la zona de Costa Brava (límite entre Corrientes y Entre Ríos). El combate duró dos días y culminó con la victoria de Brown. Garibaldi hizo desembarcar a sus hombres y logró escapar. En 1847, de regreso de un viaje a su Irlanda natal, nuestro Almirante bajó en Montevideo, donde se encontraba aquel adversario de Costa Brava, y manifestó su deseo de visitarlo. En conocimiento de ese deseo, Garibaldi se anticipó y fue a visitarlo junto con su esposa Anita. La conversación fue muy cordial. Dirigiéndose a Anita, Brown le dijo: “Señora, combatí mucho contra su marido sin obtener ventaja alguna. Mi mayor placer era derrotarlo y tomarlo prisionero. Si yo hubiera tenido la felicidad de apresarlo, habría conocido el aprecio que ya entonces le tenía”. Garibaldi, por su parte, narró la anécdota de una manera que honra más a Brown que a sí mismo: “Aquella tarde, este Almirante me salvó en Costa Brava la vida cuando ya en manos de su gente este le ordenó con voz firme: ‘¡Déjenlo que se escape, que es un valiente!’”

 

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Guillermo Brown —el guerrero, almirante, corsario, respetado y admirado hasta por sus adversarios—, aquellas primeras horas del 3 de marzo miraba a su compañera Elizabeth, con la que hubo tanta ausencia por los combates y las aventuras, mientras se tomaban de la mano con mirada emocionada en el silencio de su vigilia, como una gratitud hecha ternura. A los minutos, nuestro Padre de los Mares soltaba la eterna ancla de su vida para fondearse en el alma del pueblo argentino, que en cada barco ve la imagen de aquel marino irlandés que supo abrazar con orgullo los colores.

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