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Inesperado: regresó a Argentina la ballena sei, desaparecida desde 1929

Científicos de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y el Centro Nacional Patagónico investigan la población de esta especie. "Es una explosión", aseguran.

La expectativa en la embarcación crece a medida que avanza a mar abierto. Los dos biólogos a bordo ya tienen preparada en proa la cámara para continuar con el registro fotográfico y revisan datos de localización en un celular y con un goniómetro sin dejar de prestar atención a los movimientos del dron que sobrevuela a altura, más distante, operado desde un bote de apoyo con buzos. De pronto, un estruendo seguido de una bruma termina con la ansiedad.

A pocos metros, se acaba de dejar ver un ejemplar de ballena sei, la tercera especie más grande después de la azul y el rorcual común, que reapareció en estas costas patagónicas después de que su población fuera depredada hasta poco antes de mediados del siglo pasado. Una factoría cercana de la que solo quedan las ruinas da cuenta de eso a mitad de camino con Caleta Olivia, Santa Cruz.

“¿La vieron? ¡Acá!”, alerta Miguel Bottazzi, al mando del semirrígido del programa Pristine Seas, de National Geographic, en una nueva salida de la expedición para estudiar una especie sobre la que poco se conoce, es considerada en peligro de extinción y se empezó a recuperar después de casi cien años.

El trabajo, que comenzó en 2017 con un seguimiento fotográfico, para convertirse en un proyecto de investigación aprobado en 2019 por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (Unpsjb), se retomó después de la pandemia de Covid. Lo lideran desde el inicio los investigadores Mariano Coscarella, del Laboratorio de Mamíferos Marinos en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (Cesimar) del Centro Nacional Patagónico (Cenpat-Conicet), y Marina Riera, de la Facultad de Ciencias Naturales y Ciencias de la Salud de la Unpsjb, donde también es docente Coscarella. Con ellos trabaja a la par Santiago Fernández, becario doctoral del Cesimar.

Todo arrancó entre 2003 y 2004 con los primeros registros de respiraciones en el mar, que empezó a anotar en libros el personal de Punta Marqués, una reserva natural que ingresa unos 2,5 kilómetros desde la costa de esta ciudad en una bahía con una de las playas más elogiadas de la Patagonia. Pero cada vez veían más de esas respiraciones en el agua y, para 2010-2011, empezaron a seguirlas. A los seis años, incorporaron el dron.

Coscarella y Riera, con su equipo, tenían que confirmar si se trataba de alguno de los delfines o las ballenas que ya tenían identificadas en esa zona protegida. Los buzos especializados en pesca subacuática Martín Rodríguez, Facundo Niziewiz, Martín Hocko y Humberto Maturana, del Club de Buceo Neptuno, actúan como baqueanos desde ese momento. Lo que hallaron aún los sorprende y emociona a la vez.

A partir de la toma de pequeñas muestras de piel y grasa, como una biopsia, confirmaron genéticamente en un laboratorio de Brasil que se trataba de ballenas sei, una especie esquiva y de las más rápidas, lo opuesto a la ballena franca austral. Los buzos asisten en la recuperación de los instrumentos que los biólogos operan desde la embarcación para obtener esas muestras.

Con la Fuerza Aérea Argentina, hicieron vuelos entre noviembre y mayo del año pasado para estimar la abundancia: en los 5000 km2 de mar desde el Pico Salamanca, ubicado a unos 40 km al norte de Comodoro Rivadavia, hasta el sur de Caleta Olivia (Santa Cruz), estimaron la presencia de, en promedio, 2600 ejemplares de sei.

“La primera estimación la revisé más de 40 veces. No nos cerraba que fueran tantas –recordó Coscarella junto a Riera–. En el vuelo de estimación, en cinco horas, contamos 116 ballenas. ¡Pero esta población es una explosión! Tenemos con Marina muchos años de experiencia y encontrarnos entre 2400 y 2800 ballenas sei fue increíble”.

Semejante entusiasmo llegó hasta la Comisión Ballenera Internacional, organismo internacional encargado de la conservación de las ballenas y el manejo de la caza de cetáceos. Enseguida le notificaron no solo la presencia de la especie en la zona del golfo San Jorge, sino la cantidad. También invadió a las autoridades del municipio, a cargo de Mariel Peralta, y entusiasma cada día más a los casi 16.000 habitantes de esta localidad.

De a poco, como pudo comprobar diario La Nación en diálogos ocasionales, esos vecinos empiezan a mirar el mar que conocen con otros ojos: buscan a lo lejos respiraciones de una especie que, luego de considerarla aniquilada en estas costas, un día regresó.

“Hace 46 años que vivo acá y las vi por primera vez ayer [por el lunes de la semana pasada]”, dijo la intendenta al antes nombrado medio. “Hay que conocer para conservar. La gente va a la playa, había respiraciones en el mar y no lo advertían. Ahora, sí”, agregó Diego Cabanas, piloto de dron y fotógrafo de vida silvestre local.

Los cazadores de ballenas y lobos marinos que operaron en aguas de la Patagonia y hasta el Río de la Plata ya entre finales del siglo XVIII y principios del XIX buscaban obtener la grasa de esos mamíferos, que se usaba como aceite en Europa, además de otros tejidos o pieles para comercializar, según reconstruyó Damián Vales, biólogo del Cesimar. Sobre las sei, es Riera quien sigue esos rastros históricos: “Después de casi 100 años –explicó– se empezaron a recuperar”.

El último “registro fehaciente” de su presencia en estas aguas es de 1929, según acotó la investigadora, y las actividades en la factoría ubicada en el paraje La Lobería, a medio camino hacia el sur con Caleta Olivia, cesaron a los tres años por falta de ballenas.

“Una vez que terminaron con los lobos marinos [habrían sido unos 15.000 por los registros], aprovecharon el lugar para cazar ballenas”, continuó. Uno de los dos buques que operaban se llamaba Borealis por el nombre de las sei: Balaenoptera borealis. “En una temporada que [los balleneros] llamaron de prueba, cazaron a 146 ballenas sei”, precisó Riera.

Ballenas Sei Mar Patagónico
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