
En el corazón del sur de la ciudad capital se encuentra el barrio Ejército Argentino, un lugar que, a lo largo de sus más de 44 años de historia, ha sido el hogar de numerosas familias y ha logrado forjar una comunidad sólida y unida. En una reciente visita a esta emblemática zona, Nuevo Diario tuvo la oportunidad de conversar con Silvia Alejandra Díaz, secretaria de la parroquia Espíritu Santo, quien nos brindó un vistazo a la vida comunitaria y religiosa que se desarrolla en este barrio.
Fe y esperanza
La parroquia Espíritu Santo se ha convertido en un pilar fundamental para los residentes del barrio, ofreciendo un espacio de encuentro y crecimiento espiritual. Según Silvia, “los sábados a las dieciocho horas tenemos catequesis familiar para la comunión, con chicos de confirmación, y también tenemos confirmación para adultos. A las veinte horas se celebra la misa”. Este compromiso con la educación religiosa se refleja en la participación activa de los jóvenes, quienes, a menudo, se suman a las actividades de la iglesia. “La cantidad de personas que vienen para esta actividad varía, pero generalmente tenemos entre treinta y cuarenta chicos, dependiendo de la instancia”, explica.
El crecimiento de la participación juvenil es una de las grandes satisfacciones de la parroquia. “Cada vez son más los chicos que participan y se unen. Antes, esta iglesia no tenía jóvenes, y hoy por hoy tenemos muchos. También hemos establecido una instancia llamada ‘perseverancia’, donde los niños que ya han hecho la comunión continúan viniendo a la iglesia”, comenta Silvia con entusiasmo. La situación económica actual ha llevado a muchos a buscar apoyo y guía en la iglesia, lo que ha fortalecido la relación entre la parroquia y la comunidad. “Creo que el tema de la situación económica también incentiva a las personas a acercarse más a la iglesia. Caminamos por el barrio, y eso contagia el entusiasmo. El sábado pasado, hicimos un rosario barrial donde rezamos en cinco distintas grutas marianas. Cada vez se nos une más gente, incluidos los niños”, detalla Silvia, resaltando el espíritu colaborativo que se ha generado en el barrio.
La parroquia Espíritu Santo no solo es un lugar de culto, sino que se ha convertido en el corazón del barrio. ”Gracias a Dios, hemos podido levantar la parroquia, y el padre Mariano ha hecho un trabajo excepcional”.
El retrato de cuatro décadas de comunidad, contado por sus vecinos
En el corazón del sur de Santiago, se estableció hace más de cuatro décadas el barrio Ejército Argentino, que se ha convertido en un símbolo de perseverancia y comunidad. Con muchos años de historia, este barrio ha sido testigo del crecimiento y la transformación de sus habitantes, quienes han luchado por mejorar su calidad de vida en un entorno que, en sus inicios, carecía de servicios básicos.
Nuevo Diario visitó a algunos de los primeros vecinos que se establecieron en esta zona, quienes compartieron sus vivencias y anécdotas sobre los desafíos que enfrentaron al llegar a este lugar. Entre ellos, Lucía Barrera, conocida como Lucy, recuerda cómo fue mudarse con su esposo y su primer hijo a una casa rodeada de monte, sin luz y con escasas comodidades. “Era todo yuyo y teníamos que limpiar todo, incluso con la ayuda de mis vecinos. Era un lugar difícil, pero nos unimos y luchamos juntos”, expresa.
Las historias de los primeros habitantes están llenas de sacrificios, pero también de gratitud. Lili Acosta, otra de las vecinas pioneras, comparte cómo su familia también llegó con pocos recursos y cómo, a lo largo de los años, el barrio ha evolucionado. “Cuando llegamos, no había nada. Ahora, gracias a Dios, tenemos líneas de colectivo, negocios y hasta un centro de salud, entre otras muchas cosas más”, señala con orgullo.
Julio Segovia, un veterano del barrio, destaca la importancia de la solidaridad entre vecinos. “Hemos formado una familia aquí. Nos conocemos todos, nos ayudamos. A pesar de los problemas que podamos tener, siempre hay un lazo que nos une”, dice.
Un lugar de familias
En este contexto, doña Titina, con su característico humor, menciona que el barrio ha sido testigo de cómo sus hijos crecieron y se convirtieron en referentes dentro de la comunidad. “Aquí han crecido mis hijos y se han formado lazos que perduran. Siempre hemos estado juntos, apoyándonos en lo bueno y en lo malo”, comentó con una sonrisa.
El barrio no solo ha sido un lugar de residencia, sino también un crisol de experiencias y emociones. Victoria Saúl de Mansilla recuerda con nostalgia los momentos de silencio y paz que había en los inicios, y cómo con el tiempo, el canto de los pájaros fue reemplazado por risas y el bullicio de la vida familiar. “El canto de los pájaros se sentía, era un silencio hermoso, pero ahora escuchamos a nuestros hijos o nietos jugar y eso es aún mejor”, dice.
Las historias de lucha no se limitan a los inicios del barrio. Joaquín López, esposo de doña Titina, resalta que a pesar de los desafíos, el sentido de pertenencia ha crecido. “Hemos formado un club, ‘La Pachanga’, donde nuestros hijos se han reunido a jugar al fútbol. Es un legado que seguimos construyendo juntos, incluso para nuestro hijo que falleció, que era el formador de todo eso. También es lugar de arraigo de grandes músicos como nuestros hijos y nietos, el barrio es algo hermoso para nosotros”, afirma con orgullo.
Verdadera amistad
“Chiquita” Segovia comparte su propia historia, marcada por la profunda conexión con su hogar y sus vecinos. Después de una larga ausencia de muchos años en Mar del Plata, por trabajo, regresó a su querida casa. “La había prestado, pero no podía separarme de ella. Al regresar me di con la novedad de que me habían desvalijado completamente, hasta la mesada, las personas a las que les presté la casa. Pero, mis vecinos me hicieron sentir como en casa desde el primer día”, asegura emocionada. En esa ocasión, cercana a la Navidad, sus vecinos organizaron una gran cena para darle la bienvenida a su regreso, mostrando el poder de la amistad que se forja en las adversidades.
“Esto es amistad verdadera. Nos mantenemos juntos y agradecidos”, enfatiza. Su relato destaca no solo la importancia del hogar, sino también el valor de la comunidad que se ha ido construyendo a lo largo de los años.
De Silípica al barrio: La historia de la devoción a Mamá Antula
Estela Mari Gramajo, oriunda de Silípica, compartió a Nuevo Diario con orgullo la historia de su conexión con la gruta de Mamá Antula, ubicada en la esquina de su casa, en el barrio Ejército Argentino. “Mi padre siempre soñó con tener una gruta de la Mamá Antula. Cuando él falleció en noviembre de 2016, apenas dos meses después de su beatificación, sentí que su deseo se había cumplido”, relata Estela.
La figura de la Mamá Antula ha ido ganando popularidad en los últimos años, aunque en Silípica su devoción ha estado presente desde hace mucho tiempo. “Desde que tengo conocimiento, he crecido con la historia de Mamá Antula. Mi padre, junto a otros vecinos, fue uno de los primeros en mantener viva su memoria y dieron a conocer todo junto a Fanny Ledezma, una historiadora”, explica. La historia de Mamá Antula no solo ha sobrevivido en la memoria de los más ancianos; también ha sido transmitida a las nuevas generaciones. “Hoy, la gruta se ha convertido en un punto de encuentro para quienes buscan consuelo y esperanza, y no viene gente del barrio solamente, sino de otros lugares. La gente viene a rezar y a rendir homenaje a la Mamá Antula, lo que refleja la profunda fe que existe en nuestra comunidad”, señaló.
Estela concluye su relato con un mensaje claro: “La fe en la Mamá Antula nos mantiene unidos. A través de nuestras tradiciones y creencias, honramos a aquellos que nos precedieron y seguimos construyendo nuestra historia en comunidad, doy gracias a Dios por la vida de mi padre y porque antes de partir pudo hacer realidada esta gruta con mucho esfuerzo”.