Desde que don José María Cantos conoció a Juan Domingo Perón en 1952, llevado por su natural ímpetu de enfrentar las dificultades para vencerlas con optimismo, decisión y voluntad, a partir de estar convencido de sus ideas y propósitos para lograrlo, como fue el caso de viajar a Buenos Aires desde Tucumán (donde ayudaba a trabajar a su padre conduciendo un camión de cargas), con la idea fija de esperarlo al presidente de la Nación en la puerta de la Casa Rosada para pedirle que intercediera ante una empresa automotriz, en la exención de un plus de aporte al Estado para la compra de un camión que reemplazara al ya obsoleto Ford modelo 47 con el que trabajaban (“porfía” que se cumplió con creces al ser recibido por Perón en su despacho, pidiéndole a su secretario que llamara y acompañara al joven santiagueño a la concesionaria, luego de haber conversado un buen rato con su inesperado y “convincente” visitante, pidiéndole que cuando tuviera el nuevo camión Mercedes Benz, le pusiera en alguna parte la frase: “Perón cumple”, siendo lo primero que hizo el intrépido joven Cantos, cuando desfiló en una caravana de vehículos del sector productivo, frente al palco donde se encontraba Perón, en los actos celebratorios de IV Centenario de la Fundación de Santiago del Estero, circunstancia en la que frenó, bajó y saludó al Presidente, que lo reconoció y le retribuyó afectuosamente el saludo), en lo íntimo de su ser ya se encendía la llama virtuosa del optimismo y la voluntad de acción, avivada por sus jóvenes e impetuosos veinte años de edad, a partir de aquella experiencia excepcional que tuvo con Perón -y por la exhortación misma que le había hecho el general, de no dejar de ser como era-, José María Cantos comprendió que debía luchar cada día para alcanzar sus objetivos, sin amilanarse ante las adversidades que pudieran sobrevenir. Desde entonces, la lucha, la predisposición de ánimo y el convencimiento en los fines, sería un ritual permanente en su vida para cristalizar los sueños.
A partir de aquella experiencia, Cantos tenía más claro que nunca que debía aprovechar las oportunidades -o “señales”- que aparecían propicias para un fin determinado, y no dejar que las ideas factibles de concreción se diluyeran sin intentar ponerlas en marcha. Entendía que en eso consistía la lucha: en iniciar la acción y no darse por vencido.
José María Cantos:
“Quienes eligieron a José María Cantos como figura política en Santiago del Estero, no se equivocaron porque no faltó a las expectativas de trabajar por su pueblo”. Así decía uno de sus amigos y seguidores, agregando: “No se trata aquí de dar una muestra de presuntuosidad, de inmodestia. Tampoco de acercarse al singular martinfierrismo del `hacete amigo del juez´. Sólo basta ver los resultados electorales y el crecimiento continuo de su movimiento político (Nueva Opción), o internarse en los diversos núcleos ciudadanos donde palpita la vida provincial, en especial en el ámbito del campo o de las ciudades y pueblos del interior de la provincia, para medir su popularidad en pleno ascenso después de su elección como diputado nacional en el 2003, en la que por el propio peso de su persona, sin aparatos ni apoyos oficiales, ganó abrumadoramente su banca”.
No es necesario colocar en el microscopio investigador la figura de este empresario, ex legislador y político santiagueño, porque hasta los profanos y conocedores saben de sobra como ha logrado alcanzar un importante protagonismo en un amplio sector independiente y del justicialismo local. Cantos no es solamente cada una de las cosas que ha sido en su vida pública (empresario, fundador de diversos medios de comunicación, legislador y precandidato a Gobernador), sino precisamente la suma de todas ellas las que han convertido a este hombre emprendedor en un político de singular habilidad, dispuesto a trabajar de lleno para que se revierta la postración en la que estuvo durante tanto tiempo su provincia.
En los hombres políticos y públicos, difícil es discernir su éxito de su mérito; esa relación casi de causa y efecto que envuelve a todos aquellos que se dedican al servicio público, misión para la cual hay que tener condiciones especiales para poder cumplir cabalmente con los objetivos que un empresario nato se propone, sin temor a las críticas y a los errores, porque toda acción de servicio a la sociedad y a la provincia está plagada de escollos; embates que hay que superar con decisión y firmeza, condiciones éstas que siempre caracterizaron a José María Cantos.
