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Opinión #Opinión

Turismo Sexual

Se alejan de todo, olvidan su vida por unos días. Se disfrazan con su propia piel. A cientos de kilómetros de distancia de su hogar físico, compran anonimato disfrazado de vacaciones. La misma persona, dos vidas diferentes. Quince días de complicidad, dos semanas de turismo sexual.

El turista sexual tiene un solo poder, su capacidad de compra. Y este poder dura lo que dura su dinero. Cuando se acaba, finaliza el turismo llevándose con él lo que queda, un ser patético sin la personalidad para pedir en casa lo que compra en el exterior.

 

Como traza una distancia entre dos lugares, duerme una de las cascaras de su personalidad y despierta a la otra. Si aún le queda algo de humanidad, en algún momento lo atacan los remordimientos. Si no es así, dejará a su demonio interior guardado al tomar el vuelo de regreso a su vida “normal”.

 

El turismo sexual no respeta géneros, como si el instinto o la piel marcaran estas conductas.

 

¿Y qué tiene que ver esto con las consultorías o el emprendedorismo?

 

Es que, verá estimado lector, muchos empresarios van al trabajo como quien hace turismo sexual.

 

Trazan una línea invisible entre su lugar de trabajo y su vida familiar. Aun cuando participen a esta de algunos eventos sociales de sus empresas, guardan algo siempre para sí. Una especie de bien ganancial que no se comparte.

 

A lo largo de años no llevan a su pareja a acompañarlos unas horas en el trabajo si quiera, o a los hijos a ver el lugar donde trabajan. Porque “estorba”, “¿solo para que me sebe mate?”, “el nene se aburre”. En realidad se trata de compartir, de mostrar donde estás el tiempo que no estas. Que los hijos vean donde está uno en el tiempo que se les roba. 

 

Porque el desdoblarse para ir a trabajar es totalmente insano. No sos una persona en el trabajo y otra en casa. Sos, una sola persona cumpliendo dos roles. 

 

Este falso desdoblamiento, porque como ya dije la persona es un;, libera a ciertos directivos de su parte “humana” permitiendo desatar a la bestia que llevan dentro. Como quien se va a un sitio lejano a sentir que tiene el poder sólo por un salario mayor o por la prebenda de elegir quién se queda y quién se va. 

 

Cada vez más empresas y organizaciones tienen días dedicados a que la familia conozca el lugar donde uno pasa un tercio de la vida (y donde el emprendedor tiene su cabeza permanentemente). 

 

Terminada la jornada, el “turista” sube a su vehículo, muta la piel de lobo en cordero y regresa a su otra vida; pero al contrario del Turista sexual en el sentido estricto del término, siempre quedan testigos. 

 

Eso de “lo que pasa en las vegas queda en las vegas” (o en Kenia, en Cuba, en Tailandia, etc…) no se da en las empresas. 

 

Si bien existe solapamiento en muchas organizaciones, con el tiempo se va erosionando el único capital de que dispone el emprendedor: Ni su capacidad, ni su poder adquisitivo, ni su carisma. 

 

Lo único de que dispones y de lo cual no puedes escapar es tu reputación. 

 

Y las paredes de las empresas tienen ojos. Las víctimas no hablan con palabras; sino con su comportamiento. 

 

Y este comportamiento, en algún momento, atenta contra las ganancias de la empresa.

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