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Opinión #Opinión

El Carasucia

Habrá sido en 2006 o 2007. Me llaman de una producción independiente que venían a filmar una película en el interior de Santiago del Estero. Me contratan para el rol de Director de Arte. *Coautor del artículo: Hernán Kriscautzky.

El director de arte es el encargado de coordinar y supervisar escenografía, vestuario, maquillaje, peinados (que es un área distinta a maquillaje) y utilería. Utilería puntualmente es la selección de los elementos que aparecen en la imagen como decorados y todo aquel elemento que el actor tiene en sus manos. 

 

En este aspecto uno debe echar mano de todo lo que su ingenio le permita, desde elementos comprados hasta improvisar objetos si al director se le ocurre a último momento que los necesita. Un ejemplo curioso de esto último es lo que tuvo que utilizar Rodolfo Ranni cuando al director de una película se le ocurrió que debía correr portando un arma y ante la ausencia de ésta, el director de arte le dió que sostenga una alpargata negra. Ante la sorpresa del actor, el director le dijo que la cargue como un arma, que con la velocidad de la escena no se notaría diferencia y de hecho la gente en la pantalla nunca se dio cuenta.

 

También tenía a mi cargo, supongo que por ser “local”, la selección de los escenarios naturales. En esa línea, había dos escenas a filmar en el monte.

 

_ ¿Qué monte?

 

_ Monte.

 

_ Sí; pero ¿qué monte?

 

_ Monte..de Monte.

 

_  Hay monte ralo, monte tupido, monte de distintos colores, de tonalidades, marrón o verde de acuerdo a la vegetación que predomine. Hay monte “aspero” porque tiene plantas con espinas, monte “noble” donde entras y no te lastimas. ¿Qué monte necesitas?

 

_ Y...el monte de aquí. Monte de monte.

 

En el imaginario que traía el porteño, todo el monte era igual. 

 

Se entiende, si fuésemos al polo norte, para nosotros sería todo igual; pero para el esquimal habría una variedad de colores y paisajes, si fuésemos al Sahara para nosotros serían todas dunas; pero los Bereberes diferenciarían hasta los tipos de arena.

 

Ante la necedad del hombre, terminé eligiendo lo que a mi me parecía para la escena. 

 

En el equipo artístico habían contratado una vestuarista de renombre. Era en ese momento miembro del equipo de Pol-Ka, en la mejor época de esa productora. Al ser director de arte, Vestuario formaba parte del equipo que tenía que coordinar.

 

Tocó filmar una escena donde el protagonista, encarnado por el actor Osvaldo Santoro, trabajaba en la estiba de carbón. El escenario de fondo eran dos hornos humeantes, pilas de leña, otra gigante con el carbón ya listo, herramientas, etc. 

 

También estaba el carbonero real, el que normalmente trabajaba ahí y al que incorporamos como extra. Una vez preparado el set (la escenografía donde se iba a filmar), solo restaba esperar que Santoro saliera de vestuario y posteriormente maquillaje, ya caracterizado como un trabajador del carbón santiagueño para rodar la escena.

 

Imagínense la escena: Hornos de carbón en la localidad de Majada Sud, una comunidad Tonokote en el interior de la provincia, a unas dos horas de la capital; del rancho que oficiaba como lugar de vestuario y maquillaje del elenco sale Charles, el padre de la Familia Ingalls. Porque no era otra cosa. Santoro, el “carbonero” de la película, vestido como un granjero de Kentucky. Botas texanas de cuero brilloso en punta, camisa escocesa a cuadros como la de los leñadores canadienses. Y además, bombachon de gaucho de la pampa húmeda. En la semana de la moda de París seguro era un éxito.

 

No me alcanzarían los espacios de esta página si tuviera que relatar el silencio que hice. 

 

Santoro miraba al carbonero real, que lo acompañaría en la escena, se miraba él, y me miraba a mí con cara de “auxilio”; pero es tan profesional que sabiéndose mal caracterizado se puso a las órdenes del director de la película y se prestó a rodar la escena. 

 

Y como el director de la película no tenía la más pálida idea (sepa disculpar el lector, es lo mas delicado que pudimos expresar), se pone a ensayar la escena sin percatarse de nada. 

 

En ese momento me arrimo, pido permiso y empiezo a hablar. Que como director de arte era mi obligación dar mi parecer sobre un “detalle” que se les estaba pasando. Que si miraban al carbonero que oficiaba de extra se darían cuenta de lo alejado de la realidad que estaba caracterizado el protagonista. El carbonero real estaba con ropa rota sucia, la cara con polvillo de carbón, etc. Al toque salta Santoro defendiendo mi postura:

 

_ Pablo tiene razón, miralo al carbonero y mirame a mí. Es más, deja que yo me arreglo. Pablo, ayudame.

 

Lo llevo entonces a la montaña de carbonilla:

 

_ Osvaldo, subí ahí arriba, acostate y baja rodando, como cuando éramos chicos y jugábamos a hacernos “milanesa” en la arena. Tranquilo que es carbonilla, no te vas a lastimar.

 

No podía creer, lo tenía a uno de los protagonistas de “Campeones de la Vida”, el éxito televisivo de ese año, jugando como un changuito, feliz en medio de la mugre, a mancharse, tirarse, rasgarse la ropa.

 

Para simular la transpiración le eché agua con un rociador en la cara. La vestuarista estaba indignada porque su “diseño” había sido invisibilizado por la mugre, la ropa rota, etc. 

 

Mientras me rodeaban varias caras ofuscadas, Santoro había ido a buscar un espejo, y luego de ver al carbonero y verse nuevamente él, vino a nosotros diciendo: “Pablo, ahora si vamos a filmar”; “al menos vemos si salvamos esta escena” (porque, nobleza obliga, la película era malísima).

 

Unos ocho meses después sale una nota en los diarios santiagueños de que se estrenaba aquí la película. El protagonista ni apareció. Supongo que no habrá querido pasar un papelón porque de hecho, tan mala era que se llamaba “El duende del carnaval” y cuando comienza el filme,  aparece el título y habían escrito “carnaval” con B larga.

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