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Opinión #Opinión

Palabra Mágica

Trabajo con la palabra, y eso para mí, es como tener un súper poder.

Es raro, porque no es de esos superpoderes exclusivos de una sola persona, ni está oculto ni reservado para superhéroes. No se trata de tener fuerza de elefante, ni de poder volar; pero abre portales...

 

Es increíble con qué fuerza pueden cerrarse algunas puertas. Algunas personas intentan por todos los medios proteger sus bienes con llaves, candados, alarmas y tanto más… Nada de eso es más fuerte que eso que logra encerrar algunos secretos, dolores, culpas y miedos que quedan tan profundamente encerrados al punto de que quienes los guardan, creen que desaparecieron.

 

No fue la psicología mi primera opción; aunque en ese lugar de intimidad, debajo de los cerrojos que ponen ciertos mandatos algo en mí sabía que había recibido el regalo de poder usar la palabra para acompañar a otros y quería, con dificultad, animarme a desenvolverlo.

 

Trabajo con la palabra y eso para mí, es como tener una llave mágica. Es raro, porque es una llave que puede abrir cualquier puerta; pero sólo cuando es usada por aquel que la cerró. Y es difícil, duro también. Porque a veces, aunque tenga la llave, nada puedo hacer para abrir puertas por otros, para abrir puertas de otros. 

 

Muchas veces me preguntan: ¿Qué hacen los psicólogos? ¿Cómo hacen para saber lo que el otro siente y cómo ayudarlo? ¿Acaso leen las mentes?

 

Creo que un buen psicólogo debe saber ser poseedor de una llave mágica que no sirve para nada. Y ofrecerla al otro para que él, con esa llave, pueda hacer su magia.

 

A veces se piensa que en la psicología importa mucho lo que se dice. Me propongo pensar que en psicología lo que importa es lo que se escucha. Lo que escucha el analista y lo que a través de eso acompaña a escuchar al paciente, quien para poder escucharse debe ser capaz de animarse a enfrentarse a esos enormes portones, a veces grandes murallas, que encierran secretos tan guardados, que en general son olvidados y que lejos de proteger, encierran al que los guarda como esa torre, alta del castillo donde la princesa vive, privada de vivir por evitar el riesgo a perder la vida.

 

Trabajo con la palabra, y agradezco por esto.

 

Veo la fuerza arrasadora que tiene una palabra plena de sentido, una palabra que no solo es dicha, sino, escuchada. Hacer uso de la palabra, es tomar con ambas manos las llaves que abren el mundo. 

 

Lo maravilloso de todo esto, es que ahí, en ese momento, el trabajo recién empieza. Cada sesión es un descubrir.

 

Me recuerdo en mis primeras consultas, repasando ansiosa antes de recibir al paciente las notas de sus sesiones anteriores, hasta que con el paso del tiempo pude experimentar eso que dicen, que la verdad la tiene el paciente y que es quien marca el ritmo y el tema y que a mí me toca subir en ese barco y compartir la ruta que ese día decida emprender.

 

Trabajo con la palabra y a veces son los silencios mis compañeros más fieles.

 

Es en el silencio donde uno puede realmente escucharse. 

 

En ese ámbito de intimidad compartida, en ese lenguaje común que se genera, donde se tejen los hilos que van dibujando la trama de la vida y de la cual, a veces hay que animarse a destejer. Porque cuando se pierde un punto queda una marca que puede ser tan grande como para arruinar todo el tejido… captando la mirada, privando de poder disfrutar la obra.

 

Valoro, atesoro, el espacio del consultorio, hablé de la intimidad que en el se genera, de los lazos que se tejen, del lenguaje compartido, y este año, descubrí algo más: Pude aprender que la mirada va más allá de mirar con los ojos, que el sostén va más allá de las manos, que las lágrimas se pueden secar sin pañuelos y que cuando la palabra quiere ser oída, encontrará su vía de expresión y logrará decirse, traspasando pantallas si hace falta.

 

Trabajo con la palabra y lo grito: hoy más que nunca necesitamos dejarlas correr.

 

Porque ahí, dónde hay palabras, hay llaves. 

 

Donde hay llaves, hay posibilidades. 

 

Donde hay posibilidades, hay vida. 

 

Hablá, viví, salí del castillo, porque me animo a decir que, siempre, si de vivir se trata, vale la pena el riesgo.

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