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Opinión #Opinión

¡No voy a lavar los platos!

Aprendí tiempo atrás, charlando con uno de mis mentores, que debemos hacernos cargo y asumir las consecuencias de nuestras acciones. Esto suena lógico, simple y racional. Al menos desde el punto de vista teórico.

En la práctica, sin embargo, esto no resulta tan evidente en una gran cantidad de casos que nos tocan vivir.

 

Si estoy en mi casa y me hago el desayuno dejando todo lo que utilicé sin lavar y salgo a trabajar, sabiendo que es mi responsabilidad dejarlo limpio, significa que no asumo esta. De hecho, un tercero de la familia tendrá que realizar dicha tarea y cargar con mi obligación.

 

O bien pensemos en el caso donde realicé un curso de diseño gráfico que preciso para trabajar y lo aboné yo mismo. Este curso me permite ser más productivo no solo a mí; sino al equipo con el que trabajo en la empresa. Los demás se beneficiarán del curso que yo tomé porque el equipo realiza trabajos con mejor diseño y en menos tiempo.

 

En el primer ejemplo, donde yo no asumí mi responsabilidad, mi omisión le generó un efecto negativo a un tercero sin pagar ningún “costo”. En el segundo ejemplo, el equipo se benefició: recibió un efecto positivo para el trabajo de una acción que yo contraté y pagué el curso.

 

Lo que ocurre en ambos casos y en muchos otros del diario vivir, es un efecto sobre un tercero de una acción que yo realicé, donde no tuve la intención de perjudicar o beneficiar a nadie. Es un efecto indirecto sobre otros y esto en economía se llama externalidad. 

 

Cuando perjudico a alguien se llama externalidad negativa y cuando beneficio a alguien se llama externalidad positiva.

 

Cuando salí al trabajo sin lavar mis cosas, ese perjuicio sobre otro miembro de la familia, podría haber sido resuelto luego con algún tipo de compensación impuesta por alguna autoridad de la familia, padre o madre; por ejemplo imponiéndome que tienda la cama de quien lavó mis utensilios del desayuno. 

 

En el caso del curso que tomé, podría ocurrir que el jefe del equipo  o el resto de los miembros propongan compensarme por haber recibido de forma gratuita un beneficio en tiempo y productividad y que sugieran pagarme un nuevo curso, entre otras cosas.

 

Al trasladar este tipo de situaciones a la economía de un país, los ejemplos abundan. 

 

Cuando una fábrica cualquiera produce un bien y tira sus desechos al río contaminando el medio ambiente, decimos que genera a la sociedad una externalidad negativa, pues está contaminando. En estos casos generalmente se requiere la intervención del Estado. Aquí el estado puede obligar a dicha fábrica a que no contamine más cambiando la tecnología de producción, o también imponerle un impuesto para compensar a los ciudadanos que se ven perjudicados por la contaminación. 

 

Esto implica que la fábrica debe asumir los costos de haber contaminado y hacerse “cargo” de esta situación. 

 

Por otro lado, cuando la gente estudia y se capacita, ello genera en la sociedad un efecto “derrame”. ¿Qué quiere decir? Que las personas que se relacionan con gente que estudió reciben un beneficio, pues tienden a ser más productivos, más eficientes, adquieren conocimientos y nuevas herramientas. En este caso, la forma de compensar por el beneficio positivo que brindan quienes estudian a la sociedad, es que el estado intervenga brindando un subsidio para la educación y capacitación en ciertas áreas. Esto contribuye a mantener los incentivos para formarse y poder apropiarse de todo el beneficio que generan en forma indirecta al resto.

 

Es importante que las externalidades sean resueltas pues permiten a todos los actores de una economía el recibir y apropiarse de forma clara de los beneficios indirectos que aportan a la sociedad. 

 

Y en otro sentido a quienes generan un perjuicio de forma indirecta, que absorban e internalicen el costo que generan para el resto de los actores de la economía. La correcta apropiación de costos y beneficios permite a la economía poder crecer en un camino de claridad en las reglas de juego. 

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