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Opinión #Opinión

Educando a Alberto

Una cosa es tener problemas de gestión, otra tener problemas políticos y otra distinta no ser cuidadoso con las formas.

Cristina se dispuso a darle lecciones de conducción política a Alberto en vivo y en directo. Ella puede tener muchos defectos, pero definitivamente sabe conducir. Le dio un buen consejo: que ponga orden. Una palabra clave en el diccionario kirchnerista desde siempre. Cualquiera que se asoma al cotidiano del sistema decisorio presidencial concluye que está todo un poco desordenado, empezando por el propio mandatario y siguiendo por el jefe de Gabinete. Nos referimos exclusivamente a las cuestiones políticas.

 

 

Una cosa es tener problemas de gestión, otra tener problemas políticos y otra distinta no ser cuidadoso con las formas. Las dos primeras eran evidentes y sabidas. La tercera es muy complicada porque puede generar costos innecesarios en el peor momento. Por ejemplo, faltando 4 semanas para una elección. Claro, cuando la falta se cometió hace un año, el peligro es latente ya que puede explotar en cualquier segundo.

 

 

¿Son independientes unas cosas de las otras? No. Significa que existe una misma matriz mental detrás del cumpleaños de Fabiola, venimos de los barcos y la compra de las vacunas. Eso se llama improvisación o falta de profesionalismo para el cargo. El presidente, tratando de parecer un hombre común, comete el error de decir que a veces se olvida que es… el presidente. Y en eso es sincero. Nunca fue líder y ahora se nota más que nunca. Cuando existe un problema de matriz, todo se vuelve mucho más complejo de resolver, dado que no existe un sistema de salvaguardas interno que evite las crisis. Sencillamente se las subestima. ¿La culpa la tienen los asesores? El que elige consejero, elige consejo. Los entornos son a imagen y semejanza de los líderes.

 

 

Pasaron 20 meses desde que asumió (y exactamente dos años desde que supo que sería el próximo presidente). Como ese es un trabajo full, podemos estimar razonablemente que demanda al menos 12 horas promedio por día. En 24 meses son unas 8760 horas. Es decir que se acerca a las 10.000 horas que recomienda Malcolm Gladwell para poder ser exitoso en una profesión, más allá del talento que se tenga. Por supuesto que dicha cifra ha sido superada ampliamente si uno calcula todo el tiempo que le ha dedicado a la política y a la función pública. Pero como ser presidente no es lo mismo que cualquier otro cargo —se debería decir que es incomparable con ningún otro— entonces conviene contabilizar desde el día que ganó ampliamente las PASO en 2019.

 

 

Por estas horas todo el mundo se pregunta si esto le traerá consecuencias electorales negativas al oficialismo. La respuesta a esa pregunta nunca es definitivamente por sí o por no, sino que requiere analizarlo con mucho detalle:

 

 

1-No existe “la gente” o “el electorado”, sino segmentos de personas. Por lo tanto la primera pregunta no es colectiva, sino selectiva. En este caso el foco debe estar en el voto duro —quienes van a votar al FdT bajo cualquier circunstancia— y el voto blando —no son del FdT sino que lo votaron en 2019 frente a la disyuntiva con Macri. Los duros podrán sufrir un desagrado momentáneo, pero esto no les cambia su vida cotidiana. El problema son los blandos. El mes pasado en la provincia de Buenos Aires, el 25 % del voto al FdT en la presidencial se declaraba decepcionado.

 

 

2-Existe distintas fases de una crisis como esta: a) el estupor inicial, b) las reacciones posteriores, y c) el letargo de los dimes y diretes proceso judicial, siempre y cuando no haya novedades que refuercen el impacto original. Estamos transitando entre las fases b y c. Carrió, Macri y Larreta, entre otros, ya tomaron distancia del juicio político, por ejemplo.

 

 

3-¿Y si aparecen nuevas fotos? Si son más de lo mismo, tendrán un efecto mucho mejor al inicial, agregando poco y nada a la evolución de la crisis.

 

 

4-Las crisis —por mucha indignación que generen— si no afectan el cotidiano de la gente, terminan diluyéndose en su efecto sobre el voto duro. Para el voto blando / decepcionado, más allá del fastidio con el hecho, el punto es ver a un presidente desenfocado de las prioridades y sin liderazgo. Eso es lo que más impacta: el hecho es una anécdota que alimenta que el presidente no está a la altura de las circunstancias (de la conducción sobre todo, más allá de lo moral).

 

 

5-La reacción de Cristina era imprescindible para responder a la pregunta de “dónde está el piloto”. La sensación de desorden no le gusta al grueso de la población y mucho menos a sus fieles votantes. Por lo tanto, puso el cuerpo con todo lo que eso puede significar política y electoralmente.

 

 

6-Como dijimos la semana pasada, ¿cuál es la verdadera campaña? ¿El spot emotivo de “salimos” o las declaraciones de los protagonistas políticos? Aquí es donde se queman los papeles publicitarios para dar paso al imperativo del clima de opinión. Cristina era vista por el electorado cada vez más como “la que manda” frente al “títere Alberto”. Entonces, al salir ella a la cancha refuerza la percepción preexistente, generando un círculo vicioso de desempoderamiento de Alberto, y aparece la CFK conductora / candidata que obtura los agujeros por donde podría comenzar a entrar agua al barco, y recordándole a la oposición que “es Macri”. O sea: el manual de campaña del oficialismo que se conoció hace pocos días tirado al tacho de la basura.

 

 

Diría Cristina —citada una vez más— “en la vida hay que elegir”. Ese fue su slogan de 2013. Parece que las legislativas de medio término siempre son un dolor de cabeza. Mejor pensar en las presidenciales.

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