El poder desgasta. Esta es una verdad. Y los políticos también sufren un desgaste en los avatares de la política. Pero en el caso de José María Cantos que nunca ostentó poder gubernativo ni formó parte de sectarismos ni de enconos partidarios, no obstante haber incursionado en la política aportando a la sociedad santiagueña desde su actividad privada y desde su puesto de legislador, su figura siempre se presentó sin desgastes y con luz propia, a diferencia de otros políticos. Sumando a esto su indiscutible propensión al trabajo productivo, surge quizás la clave fundamental de su real ascendente en el pueblo santiagueño, más allá de cualquier bandería.
El año 2002 marcó un hito en el concierto político provincial, al enfrentar al oficialismo juarista, logrando un abrumador resultado electoral que lo catapultó al Congreso como diputado nacional. Más de cien mil santiagueños dieron su contundente respaldo a un hombre que se había presentado al electorado en términos de veracidad policía: creíble y auténtico.
En la Cámara de Diputados de la Nación, presentó numerosos proyectos para la realización de obras de infraestructura caminera para beneficio de numerosas localidades del interior provincial, además de una regulación de los recursos del subsuelo, como así iniciativas para fomentar la agricultura y la ganadería, consistentes en otorgar tierras, animales vacunos, caprinos y ovinos a familias de zonas rurales para pequeños y medianos emprendimientos. En lo social, promovía un 85% móvil para los haberes de los jubilados provinciales y la instalación de centro de contención y rehabilitación para jóvenes adictos y madres-niñas.
No obstante haber aclarado en varias oportunidades que nunca se consideró un político profesional, demostró sin embargo una gran dosis de coraje cívico, y una profunda convicción de que podía, esgrimiendo la verdad, desafiar adversidades, situaciones arcaicas, anacronismos e intereses creados en el damero político.
La campaña electoral de José María Cantos como precandidato a gobernador por el justicialismo, lo mostraba como el favorito para ganar las internas. Verdaderas multitudes lo acompañaban en las caminatas barriales que realizaba cada día, con improvisados discursos en medio de la gente. Las muestras de apoyo, espontáneas y efusivas, impactaban por su crecimiento. No hacían falta encuestas ni sondeos para percibir el alto nivel de popularidad de su figura. Aún a sabiendas de que desde el gobierno de la intervención federal, encabezado por Pablo Lanusse, se apoyaba a José Figueroa con todo el peso del aparato oficial a su favor, los observadores imparciales apostaban por el triunfo de José María Cantos “como una ola que crecía en fuerza y magnitud demoledora”.
El domingo 9 de enero de 2005, día de los comicios internos del PJ, todo hacía presumir que Cantos se alzaría con la victoria. La presunción flotaba en el ambiente. Pero lo que en principio se perfilaba como una verdadera fiesta cívica, a partir del cierre de la votación, a las 18, comenzaron a denunciarse irregularidades en la carga de telegramas desde el interior. Los fiscales de mesa del sector cantista “Santiago para Todos”, advertían errores en los procedimientos informáticos en varios lugares del interior, entre otras gravosas situaciones, tales como urnas sin votos. No obstante, los resultados que se iban informando a través de los medios de comunicación desde el edificio del Correo -y tal como se esperaba-, daban cuenta de una constante ventaja de José María cantos sobre su oponente, en un número que fluctuaba entre 2000 y 2500 votos a su favor. De pronto, aproximadamente a las 21, se produjo un sorprendente corte en la transmisión oficial desde el Correo Argentino, cuando se llevaban escrutadas 399 mesas de un total de 772 habilitadas en toda la provincia. Nadie daba explicación de lo ocurrido. Los periodistas acreditados no tenían acceso a las oficinas de recepción de la información comicial. La inquietud y las sospechas de irregularidades se acrecentaban. El tiempo corría y la población estaba en ascuas e impaciente. Desde las filas del cantismo, se responsabilizaba a funcionarios de la intervención federal por las irregularidades y la interrupción del escrutinio.
Una hora después del corte informativo, se reanudó la entrega de datos a la prensa, y ¡vaya sorpresa!: de ganador, Cantos pasó a ser perdedor por la misma proporción de votos que hasta 60 minutos antes aventajaba a Figueroa.
