A la noche del 1 de noviembre, en los cementerios santiagueños, tanto rurales, algunos tapados de malezas, hasta los urbanos, cientos de personas recuerdan a sus difuntos amigos, familiares y seres queridos con el ritual de la alumbrada.
En una sola llama viva y desde lejos se puede apreciar cómo la gente concurre al campo santo para rendir un homenaje a aquella persona que partió y con una vela vuelven los recuerdos vivos de momentos únicos compartidos con ellos.
En tal sentido, Nuevo Diario dialogó con el profesor de Ciencias Sociales, Ariel Roldán, que junto a su compañera
Silvia Starcich recorrieron el interior de la provincia para contar y documentar cómo es este ritual y práctica que está entre lo místico, lo santo, lo misterioso y ancestral.
“Esta es una práctica muy antigua”, comenzó el profesor Roldán, “que en distintos lugares se vive de diferente manera, por ejemplo en Maco, niños y adultos llegan a reencontrarse después de muchos años, recuerdan a sus seres queridos prendiendo una vela, hasta cierta hora de la noche, luego regresan a sus hogares. En Salavina es distinto, ya que están las ‘rezadoras’, personajes que a través de cánticos y rezos efectúan un ritual casi tétrico. En cambio en Ojo de Agua, ya más urbanizado el cementerio tiende a ser más colorido”, comentó Roldán, ya que en este lugar el año pasado se conmemoró con una suelta de globos.