Mediados de agosto de 1975. Hacía frío, pero me levanté temprano, busqué la Spica portátil que era de mi nono y comencé a escuchar el sorteo. A los tres últimos números del documento le correspondía el número de orden. Se acercaba el momento y estaba la esperanza de escuchar un número bajo, que me librara del servicio. “536”, orden “636”. Dejé la Spica y me consolé de que no fuera Marina ni Aeronáutica, cuyos destinos eran más lejos. Y así fue, me tocó “Tierra”.
Recalé en el Regimiento de Granaderos a Caballo José de San Martín un enero del 76, con interrogantes y miedo.
Luego de dos meses intensos, donde nos instruyeron en las “artes de la guerra” y mucha disciplina, nos levantaron con estridentes silbatos a las cuatro de la mañana, nos pusimos nuestros uniformes, tomamos nuestras armas y salimos a formar. Pensábamos que se trataba de un nuevo simulacro, un ensayo.
Pero esta vez, apareció el jefe del Regimiento, el coronel Wenner, y muy sereno nos indicó: “Esto no es un simulacro. Vamos a tomar Casa de Gobierno”. Así transcurrió ese 24/3/76, con un FAL en la mano, acomodando a los civiles, que no ofrecieron discusión alguna. Sin quererlo me tocó formar parte de la historia. La nefasta historia. Rescato la solidaridad y la empatía que ese momento formó el cuerpo de soldados. Nos unió, nos hizo fuertes y atentos para ver lo que pasaba. Hoy, muchos años después, no puedo evitar ver, al cerrar los ojos, todos esos pasos que di ese día. Trato de inculcar en aquellos que no tienen idea de esos acontecimientos, los valores de la libertad, de la tan vapuleada democracia.
