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Opinión #Opinión

El centralismo porteño se enfrenta a una seria disputa con el resto del país

Por Diego Ramos.

Medios porteños dedican con tinta y expresiones inquisitorias el rol de los caudillos en las provincias, por supuesto que desde un simplismo de la historia con el claro objetivo de demonizar a los caudillos del Norte. La hegemonía de la construcción histórica de la política argentina no tuvo la decisión de incluir equitativamente a los pueblos del interior, al contrario, entonces es ahí donde radica la respuesta a la pregunta de por qué existen los caudillos. El centralismo porteño, ese modelo histórico del Estado jurídico de imponer esa única fisonomía cultural (blanca, europea) se enfrenta a una seria disputa con la región del Norte Grande que tensiona, cuestiona y exige un modelo más amplio y equitativo. Hoy vivimos un proceso de deslegitimación sobre los beneficios económicos, políticos y culturales del puerto de Buenos Aires a través de instituciones y expresiones nuevas que sostienen los intereses de los pueblos, únicos soberanos. Ni la realidad social es fija y permanece eternamente igual a sí misma, ni los gobernantes son inmutables estatuas. Santiago del Estero no es la petrificación de Borges o Ibarra, es la capacidad política de reinventar la emancipación social, política, económica y cultural de la región NOA.

 

El centralismo de los medios hegemónicos opera con una fuerza única que incluso la tentación para enfrentarlos es buscar medios de comunicación alternativos dentro del puerto de Buenos Aires: necesitamos lo alternativo a esa alternativa, es decir una voz local, federal y regional, una instancia de posicionamiento en este proceso de regionalización y Norte Grande.

 

El ADN de los caudillos y de su pueblo se describe desde el centro a la periferia, es la historia lineal y oficial que remarca el atraso de los pueblos del interior por la incompetencia del caudillo, expresando a boca llena “cada pueblo tiene lo que se merece”. Rodrigo de Trina, marinero de La Pinta, fue el que divisó primero la tierra del “nuevo continente”, o bien podríamos decir que fueron primero los indios que divisaron sus embarcaciones que se aproximaban. ¿Quién descubrió primero a quién? Según desde dónde uno se posiciona puedes ser centro o periferia. El Norte Grande se posiciona en protagonismo y centralidad, visibiliza el ADN de ese centralismo porteño y el porqué de su demonización al caudillo.

 

A comienzos del siglo XIX la burguesía comercial de la “ciudad puerto” era denominada por los europeos “pandilla del barranco”, era la “gente decente” que se dedicaba al contrabando y su comercialización. Estos burgueses de mostrador, como expresaba el político Jorge Abelardo Ramos, se destacaban por su habilidad para burlar las disposiciones fiscales. En la huella del genoma porteño descubrimos que tras las invasiones inglesas, algunas familias porteñas se habían emparentado con oficiales británicos, la devoción por los extranjeros rubios estaba muy difundida en la aristocracia mercantil de Buenos Aires que se hacían acompañar por un esclavo y un farol para ser observados como superiores, pertenecientes a una nación blanca.

 

Ya desde 1810, sin la cabeza del rey de España se esforzaron por una económica sin justicia social, reemplazando a la corona y convirtieron a Inglaterra en la nueva causa externa para sostener sus propios intereses internos. De este modo, el capitalismo se inició en Argentina estrechamente condicionada por el capitalismo inglés y en perjuicio de las economías provinciales. La aduana ya daba varios millones de pesos, y el grupo comercial porteño originó una caudalosa corriente de mercaderías inglesas que perjudicó las bases mismas de la economía provinciana. Incluso el sistema de Rosas sostuvo los intereses de una sola provincia y de un solo puerto en perjuicio de toda la nación, era incompatible con la necesidad imperiosa de las provincias de participar en la distribución de las rentas aduaneras.

 

Dos concepciones políticas sociales opuestas siguen pugnando el futuro de los pueblos: una expresa la anulación sin contemplación de los caudillos del interior, empujando el atraso de los pueblos; la otra, la del caudillo, expresa la discusión y el debate por un programa de una nación más justa y equitativa. El centralismo no puede sostenerse por mucho tiempo y legitimarse en la fuerza. La nación no puede nacer por decreto.

Diego Ramos
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