
"Con mucho orgullo, tengo síndrome de Down", se presenta Mariana Casadei –poeta, 31 años–, mientras Mabel Romero, su madre, prepara el mate, no sin antes haber preguntado con suma atención: "¿Dulce o amargo?".
—¿Por qué "con mucho orgullo"?
- Porque puedo hacer muchas cosas: sé leer y escribir, sumar y restar; me encanta planchar la ropa; también lavo y ayudo a mi mamá en la casa.
Mariana incursionó en el mundo de la escritura hace unos nueve años. "Es un camino muy lindo —asegura, mientras se le achinan los ojos y se le dibuja una sonrisa—. Mi vida es la poesía. Me ha ayudado mucho. Me encanta escribir, escribo con el corazón. Es un don especial".
La autora de "Arco Iris" (Editorial Lucrecia) considera que tarda en aprender algunas cosas. No obstante, realizó (y realiza) diversos talleres y actividades: danzas árabes, natación, cerámica, computación y canto, entre otras.
Mabel interrumpe: "A todo lo que le haga bien, la llevo; no me importa".
Según Mabel —71 años, maestra y abogada jubilada—, la escritura "es un escape" para su hija.
"A mi padre le encantaba escribir —recuerda—. Era muy fantasioso, sobre todo con los chicos: los juntaba en la Colón, cuando todavía era monte, y les decía: '¡Cuidado con el tigre!'. Creo que de ahí viene todo, porque a mí nunca se me ocurrió escribir".
Mariana asiente: "Mi abuelo Raúl inventaba cuentos. Ahí descubrí ese don tan lindo".
Infancia
"Cuando me hacían ecografías, me decían: edema de cuero cabelludo —rememora Mabel—. '¿Qué es?', preguntaba. Creía que Mariana iba a tener problemas de corazón, porque mi marido y su mamá eran coronarios".
El embarazo de Mabel fue una incertidumbre, hasta que un pediatra la tranquilizó: "Va evolucionando bien: el peso, bien; el corazón, bien; todo es bueno".
Mariana nació el 5 de julio de 1993. "Era de bonita", desliza su madre.
Sin embargo, rápidamente volvió la intranquilidad: los médicos le informaron que la beba tenía síndrome de Down. "Nunca lo supuse. Mi marido, mirá cómo será nuestra ignorancia, le pregunta al doctor: '¿Es de esos chiquitos que mueren a los ocho años?'. '¡No!', le respondió", relató Mabel.
Los padres de Mariana comenzaron con la estimulación temprana, un factor determinante en su crecimiento.
Traspiés
Mabel afirma que sus vecinos contribuyeron en la estimulación de Mariana. "La hacían jugar, la llevaban a pasear; todo eso ayudó", gratifica.
Empero, el "primer traspié" –así lo definió– llegó en el maternal: "La llevamos a anotar a un jardín, y la directora me dijo: 'No se puede porque los chicos con síndrome de Down muerden'", señala, aún con bronca.
De acuerdo con Mabel, "no todas tienen predisposición". "Creo que no quieren trabajar con la dificultad", piensa.
Mariana cursó hasta noveno año en el colegio La Asunción. Allí conoció a la maestra Silvia Recofsky, a quien todavía recuerda con mucho afecto.
"La señorita me dijo: 'Mirá, mamá, cuando me han dicho que tenía que trabajar con una nena con síndrome de Down, pensaba: 'Ay, qué voy a hacer'. He empezado a leer. Después, ella me ha ayudado a mí a cómo ir llevándola'", retrocede Mabel.
Mariana sufrió varios traspiés en el ámbito educativo: no la quisieron llevar de viaje de estudio (finalmente fue, pero acompañada por su madre) y algunas docentes "no le llevaban el apunte —jura Mabel—", por lo que tuvo que dejar la escuela. Cuando quiso estudiar Ceremonial y Protocolo en la universidad, también aparecieron barreras que la hicieron desistir de la idea.
A su vez, el año pasado consiguió un trabajo como administrativa, pero la mantuvieron en el cargo por solo dos meses. "Fue muy lindo, he tenido una buena experiencia. Estoy orgullosa", alude la poeta, quien mantiene la esperanza de que algún día la vuelvan a llamar.
Todo por mi hija
—¿Cómo definiría a Mariana?
- Una buena hija, una buena amiga. Es la compañera de mi vida. Ella ahora me estimula a mí.
Mabel procuró (y procura) que Mariana siempre esté acompañada, "integrada con amigos, en grupos". Mientras tanto, hace todo lo posible para ver sonreír a su hija, desde convertirse en "maestra ciruela" para estimularla hasta financiarle su libro. "Quiero que sea feliz, nada más. Quiero vivir lo suficiente para despedirla", remarca, entre lágrimas.
—¿Y vos cómo definirías a tu madre?
- Mi mami vale oro y plata. Ella también es mi compañera de vida. Me emociona escucharla hablar.