Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Opinión #Opinión

Amor de ida y vuelta

Nunca fue fácil ser padres. La paternidad impone la obligación de ser responsables de nuestros actos, porque ellos no solo tienen que ver con nuestro destino, sino también directamente con el de nuestros hijos

La época en que vivimos exige al rol de los padres de una manera excepcional. Somos llamados a rellenar espacios y tiempos que quedan vacios, a competir ferozmente con pantallas siempre disponibles y tentadoras. A ser maestros, enfermeros, amiguitos y animadores de cumpleaños. Todo, para parchar las heridas de un mundo un poco roto que pide a gritos que paremos a pensar y darle importancia a lo que realmente importa.

Hay una función indivisible del rol de padres que tiene que ver con la nutrición. No me refiero a la función de alimentar los cuerpos; sino a la de nutrir las almas.

 

 

Y en ese punto nos encontramos con un problema: no puedo dar al otro aquello que no tengo.

 

 

En la consulta con padres suelo percibir una sensación generalizada de estar sobrepasados, sintiéndose exprimidos en sus tiempos, sus cuerpos y sus ideas; expuestos a sentimientos de vulnerabilidad e indefensión enormes y enfrentándose a enemigos desconocidos sin saber en quien confiar ni en quien apoyarse. Y con todo eso, debiendo responder por sus hijos, sin sentir que cuentan con los recursos apropiados.

 

 

Mucho se habla de límites, cuando hablamos de crianza. La idea de límites nos remite a aquellos que debemos poner a nuestros hijos; pero hoy quiero que pensemos en otro tipo: Los que necesitamos ponernos a nosotros mismos para poder ser padres sin estallar en el intento.

 

 

No se puede con todo. O mejor dicho… no se puede querer poder con todo. Porque donde todo se quiere abarcar, posiblemente, nada se haga bien o peor , nada “nos” haga bien.

 

 

La paternidad no es una cuestión de cantidad; sino de calidad. Y esto es una premisa que hoy debe acompañarnos. No importa el cuanto, sí el cómo.

Abandonar nuestras expectativas para concentrarnos en nuestras posibilidades es una llave maravillosa que abre las puertas de lo alcanzable. Y ese es un camino amigo de la paternidad.

 

 

Cuestión de calidad dijimos. Expresa el dicho que “lo bueno viene en frasco chico”, será que no todo esta hecho para entrar en esos frascos; pero cuando se trata de calidad habrá que priorizar a qué le damos lugar y qué debe quedar afuera.

 

 

No se mide a un padre por cuánto pudo enseñarle a su hijo a dividir por dos cifras, ni cuál es la correcta conjugación del verbo partir; pero sí es potestad de un padre enseñar a sus hijos a cuidar su ser. Si un padre siente que “no puede más” y sigue exigiéndose como si nada pasara, está enseñándole a su hijo a no escuchar su ser, a desconectarse de sí mismo y sus necesidades, a exprimirse para satisfacer a los otros.

 

 

Hasta el mundo necesitó parar para obligarnos a hacer un poco de silencio.

 

 

No podemos hacer de cuenta que “aquí no ha pasado nada”.

 

 

Enseñar a cuidarse, es enseñar a elegir. A saber cuándo si y cuándo no, cómo si y cómo no. A soltar cargas que nos dificultan mantenernos en pie, a fallar un poco para no fallarnos por completo a nosotros mismos.

 

 

Lo maravilloso de la paternidad, es que es un encuentro. No es un camino de una sola vía; sino que se construye en un ida y vuelta.

La buena noticia es que la incertidumbre, lejos de enemiga, debe ser nuestra amiga.

 

 

Es esa incertidumbre sobre lo que debemos hacer la que nos tiene que invitar a buscar las respuestas en los ojos de nuestros hijos.

 

 

No sabemos cómo se hace y es bueno que así sea, porque son ellos nuestros grandes maestros.

 

 

Disfrutar con ellos, compartir ratos que revivan el sentido del porqué los trajimos al mundo, entregarles una sonrisa en medio del caos, abrir un espacio para la palabra, la duda, y el miedo. Eso es función paterna.

 

 

Y nadie puede hacerlo por nosotros.

 

 

Y en esa risa, en ese abrazo, en ese sentarse un ratito a jugar, a escucharlos y a compartirles también nuestra vida, es que encontraremos el combustible que nos llene y energice.

 

 

Rescatemos los espacios relajados, en compañía. Devolvámosle a nuestros hogares su cualidad de refugio del afuera. Construyamos en esa vía doble junto a nuestros hijos, nuestra mejor versión.

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso