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Especiales Río Negro

Docente adoptó a un alumno huérfano con Síndrome de Down

En el pueblo de Sierra Grande, Río Negro, la historia de una docente que adoptó a un ex alumno con síndrome de Down conmueve a todo el país.

Rosita  Guizzardi era la maestra de Pablo, un muchacho con síndrome de Down, independiente y con autonomía pero que necesita una atención permanente. Al principio, cuando era adolescente, compartieron momentos en el aula de la escuela especial y luego cuando era más grande en un taller de floricultura. Allí construyeron un invernáculo donde juntos se abrieron caminos al cultivo de flores, la confección de macetas y el abono. Entre podas, cosechas y peleas , Rosa y Pablo fueron queriéndose recíprocamente y ese cariño fue cada vez mayor. 

 

Pablo Liberini, quien hoy tiene 40, tenía unos padres bastante mayores y con el pasar de los años fallecieron, pero Rosa no dudó en realizar los trámites legales correspondientes para adoptar a su ex querido alumno. 

 

Rosita siempre mantuvo una fluida relación con la familia de Pablo, quien ya hace quince años, tuvo su primer planteo en cuanto a su futuro, la vida y la muerte, ante el fallecimiento de un vecino de la cuadra. Cientos de preguntas surgieron en el muchacho. “¿A dónde lo llevan? ¿Va a volver el vecino? ¿Qué pasa después de la muerte?”, consultaba. 

 

En declaraciones al diario local rionegro.com.ar,  Rosita contó como fue ese momento "La familia dio respuestas como en cualquier hogar se le explica a los hijos. La diferencia es que los padres de Pablo ya eran ancianos y había que hablar de la inevitable muerte. Así fue que un día Pablo les dijo a sus padres que cuando eso pasara con ellos él quería ir a vivir con la maestra Rosita y “el Quiroz”, su esposo.

 

Pío Liberini y su esposa Sara fueron a contarle esto a Rosita, un verano de hace 15 años . “Nunca lo habíamos pensado, hasta que él lo decidió”, se sinceró la docente. 

 

Al tiempo Sara falleció a los 77 años. “Don Pío siempre intentó hacer las cosas de manera legal y lo desesperaba no dejar nada hecho. Temía que a Pablo se lo llevara alguna institución porque él no se sentía capaz de cuidarlo por la edad, se sentía angustiado. Siempre tenía fantasías muy dolorosas”, expresó Rosita.

 

Hasta que llegó el día en que una jueza del Juzgado de Familia les hizo hacer un testamento de puño y letra donde Pío dejaba la curatela de Pablo a Rosita y José Quiroz. Curatela, vale recordar, es el proceso mediante el cual se busca proteger y cuidar a personas consideradas no habilitadas para manejarse por sí mismas.

 

Cuando firmó, Pío se relajó y se terminó el miedo. A los siete meses fallecía a los 85 años.

 

Pablo, al pertenecer a una familia muy chica, sus posibilidades de continuar viviendo en Sierra Grande eran escasas; su hermano Atilio vive en Italia y dos tíos que son mayores y que “lo aman” residen en Buenos Aires.

 

Pero ante esta adversidad, el amor mutuo entre la maestra y el alumno fue más allá . “Al otro día que falleció Sara, me empezó a llamar ‘mamá’ y a todo el mundo le dice que yo era su nueva mamá. De todas formas nuestra idea es que tenga siempre presente a sus papás y a su familia. El vínculo está y va a seguir”, afirma Rosita.

 

El sueño que tenía Pablo era tener su fiesta de cumpleaños de los 40, como tuvo su amiga Florencia –una compañerita de la escuela especial–. “Quería una fiesta. Hicimos un esfuerzo y armamos una linda fiesta en febrero de este año donde estuvo hasta su hermano Atilio”.

 

Con el recuerdo constante de sus padres, los días de Pablo son muy activos: ayuda a cocinar, a hacer pastas, cultivar y pintar. Con Rosita tienen un proyecto de tapitas con las que hacen baldosas. “Se llama pisotapita. Nuestra intención no es venderlas sino hacer nuestra propia vereda. Las pegamos y armamos las baldosas. En el verano hacemos sobres de papel con revistas de venta de cosméticos, que los regalamos en kioscos de Playas Doradas para que no entreguen bolsas de nylon”.

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