El resultado final del polémico escrutinio denunciado como fraudulento desde el cantismo, fue de 43.594 votos para éste sector, “Santiago para Todos”, y 46.152 para el “Movimiento Popular Peronista” de José Figueroa. En tanto, “Cruzada Santiagueña” (los restos del juarismo después de su debacle), obtenía 21.771 sufragios.
De nada valieron las presentaciones judiciales ni los pedidos de recuento voto por voto desde el sector interno liderado por José María Cantos. Funcionarios de gobierno y jueces de la intervención federal, pergeñaron un montaje de disposiciones -con las facultades institucionales extraordinarias que ostentaban-, frenando todo intento del cantismo para transparentar el proceso viciado de anormalidades.
Más aún, cuando a fines del mes de enero de 2005, José María Cantos decidió ir a elecciones generales para gobernador por fuera del justicialismo, entendiendo que tal postura no significaba “sacar los pies del plato” como peronista, sino de purgar un proceso que consideraba espurio, anunciando que inscribiría a su agrupación con el nombre de Frente popular de la Victoria ante el Tribunal Electoral de la Provincia, los miembros de este cuerpo, argumentando que “quedan inhibidos de participar como candidatos en la elección general por otra fuerza política, quienes hayan sido derrotados en las elecciones internas de su partido o alianza electoral”, por resolución del 27 de enero, decidieron “no hacer lugar a la oficialización de las candidaturas a Gobernador y Vicegobernador propuestas por el Frente Popular de la Victoria”.
En los días posteriores a la controvertida elección interna (abierta) del partido justicialista, dirigentes peronistas de toda la provincia se alzaban en protesta contra “el uso indiscriminado del aparato estatal a favor de Oscar Figueroa y por el manoseo del escrutinio”. En un multitudinario plenario efectuado el 22 de enero de 2005, le daban su contundente respaldo a José María Cantos, instándolo a “no abandonar la lucha por su pueblo”. En tanto, desde los despachos oficiales de la intervención federal, se redoblaban los esfuerzos para apuntalar la candidatura a gobernador de José Figueroa, con vistas a las elecciones del 27 de febrero.
Todos estaba dicho, pese a las denuncias dirigenciales, movilizaciones y demandas judiciales interpuestas por el cantismo, la candidatura de Figueroa por el PJ era un hecho irreversible, que sólo conduciría a ahondar las divisiones atomizando aún más al justicialismo en una batalla electoral en la que se proscribía a José María Cantos, quien si bien no bajó los brazos en la lucha por llevar adelante su proyecto político, entendió que poner al justicialismo en pie de guerra, forzando lo que no se podía cambiar ya en el límite para no caer en la intolerancia entre sectores peronistas, en momentos en que se intervenía al partido nuevamente, no era su fin último.
Pocos días antes de los comicios de febrero, hizo público un documento en el que fijaba su posición frente a tan controvertidas circunstancias. Bajo el título “Desensillar hasta que aclare”, decía: “En vísperas de una nueva elección en nuestra provincia -para gobernador, vice y diputados-, y haciendo un balance de los acontecimientos y conductas políticas que se dieron en el proceso político provincial desde que estuvo la intervención federal de Pablo Lanuse, cuando se fraguó un escrutinio para evitar mi triunfo como precandidato a gobernador sobre Oscar Figueroa, y viendo cómo el justicialismo sufrió las consecuencias de las equivocaciones del pasado y de las apetencias personales que lo dividieron, desvirtuándolo en la formación de frentes electorales oportunistas, para ver ahora cómo se lo interviene nuevamente con intenciones preestablecidas de favorecer a los inclinados por el Poder, en lugar de recuperarlo en la unidad y los principios que siempre lo caracterizaron como un movimiento monolítico con banderas inclaudicables, considero que -aún con un espíritu de lucha que no se amilana, pero que sabe cuándo no vale la pena gastar pólvora en chimangos-, no es el momento en que estén dadas las condiciones para que nuestro sector de auténticos militantes justicialistas, participe en una contienda electoral, que no sólo ya está echada en surte desde las estructuras de los poderes provincial y nacional, sino que está armada de tal modo que hoy el fraude tiene nombre de conversos en listas colectoras, claudicantes de un auténtico ideal.
“No abandonamos la lucha. Por el contrario, nos rearmaremos en la retaguardia, para relanzar en cualquier momento nuestras banderas que nunca se arriaron ante un poder de turno. Las mantendremos enhiestas para que acudan a ellas quienes hoy están confundidos…”.