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Opinión #Opinión

Viet-ganistan

Estados Unidos ha retirado sus tropas de Afganistán quedando una estela de muerte, devastación y dejando al país otra vez en manos del Talibán, con imágenes que nos recuerdan a la caída de Vietnam

Como habíamos anticipado en un artículo anterior, el gobierno de Biden anunció hace menos de un mes que continuaría con las políticas de su antecesor Donald Trump y que sus tropas abandonarían Afganistán antes de septiembre del corriente año ya que no tenían más interés en seguir combatiendo para de evitar que el movimiento islámico integrista y sectario Talibán tomara por la fuerza el control y destino del país. Considerando que era momento de que los afganos asuman con madurez las responsabilidades del autogobierno.

Las consecuencias estratégicas y políticas no se hicieron esperar: el movimiento Talibán comenzó desde ese momento una ofensiva general en todos los frentes que lo llevó en poco tiempo a conquistar casi dos tercios del territorio nacional.

Hasta la fecha ya han caído casi todas las capitales provinciales y miles de tropas afganas han comenzado a cruzar la frontera hacia el vecino país de Tayikistán, que por su lado ha movilizado más de 20.000 soldados para evitar infiltraciones terroristas que puedan desestabilizarlo y ha comenzado la construcción de centros de acogida para las decenas de miles de afganos que, estiman, cruzarán la frontera en busca de refugio escapando de la barbarie talibán.

Asimismo Irán comenzó también a movilizar sus tropas hacia la frontera para invadir Afganistán, creando zonas de influencia. Lo mismo parece estar haciendo Pakistán, mientras que China e India han comenzado a dialogar con los Talibanes para ver cómo pueden intervenir en el conflicto. Las imágenes de las guarniciones militares incendiadas y saqueadas por los guerrilleros, se multiplican sin cesar por las redes sociales, como así también las de unidades enteras que, luego de matar a sus comandantes, abandonan los puestos o simplemente se pasan de bando para evitar una muerte segura. Esto último nos habla del estado de la moral de estas tropas y del futuro de la guerra.

Las agencias de inteligencia de los principales países con intereses estratégicos en esa región estimaban que, sin un refuerzo militar significativo, el gobierno podría colapsar en un plazo de seis meses; pero todas las predicciones resultaron erróneas ya que nadie esperaba un quiebre de tal magnitud en tan corto tiempo. La situación se ha vuelto tan desesperante que una delegación gubernamental afgana realizó un viaje secreto a Washington la semana pasada para pedir apoyo, a fin de asegurar la continuidad y estabilidad política del país.

Si bien los militares norteamericanos aseguraron que les seguirían brindando apoyo militar estratégico, la delegación partió de la misma forma en la que llegó: con las manos vacías y sin esperanzas. La posición del gobierno de Estados Unidos tiene tan definida su posición en la materia que el mismo Joe Biden en una entrevista a la cadena televisiva C.B.S. aseguraba que no le interesa seguir en una guerra sin fin, que Estados Unidos hacerse responsable de todos los problemas de violaciones a los derechos humanos que existen en el mundo, ni asegurar la libertad ni derechos de las personas vulnerables. Y que no sentía ningún remordimiento de abandonar a la población de Afganistán a su suerte y destino.

Como continuación a esta política, la vocera de la Casa Blanca Jean Psaki, en una conferencia de prensa hablando sobre los cientos de miles de refugiados que provocaría esta crisis y sobre el destino de las mujeres de Afganistán que serían nuevamente sometidas a la esclavitud, contestó que el asunto le tiene sin cuidado y que ellos no son responsables del futuro de ese país.

Sumado a esto, los Talibanes emitieron un comunicado expresando que no permitirían fuerzas extranjeras en su territorio ni siquiera para custodiar embajadas. Frente a estas amenazas y al temor de quedar abandonados y ser masacrados, los intérpretes militares, los funcionarios, los intelectuales, los artistas e incluso universitarios afganos y sus familias comenzaron a pedir salvoconductos para abandonar el país. Obteniendo seguridades del Pentágono, quizá como un último gesto de dignidad y honor militar, de que mantendrían el control de la emblemática y famosa base aérea de Bagram para facilitar la evacuación de todas estas personas y para asegurar el suministro de armas y alimentos a la ciudad de Kabul.

Lamentablemente esta promesa tampoco fue cumplida: luego de estas declaraciones tranquilizadoras los Comandantes afganos se enteraron, al recibir reportes de saqueos dentro de la base aérea de Bagran, que los norteamericanos la había habían evacuado en unas pocas horas, sin avisarles.

Hoy en Kabul los habitantes viven un escenario que nos hace recordar los últimos días de la guerra de Vietnam, se repiten una vez más las mismas imágenes que marcaron la caída de Saigón. No hay diferencia y las cartas parecen estar echadas sobre la mesa.

Y así, entre la vergüenza, la falta de empatía y sin haber cumplido ninguna de sus promesas de libertad o de un futuro mejor, Estados Unidos abandona una vez más a uno de sus principales aliados y a la gente que confió en la promesa de libertad y progreso. Estados Unidos, que parece aliado a los cuatro jinetes del apocalipsis, sólo deja un legado de cientos de miles de muertos.

Muertos, destrucción, tragedia, abandono y una compleja situación geopolítica que puede no terminar con la conquista de Kabul por parte del Talibán; sino que esta arremetida puede extenderse a otros países de la región llevando la flama de la guerra a otros países en un conflicto que serían igualmente sanguinario. Y que no tendría fin.

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