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Opinión #Opinión

En la montaña rusa

Justo en ese momento en el que creemos que todo ya pasó, nos sorprende una bajada en picada que termina con un baldazo y nos deja sin aliento.

Ser padres es como vivir en una montaña rusa.

 

 

Justo en ese momento en el que creemos que todo ya pasó y podemos animarnos a mirar el paisaje, nos sorprende una bajada en picada, a máxima velocidad, que termina en un baldazo y nos deja sin aliento.

 

 

Mucho se habla acerca de la rutina como una herramienta fundamental para lograr la organización del hogar y la adhesión de los miembros a las normas de la casa.

 

 

La rutina intenta ayudarnos a lograr previsibilidad, a poder prepararnos mental y físicamente para lo que viene y a permitirnos fluir hacia ese destino. No es lo mismo decirles a nuestros hijos que ahora mismo deben dejar ese juego en la plaza con sus amigos que tanto disfrutan, a decirles que en unos minutos nos iremos, dándoles así el tiempo de entender, procesar, cerrar y despedirse del momento, poniéndose en camino hacia el próximo destino.

 

 

Distinto escenario es el que nuestros hijos sepan que a cierta hora o en cierto momento del día es el tiempo del colegio, la comida, las tareas, el juego, la tele, la cena y la hora de dormir; a pretender que ellos sigan un ritmo aleatorio, sentido como impuesto siempre desde arriba que, como todo lo impuesto, genera resistencias desatando esas batallas tan temidas por los padres cuando intentan proponer algo a los hijos. Algo que ellos no tienen ganas de aceptar.

 

 

La rutina ordena. El orden apacigua.

 

 

Como todo limite sano que define claramente hasta donde se puede avanzar y delimita cuál es el universo posible a explorar, es la rutina la que permite conocer dentro de qué limites podemos movernos y podrán moverse los demás; permitiendo conocer los espacios propios, ejerciendo dentro de ellos las libertades personales y pudiendo saber con quienes, cómo y cuándo se cuenta.

 

 

Gran desafío gran.

 

 

En el mundo que nos toca vivir, donde perdimos en gran manera la posibilidad de planear, prever y predecir lo que vendrá, brindarles a nuestros hijos ese espacio seguro y de orden que les permita proyectarse y confiar en que crecer vale la pena y que uno debe siempre hacer su parte más allá de la certeza o no del resultado.

 

 

Nuestros hogares están avasallados por el desorden que ronda el mundo. Y nuestros hijos lo perciben. Lo sienten. Lo resienten.

 

 

Nos toca como papás asumir la responsabilidad de ser quienes tracen los bordes que los cuiden de caer al abismo.

 

 

La vida de las familias está llena de subidas, bajadas y momentos de meseta. Esos calmos que debemos aprovechar para proveernos de los recursos que nos ayudaran a sobreponernos cuando vengan la subida o la caída libre.

 

 

En el camino de la crianza de los hijos hay momentos distintos. A veces contamos con esos ratitos tranquilos en que, sin querer hacer mucho ruido para no romper el hechizo, los vemos jugar contentos, divertirse corriendo por el parque, disfrutando de la adrenalina del tobogán o de su programa de tv favorito.

 

 

Instantes. Breves, fugaces. Como esos trayectos planos del camino de la montaña rusa en el que uno atina a dar un rápido vistazo al costado agarrándose fuerte, porque sabe que ahí, inminente, viene una bajada pronunciada que lo dejara sin aliento.

 

 

Otras veces la escena es distinta y lo que domina son miedos, dudas, gritos y ganas de bajarnos y salir corriendo de allí.

 

 

Propongo esta idea: ser papas tiene que ver con las segundas vueltas. Somos papás cuando, después del baldazo, nos miramos con quien nos acompaña o a nosotros mismos, respiramos hondo y volvemos a subirnos para dar una vuelta más. Creyendo que esta vez nada nos va a sorprender porque ya nos mojamos ayer; pero encontrándonos de nuevo gritando, riendo y sorprendiéndonos con el baldazo desorientador del final.

 

 

Vivimos en una montaña rusa; pero las montañas rusas tienen algo… siempre, ellas mismas, son la misma. Habrá un momento que por más excitante y temerosa que resulte, si nos subimos una, otra, y otra vez, dejará de sorprendernos y sacarnos el aliento. Permitiéndonos saber que adelante hay una bajada grande y que nos toca agarrarnos fuerte hasta que pase.

 

 

En ese momento habremos nosotros mismos entendido lo valioso y apaciguante de las rutinas. Y lo contenidos que nos hacen sentir cuando sabemos lo que viene y podemos actuar en consecuencia.

 

 

Hay un orden en la paternidad: el de saber que cada día se nos presentará el desafío de estar a la altura.

 

 

Permitirnos a veces fallar, temer, cuestionarnos y recalcular; debe ser parte esencial de nuestra rutina.

 

 

Sólo así podremos revisar nuestros recursos internos para estar listos para fluir con el próximo desafío que se presente.

 

 

Y como en la montaña rusa, encontrándonos y disfrutando.

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