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Opinión #Opinión

¡QU?? MAL LA ESTOY PASANDO!

Si bien todos hemos conocido la frase ???¡Qué mal la estoy pasando!??? por los dichos del tenista Gastón ???Gato??? Gaudio en un partido de tenis de Roland Garros, esta representa el sentimiento de frustración que muchos empleados (profesionales o no) sienten en las empresas donde no son debidamente aprovechadas sus capacidades.

Muchos profesionales concuerdan con que es un sentimiento muy común entre quienes se sienten “mal aprovechados” laboralmente. Cuando se es joven, siempre se tiene la expectativa de poder trabajar para una empresa de renombre y que pague bien por supuesto. Cuando vamos en un ómnibus o en auto a trabajar y vemos esas personas haciendo deportes un lunes a las 10 de la mañana, nos decimos qué lindo debe ser ese trabajo donde pueden estar caminando en el parque y con el “manos libres” atendiendo un cliente a la vez.

 

Pero detrás de esa hermosa máscara de tiempo libre, renombre y sueldos bien pagos; se oculta una triste realidad: la de trabajadores, como dije antes profesionales o no, que poco a poco van desapareciendo y se hacen invisibles para sus organizaciones.

 

Cuando comencé mi carrera profesional, siempre tuve a unas pocas empresas en la mira para poder desarrollarme laboralmente. Hasta que luego de un par de años y sin buscarlo, me convertí en parte de ese equipo. Un equipo comprometido, las “Grandes Ligas”, el “Dream Team”, equipo “World Class” y cuantos sobrenombres más se auto ponían.

 

Un trabajo donde mis jefes se encontraban a 1200 km de distancia, no marcaba tarjeta ni tenía horarios fijos, tenía viajes y capacitaciones por toda la Argentina, viáticos completos pagos y un sueldo más que justo. Era el que me permitía caminar un lunes a las 10 de la mañana por el parque con el manos libres mientras conversaba con mis jefes. Yo, era finalmente parte de la historia de esa empresa con casa central en EEUU, que cotizaba en bolsa y de la que todos soñaban con ser parte. Un sueño hecho realidad.

 

Luego de un par de semanas, vi que un colega de otra provincia renunciaba. Nunca lo entendí. No podía comprender cómo alguien podía dejar este trabajo soñado por muchos, por una supuesta oferta laboral en su provincia. 

 

Los años fueron transcurriendo y mientras trabajaba para esta empresa “World Class” me desenvolvía profesionalmente en otras actividades Ad-Honorem, donde era más que reconocido por mis cualidades profesionales. 

 

Los primeros 2 años, me sentían bendecido ya que me pagaban muy bien por hacer muy poco. No por mí, ya que yo quería hacer más; sino porque el trabajo en mi provincia era bastante ralo, con muy pocas actividades dado el tamaño y las características del negocio. Empezaba a sentir, viendo en retrospectiva, que había dejado de ser “Cabeza de Ratón” para convertirme en “Cola de León”. Trataba de levantar la mano con ideas y propuestas; pero al no ser del área que debía elaborarlas, las mismas caían en sacos rotos. No eran tenidas en cuenta.

 

Quería demostrar capacidad de liderazgo; pero al no vivir y trabajar en Bs As, desde el interior no podíamos hacerlo. Mucho menos tener posibilidades de crecimiento. Yo era el jefe máximo en una provincia, donde solo había un empleado.

 

Me di cuenta que el “Imbécil; pero leal” (término acuñado por Hernán Kriscautzky) tenía más posibilidades de ser útil a la organización. O como los llamábamos en ese entonces, “los reidores profesionales”. Eran empleados que se pegaban a los jefes y aplaudían cada palabra y se reían de cada mal chiste. Esos “reidores” cambiaban de jefatura en jefatura de manera mensual. Y cuando todas las jefaturas estaban cubiertas, siempre se podía crear una nueva y con nombres bastante llamativos y en inglés.

 

De a poco, me fui hundiendo en la frustración profesional. Trabajaba pocas horas, quizás hasta en pantuflas, me pagaban bien, era una empresa líder en el mercado internacional, viajaba por todas partes, tenía casi un mes de vacaciones;, pero algo no estaba bien dentro de mí. Maslow me restregaba su pirámide en la cara.

 

Llegué al punto de rogar a mis jefes que se “aprovechen laboralmente” de mí. Pedía que me den tareas o zonas que no estaban dentro de mis responsabilidades; pero los protocolos y las burocracias de tan grande organización no lo permitían. Sacando a un lado las preferencias de algunos jefes por los empleados con o sin senos o por aquellos más o menos reidores, no había mucho que se pudiera hacer para sobresalir, para ser reconocido. Pese a tener una personalidad bastante fuerte y con ideas bien marcadas me fui volviendo invisible. Cuanto más invisible era, menos intentaba participar. Y menos quería ser parte de la integración.

 

Dejaron de ser divertidas las convenciones y los partidos de futbol entre compañeros. Ya no eran importante las cenas caras con clientes y jefes. No importaba si la caja de navidad era de Havanna o de Arcor. No importaba si me daban un auto corporativo 0 Km o si debía caminar. Me di cuenta que mi apatía comenzaba a contagiar a otras personas de mi trabajo y se comenzaba a gestar la “causa común”, lo cual es peligroso ya que puede dar lugar a justificaciones de  cualquier acto de deslealtad hacia la empresa.

 

Todo terminó cuando mis jefes entendieron que no había mucho más por hacer en mi provincia y me pidieron que me sume a un equipo ya conformado en otra. Fue el punto final a una tortura laboral bien paga. Ese mismo día, entendí a mi compañero que en la semana dos renunciaba para buscar otra oportunidad laboral.

 

Luego de ponernos de acuerdo en finalizar la relación laboral (lo que parecía un imposible); el irme de esa empresa, algo que podía ser una jornada triste por quedarme sin trabajo se convirtió en un día de alivio donde el sol brillaba de nuevo. Me había sacado una mochila pesadísima de decepción, frustración, sub utilización, desperdicio de capacidades y hasta de culpa por sentir que se me pagaba por hacer poco o nada.

 

Difícil dar un consejo profesional cuando los sentimientos personales son parte de estas situaciones;  pero ahora sí puedo asegurarles a los empresarios a quienes asesoro, que la zanahoria delante del burro puede funcionar al corto plazo; pero si no encuentran como satisfacer las necesidades de autorrealización de sus empleados, si no hablan con ellos, si no se cuidan de los “reidores profesionales”, quizás estén alejando a empleados competentes, capacitados y con ganas de llevar la empresa a un siguiente nivel.

 

¡Deben estar atentos a cuando alguno de sus empleados rompa la raqueta, ya que la puede estar pasando mal!

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