Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Especiales Cultura

LA OTRA ORILLA

Eduardo Bechara Baracat. Relato perteneciente a su libro ???Cafeína???.

Agrandar imagen Obra.
Obra. Crédito: Parte del texto del libro ???Cafeína???.

Seguro estás en un cuarto de hotel. Puedo imaginarte en la penumbra, calculando cosas. Calcular es tu don y tu perdición. Puedo ver la escena como si estuviera a tu lado. Has levantado el papel con el resultado de unos análisis de sangre. Todos los números se han escapado de los parámetros. Pero aquellos cálculos no te atemorizan. Ya nada te da miedo…

 

 

Apuesto que una mujer ha querido consolarte. Te ha entregado su cuerpo para que cobijes en él tu inmensa confusión. Lo has hecho una y otra y otra vez. Has rugido contra ella, contra vos mismo, contra el mundo, como un león herido. Ha murmurado palabras de amor y has tapado sus labios con un dedo. Seguro está lastimada, pero se ha quedado igual para protegerte, en contra de tu voluntad. El humo tiñe tus falanges, envenena el ambiente, penetra cortinas, sábanas y almohadas, la ropa desacomodada sobre el bolso o tirada en el piso. Has sentido una fisura en el pecho: algo que no puede explicarse. Ni siquiera has conseguido llorar con propiedad.

 

 

Quisieras tomar tu lado oscuro, tenderlo al sol como un animal agonizante y fulminarlo. Yo sé…

 

 

Pensás que en el fondo del abismo encontrarás alguna cosa. Una verdad que se levantaría como una catedral o como una ciudad dorada. Ya estuviste ahí. Encontraste silencio, vacío y desesperación.

 

 

Puedo contar esta historia mejor que nadie. Necesito hacerlo antes de que sea tarde. Hubo un día en que te adentraste al río de nuestra sangre para desafiar su curso. Avanzaste con dificultad hasta la mitad del cauce.

 

 

Apretaste los dientes, arrugaste el ceño, aspiraste una profunda bocanada de aire. Entonces ocurrió. Te diste vuelta, extendiste los brazos y abriste las manos contra la corriente. Ardía tu cuerpo, pero resistías. El horizonte se teñía de rojo. Te escuché gritar todos sus nombres. Llegaron uno a uno, lanzados desde los altos minaretes del pasado. Aparecían con sus largas barbas y huesos prominentes. Te insultaban con voces hondas. Estaban furiosos por tu osadía. Nadie había conseguido bloquear su río sagrado. Pero vos eras más fuerte. Los mirabas directo a sus cuencas vacías. Sabías que te harían daño. Y calculaste. Y no te importó…

 

 

Testifiqué la guerra contra aquel ejército de espectros. Estabas sumergido con tus piernas plantadas en el lecho. Volaban alrededor como cuervos. Empuñaban espadas y látigos. Acarreaban odio y enfermedad. Arremetían con todo su poder. Te golpeaban, te punzaban, te intoxicaban. Querían espantarte. Tus manos seguían abiertas. Te reíste en su cara. Eras como un Cristo. Maldecían tu fortaleza.

 

 

Yo presenciaba tu batalla desde la orilla. Entonces giraste la cabeza hacia donde estaba y me dijiste que podía cruzar. Estabas bañado en tu propia sangre y en la sangre de tus ancestros, en la mitad de un río que no se parece a ninguno. Ahora podés, repetiste.

 

 

Intentabas permanecer plantado mientras tu cuerpo se deterioraba, tu mente se aturdía, tus demonios surgían. Yo era un niño. No querías que viera ni me demorara. Entonces gritaste de nuevo: Hacelo ahora.

 

 

Yo temblaba de miedo.

¡Es seguro! ¡Cruzá de una vez! ¡Hay que creer!

Podría jurar que estás en el cuarto de un hotel de mala muerte, sucio, sin afeitar y mal dormido, desde hace semanas. Tus ojos apuntan sin interés en dirección a la pantalla del televisor. Fumás un cigarrillo detrás de otro, enojado, decepcionado, atrapado en un momento demasiado largo. Has buscado respuestas en el azar (¡has calculado!) y has decidido no llamar a nadie. Es tu manera de levantar un muro y esconderte detrás. Aquel día avancé despacio. Te vi de espaldas, como crucificado.

 

 

Los enfrentabas con toda tu fuerza. Te mortificaban aquellos espectros inquisidores. Crucé a tus espaldas y no tuve que luchar contra ellos. Escribo estas palabras desde la otra orilla de nuestro río. Ahora sé que el dolor de algunos abre el camino de otros. Ésta es tu historia y es la mía. Es necesario que recuerdes para sanar.

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso