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Especiales Alberto Alba

El escritor y su viña???.

Nació el 6 de julio de 1935 en Quitilipi, límite del Chaco con Santiago. Su familia habitaba alternativamente en este lugar y Quimilí, donde vivió en su infancia. Falleció en Santiago, en julio de 1992.

Poeta, escritor, editor. Esta última actividad desplazó, por algunos años, su tarea de creador literario, aunque podemos consignar a su favor la hazaña de haber publicado, a inicios de la década del sesenta, Sebregondi Retrocede de Osvaldo Lamborghini y El frasquito de Luis Gusmán, hoy míticos en nuestra literatura. Cuatro años de exilio en Brasil interrumpieron su trabajo de editor. Fue también editor de Mempo Giardinelli, Raúl Santana, Federico Gorbea y Germán García. Editó la revista Literal, “donde publicaba la plana mayor iniciática de nuestros lacanianos” según ciertos cronistas.

 

Como escritor, su cuento “El gato” fue incluido, en 1964, en la antología 11 Cuentistas argentinos, junto a Daniel Moyano, Haroldo Conti y otros. En 1969 Carlos Pérez Editor publicó su Diario de cuatro patas, cuentos. En 1975 fue incluido por Ediciones Lumen en una antología de narradores argentinos. En 1982 aparece  Corte de la memoria, cuentos. En 1990 publica La Casa de la Poesía, novela. Por esos años, sus cuentos aparecieron en la revista Puro Cuento y en el diario Nuevo Sur.

 

En Buenos Aires fundó su editorial NOE en la década del 60, luego de cuyo breve e intenso periplo pasaría cuatro años de exilio en Brasil y unos años en Misiones. Acosado siempre por las nostalgias de su Santiago, volvió a ella hacia 1983; vivió aquí hasta su muerte prematura, el 1 de julio de 1992, que lo sorprendió empeñado en su oficio de escribir. Dejó inconclusas dos novelas, La viña del cazador y Sellos violados. Ambos textos fueron publicados en un solo libro por Editorial Dimensión, en 1993.

 

 

 

“YO ATESORO Y VALORO TODAS LAS COSAS DE ALBERTO… EL MEJOR HOMENAJE  POS MORTEM QUE SE PUEDE HACER, ES PUBLICAR SUS POESÍAS”. Gilda Santucho  /  Amiga de Alberto y María Luiza.

 

Lo principal que te voy a decir es el afecto entrañable que le tenía a Alberto. Empezó a frecuentar la librería Dimensión —en una galería céntrica—; ahí lo conocí. Él era muy afectuoso conmigo, muy simpático con la gente, un tipo intelectual que tenía tema para hablar con quien sea y tenía un humor bastante astuto, siempre con chistes, con anécdotas de escritores o de su infancia en Quimilí. Todos esos comentarios y charlas que tenía con Alberto hacían que mi afecto y cariño se profundizara.

 

Alberto era tan seductor cuando hablaba, creo que con las mujeres no era necesario  que les hable de amor, era seductor por naturaleza.

Yo lo visitaba siempre en su casa después de cerrar la librería, su esposa María Luiza, (de origen brasileña) hacia comida típica de su país y nos invitaba a comer, ahí teníamos unas grandes tertulias, grandes charlas y conversaciones. Cuando él se enfermó y se fue a Buenos Aires, yo fui a visitarlo. Yo no podía volver sin saber si él volvía o no. Luego volvió y anduvo muy bien aquí, lo cuidábamos, lo mimábamos, él ya reflejaba en el rostro su  problema de salud. Aún así él se vestía bien coqueto, salía, se perfumaba, siempre agradable con buen humor.

 

Un gran amor…

El amor que le brindaba María Luiza a Alberto —yo lo veía cotidianamente— era impresionante, le llevaba el desayuno completo, se lo presentaba con todo tipo de exquisiteces.  Le entregaba la ropa planchada, lo perfumaba, lo atendía muy bien, era impecable, a tal punto que un día yo le iba servir agua a Alberto y María Luiza me dijo: No!!! Así el vaso no, sécalo! Yo lo había lavado al vaso y no lo había secado.

 

María Luiza no soportó la ausencia de Alberto, se fue a Corrientes y me dejó en custodia toda la poesía de Alberto, seguramente ella pensaba volver… Tengo una carta del hermano de

 

María Luiza, donde me agradece la amistad y me informa de su muerte.

 

El mejor homenaje  pos mortem que se puede hacer, es publicar las poesías de Alberto, con un buen estudio de varios autores. Tiene que ser algo armado como se merece, que refleje lo que Alberto fue como escritor, uno puede tomar la faceta del escritor, otro la faceta de la persona, la del editor, porque no puede ser tan desligado una cosa de la otra. Hacer una programación de homenajes que sirvan para volcar su legado en la cultura de su Santiago y la culminación del homenaje tiene que ser presentando el libro de las poesías que acabo de mencionar.

Yo atesoro y valoro todas las cosas de Alberto, los libros que él ha editado, algunos artículos que saco en el diario. Fue y es un grande.

 

 

 

“Alberto tenía el don de convocar para que cada uno departiera con quien deseara”. Olga Astudillo. Docente.

 

La década del 80 marcó una etapa de cambio y novedades culturales desde lo que yo pude vivir. Luego de la guerra de las Malvinas llegó el tan ansiado proceso democrático y con el  entusiasmo por hacer, por discutir, por reunirse, por comprar los libros que habían estado prohibidos y en especial el reencuentro con los  que volvían  a su tierra. Conocí a Alberto Alba en esta época a través de su amistad con Carlos Manuel Fernández Loza. Con frecuencia  escuchaba hablar a Carlos Manuel sobre la obra de Alberto sus valiosas cualidades narrativas y del libro “Diario de cuatro patas”. Amistad y literatura eso era lo que compartían.  

 

Era algo surrealista que Alberto invitara a comer feijoada típica comida brasileña preparada por la increíble María Luiza. En ese departamento había mucha gente.  Allí se  encontraban  músicos, pintores, escritores y diletantes.  Es que Alberto tenía el don de convocar para que cada uno departiera con quien deseara. No había nada formal, todos circulaban de un lugar a otro y hasta el balcón parecía el espacio adecuado para la charla mientras sonaba la música de María Bethania.

Hubo más encuentros con motivo de la presentación de “La casa de la poesía” o ya en nuestra casa  a comienzo de los 90 y luego el adiós.

 

 

 

“Alberto Alba, algunas apostillas de su vida y su alma”. Juan Alba  /  Hijo, escritor, psicólogo

 

Mi padre Alberto Alba, era un artista también en otros sentidos, más allá de lo literario. Era un artista de la simpatía, de las salidas graciosas, de los juegos de palabras, era un artista en caerle bien a la gente. Hechizaba a la gente apenas conocerla; la más adusta y poco simpática de las administrativas de cualquier institución podía caer derretida ante su inconfundible estampa —barba tupida y chalecos marrones abiertos usualmente—, brillantes ojillos pícaros, un timbre de voz a tono con sus muy educadas maneras. Siempre un chascarrillo en la punta de la lengua. Lo querían llevar para sus casas las gentes…Y aún no sabían lo buen cocinero que era. Dicen que una vez hizo un locro para 300 personas, pero también dicen que una vez en cierto cumpleaños de un amigo, no tuvo mejor idea que descorchar, como en broma, una sidra apuntando con la botella al homenajeado; fue certero, como fue cierto también que allí acabó la fiesta.

 

¿Y saben qué? Es impensado para ustedes lo que les contaré, pero mi padre era un casamentero, digo esto y me río pues repetí alguna vez sus hazañas en este sentido. Al menos dos familias hoy tienen su rúbrica, de una de ellas se que así fue la historia: Mi padre le dice a “Mario” que la “Liliana” gusta de él y con abundantes falsos detalles y luego dice a “Liliana” que “Mario” gusta de ella y le pinta también una apología de amor falsa pero bonita. Entonces ambos se reúnen y se dan besos y se casan. ¿Ven? Hacía arte con esas cosas. Mientras tanto escribía y leía poesía. Tienen que leer el siguiente poema, con este soneto ganó mi padre un concurso en Mar Del Plata —debían los poetas escribir un soneto en 20 minutos—:

 

“Estoy mirando el mar y su madeja.

Y es un cielo invertido lo que miro,

llegan las nubes, pero en dulce giro

un imprevisto viento las despeja.

Amor al mar, amor que se refleja

en esta vastedad como un suspiro,

en esta soledad que lento estiro.

¡Amar al mar acaso es una queja!

Nace en callada longitud el canto,

las voces de las olas se contienen,

por un verso que pierdo, cientos vienen.

 

A volcarse en su arena y en su manto.

Aquí vuelven las horas que perdimos,

lo que un día seremos, lo que fuimos”.

 

Y como los hijos son siempre la respuesta del hombre a su ineludible destino, hoy veo cómo en mí y mis hermanos, y en mis hijos, nuestros hijos, vive mi padre: chascarrillos y frases ingeniosas, el amor por las palabras, las sonrisas en algunos idénticas, la necesidad imperiosa de los pares de amigos; porque al fin y al cabo, en nosotros esta la eternidad de su poesía.

 

 

 

Anécdota de un gran amigo. Julio Carreras  /  Escritor santiagueño

 

Yo con Alberto tenía una amistad superior a los meros intercambios de ideas, conceptos, conocimientos, etc. nos comprendíamos mucho. Cada vez que nos encontrábamos íbamos a tomar cerveza, en verano especialmente. Él tenía una característica, un hombre que no era capaz de resistir a la vida, digamos, tal vez por eso falleció tan joven porque era un tipo que vivía intensamente todo el tiempo. Me acuerdo, un día lo fui a buscar, una tarde, estábamos conversando muy bien en su casa, pero me di cuenta que él quería salir a charlar tranquilo conmigo (estábamos con María Luiza, su esposa), agarro una boleta y dijo: —María Luiza voy a pagar esta boleta del gas. Ella le respondió: —Pero mira Alberto, por favor, dentro de una hora volvé que tenemos que salir, no te vayas a quedar. Cuando salimos de la casa le dije: Eh loco, cómo te tiene esta mujer, es una militar, te tiene “sonando”. El me contesta medio riéndose: Justamente por eso me he casado con ella, porque yo me conozco, sé como soy  y quiero a alguien que me controle porque si no me controlan no vuelvo más. Pero no es porque le gustaba la farra, sino que era un tipo que vivía fascinado con la vida, era inteligente, tenía conversaciones trascendentales…

El último poema de Alberto Alba *

Recibí tu carta y la leo todos los días (así es la fidelidad de tu letra) y es como estar dentro de una barca en un río tranquilo.

 

Tus palabras escritas son como el horizonte

o como la línea ideal que los astrónomos trazan

para verificar el paso de un planeta.

Pasaron luces por mi corazón,

pasaron estrellas muertas,

pasó algún planeta sangrante,

el último hijo de Marte,

pero únicamente en vos

pudo fecundar mi amor.

Porque canto.

 

Hoy, jueves, día de lluvia en

que no sé si te quedaste conmigo

o si yo salí contigo.

La cuestión es que te estoy

hablando todo el tiempo con amor y

bronca por la lluvia que no me deja

oír tu regreso.

Te quiero y te beso.

 

(Entregado por Alberto Alba a Julio Carreras el 7 de mayo de 1992 y publicado el 14 de Mayo. El poeta estaba ya en su lecho de muerte).

 

 

 

Estamos en deuda con este importante productor cultural. Alberto Tasso  /  Escritor, sociólogo, investigador

 

Es uno de los importantes escritores santiagueños durante la última mitad del siglo XX, aproximadamente entre 1960 y 200, uno de los  pocos que cultivo el cuento y la novela. Creo que la obra literaria no ha sido aun estudiada como merece, por su originalidad, dominio técnico y logro expresivo. Sus libros, a razón de uno por década revelan la variedad de temas y ambientes que trato:

 

“Diario de  Cuatro Patas”, Juárez editor, 1969, meritúa elogiosos comentarios de la crítica en Primera Plana y otros medios. Es un ejercicio de memoria profunda, narra el mundo adulto que percibe en su condición de lactante. “Corte de la Memoria”, Calidon 1978, 9 cuentos que abordan el universal tema de recuerdo y olvido sometido a la vivencia de un provinciano en Buenos Aires.

 

“La Casa De la Poesía”, Indice, 1990, reconstruye la experiencia de adolecente en los grupos literarios de Santiago del Estero durante los años. Es además valioso documento literario por la recreación de ambientes y personajes.

 

“La Viña del Cazador”, novela en cierto modo también autobiográfico y en parte de su infancia en Quimilí. Además Alberto Alba fuer editor en los años 70 en Buenos Aires con el sello Ediciones Noe, que aporto valiosas horas de psicoanálisis, marxismo y filosofía y poesía Chilena.

 

Al retornar a Santiago del Estero en 1985 tenía una ya experiencia humana y literaria que volcó generosamente entre sus amigos y los grupos en lo que participó.  Estamos en deuda con este importante productor cultural que fue Alberto Alba, ejemplo de una vida apasionada y apuesta incesante a la literatura y su difusión.

 

 

“Un personaje vasto en información ntelectual, espiritual y sentimental”

 

Carlos Zurita  /  Escritor, docente.

 

 

 

Recuerdos maravillosos, yo lo conocí cuando los dos éramos muy jóvenes, me acuerdo que la primera vez que lo vi fue con un saco blanco que me llamó la atención, el venía de Buenos Aires. Yo habré tenido 18 años más o menos. En esas juntadas con el Negro Santucho, Juan Carlos Martínez nos conocimos, rápidamente entablamos una amistad con mucha afinidad, muchas ideas comunes sobre la literatura, la poesía. Me junté bastante con él cuando estuvo en Santiago, fuimos muy compañeros de farra, de poética y de otra naturaleza...

 

Él tenía parte de esos cuentos, poemas que me gustaron mucho, en esa época empezó a escribir esos cuentos maravillosos. Tengo los mejores recuerdos de esa época. Después él se fue a Buenos Aires y al poco tiempo yo también me fui a Buenos Aires y lo veía con frecuencia, él me presentó varios amigos, Horacio Pilar sobre todo. Él con mucha generosidad me llevó, me acercó, me presentó poetas, escritores y lo más importante, me presentó chicas, poetisas, o no poetisas.

 

Siempre fui un gran admirador de la obra de Alberto, de su obra poética y también de sus emprendimientos editoriales. Empezó un emprendimiento fuera de lo común y realmente rarísimo con Horacio González  Trejo, se metieron a hacer un género que había en esa época que se llamaba fotonovelas, no sé cuánto tiempo estuvieron.

 

Los primeros recuerdos que tengo de él en pareja fueron con Graciela Alicia López, fue maravilloso el matrimonio de ellos. Me acogieron en su casa, primero en El Zanjón, después en la Belgrano. Me recibían tan bien, era como un hermano mayor para mí Alberto, me ayudaba, me daba consejos, consejos locos, buenos y positivos.

 

La reconstrucción de mi historia con Alberto es como relampagueante en el sentido de que son varios momentos, primero en Santiago cuando vino, no por primera vez, hablo de cuando lo conocí, en esa época también, de la revista Dimensión, del Negro Santucho, luego lo vi en Buenos Aires, varios años después cuando él apareció con María Luiza, brasileña, ahí mi mujer lo conoció, me acuerdo que María Luiza nos agasajo haciendo un feijoada; un plato típico de Brasil.

En sus últimos tiempos estuve muy cerca de él. Cuando se enfermó, lo acompañe, lo visité, sus últimos días estuve muy cerca acompañándolo. Me acuerdo cuando yo manejaba en Nuevo Diario una página cultural que salía todos los días, publiqué algo sobre él y me dijo: Carlos la mejor terapia que recibí en estos tiempos fue leer lo que escribiste de mí en Nuevo Diario.

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