Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Opinión #Opinión

Enseñaras a llorar

Diversos y numerosos factores se juegan a la hora de traer un hijo al mundo

En ocasiones es la materialización de un sueño de larga data, un proyecto soñado, imaginado. Otras veces llega Inesperadamente, obligando a rearmar ciertos mapas, cambiar muchos planes y crear nuevos espacios en la vida para recibir (y hacer un lugar) a ese hijo por venir.

Sea como sea, siempre recibir un hijo es como esos baldazos de agua fría que dejan un poco confundidos y obligan a, instintivamente, sacudirse y pensar qué hacer después de esto.

Hacerse padres poco tiene que ver con la llegada del hijo. Hacerse padres tiene que ver con el deseo de acunar en los brazos y en el alma a ese nuevo ser. Y estar dispuestos a entregar lo necesario para acompañarlo en el camino de descubrir quién es y cuál es su lugar.

Su único e irremplazable en el mundo.

Hacerse padre tiene también que ver con el deseo de trascender, enseñar, completarse, dar y aportar al mundo. Y de tanto, tanto más.

Los padres queremos sobre todas las cosas que sean felices. Verlos sonreír, jugar, tener amigos, ser queridos, ser buenos alumnos, obedientes, respetuosos, que sigan nuestros buenos ejemplos y por supuesto, que desechen los malos. Gran desafío… entregar herramientas, y quitarles las piedras del camino. Queremos, (al menos conscientemente), que nuestros hijos nos superen, darles aquello que a nosotros nos faltó, cubrir sus carencias y verlos desenvolverse bien en sus ambientes.

Y así, de esa forma, “aprobar los exámenes de buenos padres”. De padres que estamos haciendo bien las cosas”

Día a día, en esa búsqueda, nos encontramos infinitas veces con la gran dificultad de reconocer cuál será piedra y cuál herramienta para su vida. Y en esa búsqueda nos perdemos. Que fácil sería si existiese algo, algún instrumento, un examen, que nos demuestre que estamos haciendo lo correcto.

Y ahí, en busca de eso inexistente, caemos en la trampa de la felicidad de nuestros hijos. Creemos que si el hijo está “feliz”, malentendiendo la felicidad como aquella que brilla en las redes sociales, nosotros estamos haciendo las cosas bien.

¿Y si llora? ¿Y si sufre? ¿Y si se equivoca? ¿Y si por un rato no me quiere más y arma su bolsito para irse a vivir a lo de sus abuelos?

Atravesamos una época en la que con abrumadora frecuencia, padres consultan porqué sus hijos presentan “ataques de ira”, “se ponen locos” cuando no les dan lo que piden, gritan, pelean, les pegan y rompen cosas, cuando se encuentran con un “no”. Sin entrar en el caso a caso y cayendo en la tentación de generalizar un poco me animo a decir que el trasfondo de aquella situación tiene que ver con lo que hubo ahí, en ese exceso de búsqueda de hacerlos felices cuando estos padres confundieron escalones con piedras, que en vez de ser subidos fueron removidos del camino.

Piedra que puede ser obstáculo o escalón. Piedra, que si se trepa con la debida ayuda eleva, enaltece, hace alcanzar lo inalcanzable sólo si se junta el valor y se la sube.

Y ahí entramos los padres. En el duro, durísimo desafío de acompañarlos a aprender, de hacerles de andamio, de red, de sostén. Y cada tanto ocupar el horrible lugar de empujarlos al abismo sabiendo que abajo los esperan las redes que tejimos. Y nosotros, para ayudarlos a sacudirse el polvo (y con algunas curitas a mano).

Ser padres, es saber, que acompañar a crecer tiene que ver con desafiar a cruzar pantanos sin llevarlos en los hombros. Porque los hijos nacen, en realidad todos nacemos y vivimos para aprender a vivir.

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso